viernes, 4 de noviembre de 2022

El populismo desfigura a la democracia: una entrevista con Nadia Urbinati

 2.11.22 Carlos Bravo Regidor

Nadia Urbinati, catedrática de Teoría Política / Fotografía de Columbia University.

Una de las más importantes teóricas políticas, Nadia Urbinati, habla sobre qué le hace el populismo a la democracia: ¿por qué tiene una relación parasitaria con ella?, ¿cómo la desfigura?, ¿cuándo termina con ella?, ¿cuál es el momento fatal? Yo, el pueblo fue editado en México por Grano de Sal.

Carlos Bravo Regidor (CBR): En su libro más reciente, Yo, el pueblo, usted, Nadia Urbinati, propone una manera de pensar el populismo que rompe con mucho de lo que se ha escrito al respecto. No le interesa tanto definir qué es —incluso hace explícita su decisión de evitar la hýbris de esa ruta analítica—, sino explicar qué hace el populismo, ¿por qué escogió esa manera de aproximarse al tema y qué diferencia implica ante otras aproximaciones?

Nadia Urbinati: Es que no hay un acuerdo general sobre qué es el populismo. Depende, en mucho, de donde estás parado, desde dónde lo miras: en América Latina hay una visión latinoamericana; en Europa, una visión europea; en Estados Unidos, una estadounidense… en fin, todas se basan en un punto de referencia fuertemente contextual. Además, escribir sobre el populismo es, ineludiblemente, escribir sobre nuestras propias democracias. Esa es la razón por la cual se han acuñado definiciones muy mínimas que intentan ser aplicables en todas partes, pero una vez que tratas de aplicarlas te topas con que dejan demasiados aspectos fuera, con que hace falta abarcar más, así que al final el problema no se resuelve minimizando la definición.

Desde mi punto de vista resulta mucho más interesante, entonces, tratar de entender lo que significa la insistencia en que el pueblo es uno y está representado por un líder, en la centralidad de una mayoría que se vuelve prioritaria y que no es como cualquier otro tipo de mayoría, o bien, en que las elecciones sirvan para demostrar que pueblo y líder están del lado correcto porque ganan. Todos esos son rasgos que identificamos con el populismo, pero ¿cómo verlos ya en acción? Pues cuando el populismo deja de ser simple oposición y llega al poder: ese momento nos obliga a lidiar con el fenómeno populista. Así que, en mi opinión, lo fundamental es distinguir entre el populismo como movimiento opositor, lo que siempre será parte o producto de la democracia, y la relación que el populismo entabla con la democracia, cómo la transforma una vez que se vuelve gobierno. Esa es la premisa de la que yo parto.

CBR: Usted rechaza el uso estigmatizante de la categoría “populista” por cómo termina aplanando la complejidad del fenómeno, por cómo tiende a reducirlo a un concurso entre oposición y gobernanza, y porque, como usted misma advierte, los populistas gobiernan de un modo muy específico. Usar “populismo” como un arma arrojadiza para descalificar adversarios no es útil ni para entender este fenómeno ni para pensar en estrategias exitosas que puedan contrarrestarlo.

Nadia Urbinati: “Populista” se usa mucho como acusación en el periodismo, en el mundo de la opinión cotidiana, en las redes o en los blogs: le dices a alguien ¡eres un populista! y ya, no hace falta decir más. Tenemos que hacer el esfuerzo de separar la categoría para tratar de ver el fenómeno que existe con independencia de ese uso polémico. La pregunta, para mí, es cómo es posible que en la democracia anide y se nutra el populismo, pero sin destruirla o secuestrarla por completo. En esa tensión tendría que estar nuestro acercamiento para entender el populismo, no en su demonización. Eso no funciona, la demonización es profundamente antiacadémica.

CBR: Aunque quizá sí funcione en otro sentido; de lo contrario, ¿por qué sería tan prevalente ese uso polémico?

