lunes, 24 de noviembre de 2014

¿QUIÉN LOS ENVIÓ?

¿QUIÉN LOS ENVIÓ?

 
padres
Pudiera darse el caso que quien los haya enviado buscase precisamente su desaparición y, sobre ella, las secuelas que tienen a México de un vilo.
 
Luis Farías Mackey  21 xi 14
Si Usted confía su hijo a una institución educativa con carácter de internado y luego se entera que su vástago desapareció, ¿no se preguntaría por la responsabilidad que corresponda a las autoridades de la escuela a su cuidado?
Hoy sabemos (Salvador García, El Universal) que de la Normal de Ayotzinapa salieron 120 muchachos en dos camiones secuestrados. No estamos frente a una actividad extracurricular normal en sus métodos. No es común, al menos no debiera, que entre las prácticas de una escuela se incluya el secuestro de vehículos. ¿O sí?
Entre Ayotzinapa e Iguala median 247 kilómetros y aproximadamente tres horas de carretera. No fue, pues, una ocurrencia estudiantil en una tarde de tedio, sino una acción concertada con un objetivo y medios específicos?
Los muchachos no iban a regresar a dormir. Todo indica que después de Iguala tomarían hacia la Ciudad de México. ¿Con qué propósito, con qué recursos, por cuánto tiempo? ¿No es esto algo que debieran preguntarse los padres de los hoy desaparecidos?
Al llegar a Iguala, los jóvenes se dirigieron primeramente a la Central Camionera a secuestrar otros cuatro camiones, supuestamente, para continuar su camino a la Ciudad de México. Ya con ellos, se distribuyeron en dos grupos de tres autobuses cada uno y tomaron rutas diversas con dirección al evento de la esposa de Abarca. Uno solo de los convoyes fue el objeto de la desaparición que hoy embarga al país. ¿Por qué uno solo y no los dos? ¿Qué fue del otro convoy de tres autobuses?
Ahora bien, ¿qué relación guarda la Normal de Ayotzinapa con Iguala? ¿Cuál es el móvil para que 120 muchachos se desplacen 247 kilómetros y secuestren seis camiones para irle a aguar un informe a la esposa del Alcalde de Iguala? ¿Qué más les daba a 120 normalistas un acto protocolario y, supuestamente, electorero del matrimonio Abarca? ¿Qué tiene ello que ver con la formación magisterial y el medio rural?
Peor aún, todo indica que en Guerrero eran ampliamente conocidas las relaciones familiares de la esposa de Abarca con el crimen organizado, así como de la pareja en su conjunto con una de las gavillas en guerra por el control territorial de Guerrero. En ese tenor, quien orquestó el envío de jóvenes esa infeliz tarde, ¿no sabía el riesgo que corrían los muchachos enviados? O, precisamente por saberlo, fue que los envió
Hoy, los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos, con una ubicuidad y asiduidad impresionantes, reclaman se los entreguen vivos. Es entendible su duelo y demanda. Lo que no es comprensible es que lo reclaman al gobierno federal, específica y personalmente al presidente Peña Nieto.
A lo imposible nadie está obligado. Peña Nieto no los envió, no los interceptó, tampoco los recibió de manos de quienes sí lo hicieron y menos dispuso de ellos. Exigirle que presente por arte de magia a 43 muchachos desaparecidos en Iguala hace casi dos meses, es, sin duda, una muy vendible bandera política, pero no una postura racional de padres en duelo por la desaparición de sus hijos.
Más aún, los padres y familiares, en lugar de sumarse a la búsqueda febril y denodada de los muchachos, han optado por recorrer el país en autobuses, también secuestrados, para encabezar un movimiento nacional de derrocamiento del titular Ejecutivo Federal, imputándole a él, en exclusiva y personalmente, la responsabilidad de buscarlos y presentarlos vivos mientras ellos arengan masas, encabezas marchas y envenenan razonamientos. ¿No hay aquí una tergiversación de intereses? ¿No pareciera que a los padres y familiares en duelo les interesa más tumbar a Peña Nieto que encontrar a los muchachos? ¿Tumbando a Peña Nieto aparecerán los chamacos? No es ésta una pregunta retórica, antes bien pareciera que ése es el razonamiento de los padres y, por más contritos y enojados que puedan estar (no sabemos por qué contra Peña Nieto y no contra Abarca o los Guerreros Unidos), no es una conducta de suyo muy razonable en este tipo de circunstancias.
Lo lógico es que los padres y familiares trataran de desentrañar los móviles y circunstancias de los eventos que dieron paso a su desaparición: ¿quién los envió y a qué? ¿Por qué a Iguala, por qué contra personajes abiertamente ligados a grupos de alta violencia y peligrosidad?
La cuestión no es menor, porque pudiera darse el caso que quien los haya enviado buscase precisamente su desaparición y, sobre ella, las secuelas que tienen a México de un vilo.
Preguntar quién y para qué los envió no libera de la responsabilidad de su búsqueda y menos de las sanciones legales correspondientes, ni del análisis de las condiciones estructurales que permitieron incubar y desarrollar los infiernos de Dante en el suelo nacional. Pero sí ayudaría a poner algunas cosas en perspectiva.
Empezando por la extraña omisión de los familiares de estos muchachos en preguntarse qué hicieron con sus hijos las personas a quienes se los confiaron.

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