“…defienden a las personas detenidas en estas situaciones, alegando sus derechos humanos, pero nadie defiende a los policías, cuando son enviados con un solo escudo…”
La semana pasada escribí acerca de las 18 personas inocentes privadas de su libertad el 8 de noviembre en el Centro de la Ciudad de México. Transcribo: “La quema de la puerta del Palacio Nacional es grave. Pero es mucho más preocupante que el grupo de encapuchados que ejerció el vandalismo impunemente durante una hora, lo hiciera sin que ningún elemento de seguridad lo frenara y que, ya después, las patrullas del DF emprendieran una cacería de detenciones arbitrarias por las calles del Centro”.
Recibí un correo de Rubén Martínez Rodríguez: “El error de las autoridades es no ordenar a la policía que intervenga en el momento en que están ocurriendo los hechos, lo que propicia que estos individuos se mezclen con la marcha, dificultando la detención de los responsables. Todos defienden a las personas detenidas en estas situaciones, alegando sus derechos humanos, pero nadie defiende a los policías, cuando son enviados con un solo escudo, lo que propicia que esos individuos violentos se ensañen apedreándolos y quemándolos. Le pregunto: ¿los policías no cuentan con derechos humanos? En todos los países, la policía antimotines acude a las manifestaciones debidamente equipada, pero las autoridades de México los mandan indefensos porque lo único que están haciendo es cuidar su futuro político”.
Con grados de agente, teniente y sargento, Martínez Rodríguez tiene 73 años de edad, se jubiló en 1996 luego de una larga lucha por los derechos salariales de los policías, formó la Fraternidad de Policías Jubilados de la República Mexicana y dejó de trabajar hace cinco años. “Pero me da coraje ver cómo la policía es insultada, menospreciada por la gente, muchas veces con justificación, pero le digo honestamente: no existen policías delincuentes, existen delincuentes que se meten de policías”, explica.
Hemos visto policías tirados en el piso, apedreados, pateados en la cabeza, al borde de la muerte, inmovilizados por órdenes superiores porque “primero está la carrera política de nuestros funcionarios”.
En su testimonio, Juan Francisco Manrique, egresado del Tec de Monterrey, describe “la bestialidad automática”, física y verbal, con la que fue detenido el 8 de noviembre, pero también narra que el policía que lo trasladó a la SEIDO, ya en la patrulla le quitó las esposas, le habló de su familia y de “lo difícil que están las cosas también de su lado”. Reflexiona: “Me sigue pareciendo un misterio cómo (los policías) llegan de un extremo del ser al otro”.
La barbarie, dice John Le Carré, “no es atributo solo de los poderosos, es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas terribles”.
Con salarios de 4 mil pesos mensuales, de los 2 mil cuerpos policiales en México, 68 por ciento solo cuenta con educación básica (datos de Denisse Dresser). Así, ¿podemos aspirar a una mejor policía, que no se corrompa, que vele por la seguridad de la gente en lugar de atemorizarla, que no dispare ni al aire y que respete los derechos humanos de los ciudadanos porque los suyos también son respetados?
Por lo pronto, que hoy se manifieste la aspiración mayoritaria de una protesta sin violencia.
adriana.neneka@gmail.com
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