Nadia Urbinati: Sí, yo creo que quienes recurren a ese uso polémico generalmente se ubican en la perspectiva de la buena democracia, la democracia concebida a partir de algunos supuestos básicos, que podríamos llamar tradicionales o mínimos, muy de la trinchera liberal, ya sabes, de que hay que domar o contener a la democracia. De modo que cuando emerge el populismo, ellos lo ven como una radicalización de la democracia en un mal sentido. Puede ser una radicalización hacia la derecha o hacia la izquierda, no importa, eso les es indiferente, lo que les preocupa es la radicalización que amenaza a la buena democracia.

¿Por qué?, porque para ellos la buena democracia solo puede ser la democracia liberal. Desde esa perspectiva, todas las cosas buenas de la democracia se las debemos a la tradición liberal y todas las peligrosas a la democracia misma. Cuando dicen ¡eres un populista!, lo que indican es una radicalización del lado democrático de la ecuación, en detrimento del lado liberal. Todo eso es indeseable, primero que nada, porque no nos permite entender el proceso democrático en sí y, segundo, porque asume una concepción de la democracia muy problemática en mi opinión. La democracia no necesita acudir al liberalismo para encontrar la libertad; la democracia produce libertad dentro de ella misma. No se puede decir que un país es democrático si no hay respeto entre los adversarios, si no hay diálogo, diversidad, oposición, tolerancia, si no aceptas respetar los votos y lo que decidan las mayorías. Eso es parte de la democracia, no del liberalismo.

Por supuesto que el liberalismo hizo contribuciones muy significativas, sobre todo estructurando jurídicamente los derechos; también las hizo el republicanismo, al que le debemos la división de poderes y las protecciones republicanas contra los abusos de poder, el constitucionalismo proviene de ahí. Cada tradición aportó en la hechura de lo que hoy conocemos como la democracia constitucional, que no es lo mismo que la democracia liberal ni la republicana. Es una forma de gobierno producto de un largo proceso en el que se van entretejiendo muchas corrientes y experiencias revolucionarias hasta desembocar en las democracias contemporáneas, en aquellas de las que hablamos hoy cuando hablamos de populismo.

CBR: ¿Qué es lo que el populismo le hace a la democracia?

Nadia Urbinati: Algunos académicos argentinos se han dedicado a pensar esta pregunta. Uno que me gusta mucho, que me parece muy atractivo porque le da una respuesta sumamente imaginativa, es Benjamín Arditi. Él ha propuesto considerar la relación del populismo con la democracia como una relación parasitaria. ¿En qué sentido?, en el sentido de que el populismo no se desarrolla autónomamente, no es un régimen que nazca o que se establezca por sí mismo, sino que lo hace a partir de la propia democracia. ¿Qué es un parásito? Un organismo que subsiste a expensas de otro, no lo domina ni lo somete despóticamente, sino que lo encuentra compatible y lo utiliza para sus propios fines.

El populismo ciertamente hace eso con la democracia porque está basado en principios similares: en la cuestión del pueblo, de la mayoría o de las elecciones. El populismo no solo utiliza los procedimientos y las instituciones de la democracia, sino que abusa de ellos y, al hacerlo, los convierte en algo, digamos, muy simplistamente extremo. Utiliza al pueblo, a la mayoría y a las elecciones, utiliza esos mismos medios con otros fines, muy distintos, que acaban tergiversando a la democracia. Es imposible decir si se trata de una decisión consciente o no, pero sin duda el populismo termina creando algo que está dentro de la democracia, al tiempo que transforma su lenguaje, sus instituciones, su estilo, en fin, la manera en que funciona.

CBR: La metáfora de la relación parasitaria supone una relación de dependencia, es decir, el populismo necesita a la democracia para nacer, crecer y reproducirse. En ese proceso puede abusar de ella, tergiversarla o desfigurarla, mas no puede aniquilarla: si la aniquila también se aniquila él, pues aniquila la condición de su propia supervivencia.

