Por El Informador opinion@informador.com.mx
Por Pablo Latapí
Aterrador el relato de las últimas horas de los estudiantes de Ayotzinapa en voz de uno de los malandros que participaron en “la operación”.
Mala tarde en la que a esos jóvenes se les ocurrió retar a ese presidente municipal y a su esposa, y tratar de llevar a cabo uno más de sus actos contestatarios y revoltosos pensando ilusamente que sería fácil como seguramente lo hicieron antes decenas de veces secuestrando camiones, bloqueando carreteras y caminos, tomando calles e incluso saqueando comercios, siempre bajo la mirada complaciente de la autoridad que nunca intentó hacer algo por frenarlos. Impunidad total.
Tres responsabilidades se concatenaron ese 26 de septiembre en Iguala para que se diera esa “Tormenta Perfecta” que es vergüenza del sexenio de Peña Nieto tanto en el país como en el extranjero.
La primera responsabilidad sin lugar a dudas es de los partidos políticos, de todos, y la perversión de ese sistema que excluye a quienes no acatan las reglas de los organismos políticos. En su afán de conseguir votos, posiciones de poder y por tanto recursos, los partidos eligen a sus amigos, socios y candidatos con la visión utilitaria de ganar la elección sin tomar en cuenta antecedentes ni relaciones de los interesados. Así fue como cayó la presidencia municipal en manos de una pareja de hampones, del mismo modo que seguramente ocurre en muchas comunidades más del país, ante la pasividad y complacencia de autoridades estatales y federales. Porque es innegable que las autoridades por lo menos tienen sospechas de qué gobernantes podrían tener relaciones siniestras, simplemente por la forma de gastar dinero o de ostentar el poder, como ocurría en Iguala.
El narco y los criminales tienen gigantesca responsabilidad, pero no sólo por haber asesinado a sangre fría y contra natura a sus iguales (¡Eran vidas!), sino por no pensar o sentir como seres humanos. Hasta el más desalmado de esos malandros debe por ahí tener hijos o afectos y es increíble que no registren que ese mundo que están fabricando es donde algún día vivirán sus hijos y quizás su nietos.
Responsabilidad asimismo de los propios estudiantes normalistas, que como tantos excluidos han encontrado en las acciones contestatarias y provocadoras su forma de participar en la sociedad. Ni ellos ni quienes tienen la habilidad de dirigirlos se han puesto a pensar en el incendio que están a punto de provocar en un país que también es suyo, de sus padres y eventualmente de sus hijos. Ese protestar y provocar se ha vuelto en un estilo de vida para cientos de jóvenes marginados en todo el país.
Y las tres responsabilidades convergen en una sola, la de gobierno, no de ahora sino de décadas, que ha perdido la noción de lo que es su función primaria de fortalecer las instituciones que garanticen sustento, justicia e inclusión para todos los mexicanos. Antes está su visión partidista tan enfocada en “hacer política” para conseguir votos y poder, y se han ausentado de atender un sistema de justicia que maneje cero tolerancia desde los grandes capos hasta los vendedores ambulantes pasando desde luego por los políticos corruptos. Todos se pueden pasear en el país con total impunidad.
Ausencia de proyectos reales de inclusión social, cultural y económica para esos jóvenes marginados que empiezan a sumar millones, y que su mejor opción de hacerse ver será armar eventos provocadores, a sabiendas de que cuentan con la complacencia oficial, aunque ahora con el riesgo de terminar sus horas brutalmente asesinados en un basurero en la montaña.
Aterrador el relato de las últimas horas de los estudiantes de Ayotzinapa en voz de uno de los malandros que participaron en “la operación”.
Mala tarde en la que a esos jóvenes se les ocurrió retar a ese presidente municipal y a su esposa, y tratar de llevar a cabo uno más de sus actos contestatarios y revoltosos pensando ilusamente que sería fácil como seguramente lo hicieron antes decenas de veces secuestrando camiones, bloqueando carreteras y caminos, tomando calles e incluso saqueando comercios, siempre bajo la mirada complaciente de la autoridad que nunca intentó hacer algo por frenarlos. Impunidad total.
Tres responsabilidades se concatenaron ese 26 de septiembre en Iguala para que se diera esa “Tormenta Perfecta” que es vergüenza del sexenio de Peña Nieto tanto en el país como en el extranjero.
La primera responsabilidad sin lugar a dudas es de los partidos políticos, de todos, y la perversión de ese sistema que excluye a quienes no acatan las reglas de los organismos políticos. En su afán de conseguir votos, posiciones de poder y por tanto recursos, los partidos eligen a sus amigos, socios y candidatos con la visión utilitaria de ganar la elección sin tomar en cuenta antecedentes ni relaciones de los interesados. Así fue como cayó la presidencia municipal en manos de una pareja de hampones, del mismo modo que seguramente ocurre en muchas comunidades más del país, ante la pasividad y complacencia de autoridades estatales y federales. Porque es innegable que las autoridades por lo menos tienen sospechas de qué gobernantes podrían tener relaciones siniestras, simplemente por la forma de gastar dinero o de ostentar el poder, como ocurría en Iguala.
El narco y los criminales tienen gigantesca responsabilidad, pero no sólo por haber asesinado a sangre fría y contra natura a sus iguales (¡Eran vidas!), sino por no pensar o sentir como seres humanos. Hasta el más desalmado de esos malandros debe por ahí tener hijos o afectos y es increíble que no registren que ese mundo que están fabricando es donde algún día vivirán sus hijos y quizás su nietos.
Responsabilidad asimismo de los propios estudiantes normalistas, que como tantos excluidos han encontrado en las acciones contestatarias y provocadoras su forma de participar en la sociedad. Ni ellos ni quienes tienen la habilidad de dirigirlos se han puesto a pensar en el incendio que están a punto de provocar en un país que también es suyo, de sus padres y eventualmente de sus hijos. Ese protestar y provocar se ha vuelto en un estilo de vida para cientos de jóvenes marginados en todo el país.
Y las tres responsabilidades convergen en una sola, la de gobierno, no de ahora sino de décadas, que ha perdido la noción de lo que es su función primaria de fortalecer las instituciones que garanticen sustento, justicia e inclusión para todos los mexicanos. Antes está su visión partidista tan enfocada en “hacer política” para conseguir votos y poder, y se han ausentado de atender un sistema de justicia que maneje cero tolerancia desde los grandes capos hasta los vendedores ambulantes pasando desde luego por los políticos corruptos. Todos se pueden pasear en el país con total impunidad.
Ausencia de proyectos reales de inclusión social, cultural y económica para esos jóvenes marginados que empiezan a sumar millones, y que su mejor opción de hacerse ver será armar eventos provocadores, a sabiendas de que cuentan con la complacencia oficial, aunque ahora con el riesgo de terminar sus horas brutalmente asesinados en un basurero en la montaña.
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