Nadia Urbinati: Esa es exactamente la paradoja de la relación entre el populismo y la democracia: el organismo parasitario no puede matar al que lo está hospedando sin matarse a sí mismo. El populismo nace en la democracia, vive mientras viva la democracia y muere cuando muere la democracia. Si eres un populista y destruyes la democracia, dejas de ser un populista y te conviertes en un dictador, en un fascista o en otra cosa. Para evitar esa deriva, para sobrevivir, el populismo necesita contenciones. Lo que enfrentamos, entonces, es un problema de temporalidad: de cuánto puede durar sin acabar con la democracia.

CBR: ¿Dónde trazamos esa frontera democrática?, ¿cómo identificar el momento en que el populismo ya cruzó ese punto de no retorno?

Nadia Urbinati: Cuando los populistas se dejan llevar por la ambición y tratan de cambiar la Constitución para darle completa supremacía al Poder Ejecutivo, es decir, a sí mismos. Al hacerlo no solo comienzan a desmantelar la democracia, sino a atentar contra sus propias credenciales populistas: si no hay contenciones, al final de ese camino lo que queda ya no es una democracia populista sino una dictadura. Ese fue, por ejemplo, el camino que emprendió el chavismo en Venezuela.

El problema, insisto, es la temporalidad: ¿qué tanto puede durar el estrés al que el populismo somete a la democracia sin acabar subvirtiéndola?, ¿es capaz el populismo de ponerse límites?, ¿de entender cuándo detenerse, cuándo cambiar, cuándo dejar de chuparle la sangre a la democracia? El momento de la fatalidad se pone a prueba, como decía, con la Constitución. El aniquilamiento o la supervivencia de la democracia depende de su fortaleza constitucional, he ahí donde se le puede poner un límite al populismo, en la firmeza de las instituciones está la posibilidad de contenerlo. Sin eso, es muy difícil.

No quiero caer en el determinismo de afirmar: si tienes una democracia constitucional buena, fuerte, entonces no hay de qué preocuparse. No, no, esa no es la cuestión, sino ¿dónde está la red de seguridad para contener al populismo? Yo creo que está ahí, en la Constitución, en las instituciones. Y también, por supuesto, en la política: en que haya una política de oposición, una contrapolítica populista desde la sociedad, con otro tipo de movimientos y otro tipo de partidos. Pero eso es muy difícil de orquestar, de construir. Lo otro, la Constitución, ya está en el sistema, no tienes que crearlo, aunque también es difícil de activar o de preservar porque, en muchas ocasiones, lo que el populismo en el poder hace, precisamente, es cambiar la Constitución.

CBR: En Yo, el pueblo usted menciona cuán sorprendente resulta la escasez de estudios, dentro de la bibliografía sobre el populismo, a propósito de las constituciones: de lo que los populistas hacen con ellas, de lo importantes que pueden ser para evitar lo que recién llamaba “el momento de la fatalidad”. Quizá aquí convendría hacer una distinción fina: una cosa es la Constitución, entendida como un documento que crea derechos y poderes o en el que se plasma un proyecto nacional o ideológico, y otra cosa, muy distinta, es el constitucionalismo, la doctrina de que todo poder debe estar limitado. En ese sentido, puede haber constituciones populistas pero no hay tal cosa como un constitucionalismo populista, no puede haberlo.

Nadia Urbinati: ¡Excelente distinción!, aunque ya hay algunos académicos trabajando en esos temas. Paul Blokker fue uno de los primeros en analizar la política constitucional del populismo en Europa del Este, y hay otros, pero, en efecto, no hay tal cosa como un populismo constitucional, solo existe la democracia constitucional.

La democracia se da a sí misma una Constitución para durar en el tiempo, para permitir la integración de nuevas mayorías, para limitar los poderes, en fin, para garantizar la libertad. Esas son las cualidades que definen a la democracia, que el constitucionalismo protege y que necesitan reproducirse todo el tiempo para que la democracia subsista. Ese es el objetivo. La democracia constitucional trata de institucionalizar la posibilidad de que haya cambios en el gobierno, de que a veces ganen unas mayorías y a veces otras, sin que eso implique un cambio de régimen. Lo que el populismo hace es interrumpir esa continuidad institucional, esas condiciones que permiten que la democracia se reproduzca, introduciéndose en ella, pero declarando que su mayoría es la mayoría, que su victoria electoral es la victoria electoral. Así, busca darle eternidad al momento de su victoria en lugar de dársela al proceso que le permitió ganar.

La democracia constitucional se puede interrumpir con un golpe de Estado y punto, ahí termina la historia. Eso no es lo que hace el populismo, porque su existencia depende de que la mayoría populista se mantenga, de que haya movilización social a su favor, de seguir ganando elecciones. Los populistas no quieren ponerle fin a eso porque necesitan legitimidad electoral, es de donde viene su fuerza. Lo que hacen, entonces, es mantener el proceso democrático pero desfigurándolo, evitando que pueda operar en su contra.

¿Cómo?, tratando de eternizar su mayoría, presentándola como la mayoría buena, la mayoría verdadera o auténtica, impulsando que sea asumida en esos términos, incluso sin necesariamente quitarles sus derechos a las oposiciones o atentar contra la libertad de expresión. Es complicado, pero maniobran dentro de los márgenes que les ofrece la Constitución. Eso fue muy claro en el caso de Hungría, también hay muchos ejemplos en América Latina. Claro, luego los populistas empiezan a cambiar la Constitución, una reforma por aquí, otra reforma por allá, una tras otra, para instalar su mayoría dentro de la propia Constitución.

CBR: Muchos politólogos han caracterizado el populismo como un tipo de estrategia política o como un estilo retórico, pero usted plantea concebirlo como “un nuevo modelo de representación”, ¿a qué se refiere con eso? y ¿cómo difiere, concretamente, de lo que han propuesto otros teóricos del populismo?

Nadia Urbinati: Primero que nada, el populismo no puede ser solo una retórica, porque esa retórica es un recurso que usan todos los grupos, todos los partidos, particularmente si están en una campaña electoral: el antagonismo del nosotros contra ellos, hablar en nombre del pueblo, apelar a los agravios sociales. Es tan común que realmente no se puede decir que esa retórica sea el populismo. La política está hecha de retórica: en esto Ernesto Laclau estaba totalmente en lo correcto. La pregunta, para mí, no es qué hacen los populistas con la retórica, sino qué hacen con la representación.

La representación es una manera muy peculiar de hacer política. Dentro de la tradición de la democracia constitucional, la representación se basa en un cuerpo legislativo y, al mismo tiempo, gracias a los partidos, las asociaciones, los movimientos, la participación y la opinión pública, en una corriente que circula por dentro y por fuera de las instituciones. Quienes están en el parlamento se convierten en un referente y todos los ciudadanos queremos que estén al tanto de lo que pensamos de ellos. Así, lo que hay es una mutua influencia, un dar y recibir constante con quienes cumplen ese papel representativo. La representación no es una fórmula para delegar poder a los partidos, es una forma de participar en la vida política. Pero para lograr eso se necesita algo más que las urnas, algo más que los votos; se necesita tener cuerpos intermedios —partidos, órganos autónomos, prensa, sindicatos, universidades, etcétera– porque sin ellos no se puede crear la representación.

Quienes llegan al parlamento no llegan a título individual, no te representan a ti o a mí, nos representan en términos de propuestas, plataformas, ideas, no importa qué tan realistas o absurdas sean. El punto es que no son nuestros representantes individuales. Eso implica un pluralismo, una organización dentro de la sociedad civil, y también implica una separación, llamémosla una brecha, entre la institución y el nosotros que está siendo representado por ella. Esa separación no es mala, es inevitable; la pregunta es qué tan ancha se vuelve y qué problemas surgen de ahí. No es mala porque nos permite vigilar, nos permite mantener bajo el ojo público lo que hacen los representantes y tratar de presionarlos, influirlos, criticarlos para, eventualmente, votar o ya no votar por ellos. La existencia de esa separación garantiza la posibilidad de no identificarnos con ellos, nunca, incluso si tenemos ideas muy parecidas, porque no somos lo mismo.

Lo que los populistas hacen es eliminar esa separación, proclamando que el pueblo se articula unitariamente en torno a un liderazgo. Laclau lo explica muy bien cuando dice que “el populismo es el rostro del líder”. Ese rostro del líder hace algo que los partidos no suelen hacer: aglutina muchas demandas distintas encontrándoles un antagonismo en común, contra los inmigrantes, contra los ricos, contra las mujeres, lo que sea, no importa el tema: el punto es unificar una diversidad, una multitud de demandas en torno a ese rasgo en común. A veces es un rasgo muy delgado, pero encuentra mucha fuerza en el rostro del líder, quien se convierte en algo parecido al papa en la Iglesia católica. El líder es el lugar en donde se unifica una realidad muy compleja, sin embargo, en lugar de ver esa complejidad simplemente vemos la unidad del pueblo populista alrededor del líder.

En suma, en el populismo la representación es lo opuesto a lo que habíamos dicho: no crea una brecha entre la institución y nosotros, sino que incorpora al líder y al pueblo. Lejos de separarlos, hace que el líder se vuelva su boca, su rostro, y el pueblo entonces no puede controlarlo porque no existen el espacio ni los mecanismos para ejercer ese control. El líder se vuelve plenipotenciario gracias a que se muestra como la encarnación del pueblo. El populismo hace lo contrario que la representación tradicional: en lugar de limitar o controlar a través de la participación constante, crea un superpoder, un liderazgo muy poderoso gracias a la identificación, la aprobación o el apoyo permanentes del pueblo.

El líder populista adquiere credibilidad atacando al establishment, es decir, a los que están a cargo o dentro del sistema. Pero una vez que él está a cargo, tiene que demostrar que no se ha vuelto parte del establishment a pesar de estar dentro de la institucionalidad. ¿Qué hace, entonces? Pasa la mayor parte de su tiempo cultivando una relación permanente con el pueblo a través de los medios, de la televisión, como lo hacía Chávez con Aló, presidente, para mantener el sentido de unidad con el pueblo. Así, más que participación, el modelo de representación populista promueve una propaganda permanente para hacer que la gente confíe en el líder aunque no entienda lo que está haciendo. Es como un rezo, una letanía que se repite una y otra vez. Al final, tú no controlas a tu sacerdote; en la oración, más bien, te vuelves uno mismo con él.

CBR: El término “demagogia” se usa mucho como sinónimo de populismo. En su libro, usted discute las diferencias conceptuales y contextuales entre uno y otro, rechazando contundentemente esa equiparación, ¿por qué?

Nadia Urbinati: Yo considero que el populismo se desarrolla al interior de la democracia representativa y la demagogia dentro de la democracia directa. El demagogo, como decía Max Weber, es un líder al interior de una asamblea que, mediante el uso de ciertas técnicas retóricas, la convence de votar de tal o cual manera. El populista, en cambio, no nada más habla para inducir una decisión, hace política para encarnar una voz colectiva, algo que el demagogo no necesita hacer. El demagogo habla por sí mismo, el populista representa al pueblo.

CBR: Otra distinción que usted plantea respecto al populismo tiene que ver con las elecciones, con cómo se conciben, cómo se compite en ellas y cómo se interpreta su resultado. En algún momento usted sostiene que “la democracia significa libertad y el populismo significa unidad”, ¿qué quiere decir con eso?

Nadia Urbinati: En una democracia constitucional las elecciones son un mecanismo para participar y expresar preferencias, para escoger a un candidato, un partido o una plataforma y, al final, para crear una mayoría capaz de gobernar por un periodo de tiempo, una mayoría que no es para siempre sino temporal, circunstancial o cíclica. Eso supone, como decía Norberto Bobbio, que practicar la democracia no se trata solamente de votar para que gobierne la mayoría, se trata también de respetar las diferencias y las reglas del juego, la competencia y los resultados, el hecho de que siempre habrá otra oportunidad para volver a buscar el voto. Para la democracia, las elecciones son una escuela de soluciones relativas, no absolutas, a través del tiempo.

Para el populismo, en cambio, las elecciones sirven para certificar que su mayoría es la correcta, para probar que los votantes están interpelando al poder de la manera correcta y reconocen al líder correcto. Algo así dijo Trump durante su inauguración en 2017: que no era una mera transición entre una administración y otra, o entre un partido y otro, sino la transferencia del poder de Washington, de vuelta al pueblo estadounidense. En su discurso, las victorias previas habían sido victorias de unas mayorías espurias, porque en realidad habían sido victorias del establishment, mientras que la suya era la victoria verdadera de la mayoría verdadera que por fin había encontrado a su verdadero líder. El valor de las elecciones anteriores era relativo, mientras que el de su elección era absoluto: la suya no era una mayoría circunstancial sino definitiva, el pueblo al fin había triunfado, la mayoría había encontrado quien finalmente la encarnara. A través del triunfo del líder, pueblo y mayoría se habían vuelto uno mismo.

Esa es la diferencia: en la democracia las elecciones son un mecanismo para escoger libremente mayorías temporales; en el populismo son un plebiscito para corroborar la unidad absoluta entre el pueblo y el líder.

CBR: Me gustaría preguntarle cuál es el lugar que ocupa Yo, el pueblo dentro de su obra. Desde mi perspectiva, este se puede ser leer como la última entrega de una trilogía que comienza con su libro sobre la genealogía y los principios de la democracia representativa (Representative Democracy: Principles and Genealogy); luego continúa con su libro sobre el desfiguramiento de la democracia (Democracy Disfigured: Opinion, Truth, and the People); finalmente desemboca en este último libro sobre el populismo. Esos tres trabajos, leídos así, trazan una larga historia sobre la evolución del experimento democrático, sobre sus mutaciones y desafíos, hasta culminar en el momento político actual, ¿esa fue su intención?, ¿así lo tenía planeado? o ¿cómo fue que estos tres volúmenes terminaron creando este orden específico?

Nadia Urbinati: Qué bonita pregunta, esto significa que me has leído con mucho cuidado. Déjame ponerlo de la siguiente manera. En 1996 hubo una conferencia sobre populismo y oligarquía en la Universidad de Princeton, organizada por varios amigos e instituciones, a partir de una inquietud compartida por lo que estaba pasando en Italia, por lo que entonces parecía el principio de un nuevo experimento populista en una democracia occidental, por el colapso de los partidos tradicionales, por la figura de Berlusconi. Todos estábamos preocupados pero, extrañamente, casi nadie en la conferencia habló sobre populismo. Yo presenté un texto sobre populismo porque de eso se trataba la reunión, ¿no?, sin embargo, los demás hablaron sobre justicia, sobre deliberación, sobre medios de comunicación, etcétera. Esa fue la primera vez que me di cuenta de que el populismo tiene que ver con algo que transforma la democracia.

Después me contrataron en la Universidad de Columbia, donde comencé a trabajar bajo las condiciones del tenure track y me hicieron ver que si quería tener futuro, alguna esperanza de éxito, estudiar el populismo no era tan buena idea porque el populismo era un tema muy regional, muy local, en el que quizá se interesarían quienes hacían política comparada, sobre todo en América Latina, pero nadie en mi propio campo de especialidad, que es la teoría política. El populismo no se veía como un tema para teóricos.

En esas estaba cuando al año siguiente salió el libro de Bernard Manin (The Principles of Representative Government), un libro que muestra cómo el gobierno representativo terminó siendo democrático, no porque esa fuera su naturaleza o su trayectoria histórica, sino de manera accidental. Así que decidí moverme del populismo al estudio de la representación, a tratar de entender qué es la representación democrática. De ese proyecto salieron los dos primeros libros que mencionaste; no es que así los haya planeado, pero entre más trabajaba en ellos más terminaron siendo dos libros muy coherentes entre sí. El segundo se publicó en 2014, cuando el populismo ya estaba en el horizonte, en todas partes. Como para entonces ya me habían dado el tenure, pensé: bueno, ya tengo la libertad de escribir lo que yo quiera, ahora sí voy a hacer el libro sobre populismo.

CBR: ¿¡Casi veinte años después!?

Nadia Urbinati: Sí, así es. Este libro sobre populismo lo empecé antes de que Trump apareciera en el mapa. Ya que apareció mis editores en Harvard University Press, muy inteligentes, me dijeron que ahora todo se trataba de Trump, así que cambiamos el título para dar cuenta de cómo el “nosotros, el pueblo” estaba mutando en un “yo, el pueblo”. El tema venía de mucho antes, pero el título sí cambió por Trump.

CBR: La portada de la versión en español, editada por Grano de Sal, muestra una figura que tiene el cuerpo de Mussolini pero la cabeza de Trump mirándose en un espejo. No es la misma portada que la versión en inglés, ¿cierto?

Nadia Urbinati: No, la versión en inglés muestra una mano compuesta por los cuerpos de muchas personas.

CBR: Supongo que es una alusión a la imagen clásica del Leviatán de Hobbes…

Nadia Urbinati: Sí, exactamente.


CBR: Pues, la verdad, me parece mejor la portada de la versión en español, con esa criatura mitad Mussolini, mitad Trump.

Nadia Urbinati: Sí, a mí también. Esa portada es asombrosa. Además de que, antes de fundar el primer régimen fascista en la historia, Mussolini fue un populista. Un populista que se hizo del poder de una manera dramática, con la Marcha sobre Roma,* pero sin romper el orden constitucional. Ya en el poder, sin embargo, acabó con la democracia.

CBR: Incluso sin llegar a esa fatalidad, que siempre está latente, el populismo suele producir democracias inestables, ¿no? Quizá porque una serie de problemas crean las condiciones para que los populistas ganen elecciones, aunque ya en el gobierno no suelen ocuparse tanto de resolver esos problemas, sino de instrumentalizarlos, de utilizarlos como armas políticas. Uno suele creer que generar cierta estabilidad está en el interés de quienes ejercen el poder, pero, como ha dicho el académico Francisco Panizza, el populismo no constituye una política de “tiempos normales”. La expectativa de normalización, en pocas palabras, no suele formar parte del repertorio populista, ¿por qué?

Nadia Urbinati: Porque de eso se trata el populismo, por eso es tan problemático y a veces, incluso, peligroso. La democracia constitucional consiste en ponerle límites al poder y el populismo siempre está queriendo maniobrar con esos límites, empujarlos más lejos, con el fin de tener más poder en nombre de su mayoría o del pueblo. Si los populistas aceptaran las limitaciones de la democracia constitucional, dejarían de ser populistas. Los ha habido, populismos que se convierten en partidos más o menos ordinarios: el movimiento Cinco Estrellas en Italia o Podemos en España, una opción de izquierda que no me parece un mal partido.

La cuestión es que cuando los populistas llegan al poder lo suelen hacer atrapados en su propia lógica, y la mayor parte de las veces ya no escapan de ella. Necesitan demostrar que son consistentemente populistas, es decir, no pueden volverse un gobierno ordinario sin correr el riesgo de ser vistos como un nuevo establishment. Entonces, ¿qué hacen? Despliegan una campaña electoral permanente que les impide parar, que los obliga a radicalizarse: quieren ser vistos como únicos, como diferentes a los de antes, como la encarnación del pueblo real. Pero como están en el gobierno y su líder encabeza una coalición amplia, con intereses y demandas muy diferentes, tienen que encontrar acomodos con muchos grupos, negociar, repartir beneficios, así que usan al Estado para mantener unida a su coalición y eso crea corrupción, incompetencia, dificultades económicas, etcétera.

Los populistas crean problemas para mantenerse en el poder. Eso, no obstante, abre oportunidades para sus opositores y finalmente, tal vez, la posibilidad de otro tipo de gobierno… Claro, si es que no trastocan demasiado el orden institucional o el poder ejecutivo no adquiere una cualidad cuasidespótica o dictatorial.

CBR: Se supone que el populismo es antielitista, pero los gobiernos populistas no terminan con el elitismo, solo le dan una nueva configuración. Usted lo advierte en su libro Yo, el pueblo: más que acabar con las élites, el populismo las sustituye por otras. Aunque suene contradictorio, existen las élites populistas. Ese fenómeno apunta hacia lo que podríamos denominar el artificio de la autenticidad populista: ¿ese puede ser un insumo para combatir al populismo, usar su convicción antielitista en contra suya?

Nadia Urbinati: Los populistas son muy buenos para demonizar a las elites existentes y luego reemplazarlas. Las teorías clásicas de Wilfried Pareto y otros todavía sirven para explicar ese proceso de sustitución de élites. El populismo usa esa dinámica para atrincherarse en el Estado, si puede, por un largo tiempo. Sin embargo, es incapaz de ser sincero al respecto, no puede darse el lujo de admitir que eso hace. Los populistas, entonces, insisten en que ellos no son otra élite, sino el pueblo verdadero. Uno de sus trucos es decir que si no tienen éxito, si no logran lo que prometieron, es porque las élites no se los permiten.

Para los populistas es muy funcional la existencia de sus enemigos. No son como los fascistas, que quieren eliminarlos, ellos prefieren correr el riesgo de aprovechar su presencia, de fustigarlos, de hacerlos responsables de sus propios fracasos. Los populistas necesitan que alguien desempeñe el papel de una élite externa que fortalezca el sentido de pertenencia y la disciplina de su propia coalición. Es decir, no son totalitarios, no buscan la dominación extrema, no porque sean buenos o tengan intenciones nobles, sino porque la lógica del populismo es la lógica de proclamar que son el pueblo verdadero, no otra élite, y para eso necesitan que siempre haya un culpable contra el cual abalanzarse, para eso necesitan que exista cierto pluralismo, necesitan que siempre haya otros. Eso los hace, en cierto sentido, menos peligrosos que el fascismo.

La pregunta es cómo podemos combatirlos cuando están en el gobierno. Es un problema, pues desafortunadamente el populismo cambia la manera en que operan las oposiciones. Si quieres atacar a un líder populista con éxito, quizá tengas que volverte un populista. Una vez que el populismo se ha instalado en un sistema político, desde la oposición o desde el gobierno, es casi imposible escapar de su lógica. La gente deja de confiar en las instituciones ordinarias, piensan “ah, son los mismos de siempre, son la élite”. El lenguaje del populismo permea en la opinión pública y hace que incluso personas que no se consideran populistas terminen pensando como los populistas: que no confíen en los partidos, en el establishment, en los especialistas. La propia opinión pública se transforma. Eso hace muy difícil luchar contra el populismo, contra esa lógica que se reproduce permanentemente. Eso, en mi opinión, es muy peligroso.

CBR: Sostiene usted que los debates sobre el populismo siempre son muy difíciles porque, en el fondo, son debates sobre cómo interpretamos la democracia. Uno puede interpretarla, por ejemplo, como la redistribución del poder, como la representación política de los excluidos o como el antagonismo contra las oligarquías. El populismo puede darle curso, sin duda, a ese ímpetu democratizador. Pero el populismo también puede ser profundamente antidemocrático en la medida en que promueve la concentración del poder en la figura de un único líder, la erosión de los cuerpos intermedios o la creación de una nueva oligarquía. Quizá también es difícil debatir sobre el populismo por ese carácter simultáneamente democratizador y antidemocrático que entraña.

Nadia Urbinati: El populismo tiene la habilidad, o al menos la intención, de siempre querer ser oposición y gobierno al mismo tiempo. Esto se ha vuelto particularmente relevante hoy, en la medida en que han desaparecido los partidos socialdemócratas, es decir, aquellos que eran capaces de proponer el cambio social sin recurrir a estrategias populistas. En el mundo contemporáneo ya casi no conocemos a ese tipo de partidos, aun cuando serían muy importantes porque hay mucha gente sufriendo por razones económicas, de precariedad, desempleo, pobreza, etcétera. Esas personas se sienten abandonadas, sienten que no tienen ningún poder, y lo que está ocurriendo es que no salen a votar o, cuando votan, lo hacen por líderes populistas. Entonces, ¿en qué podemos cifrar nuestras esperanzas? La esperanza socialdemócrata, en este momento, es un anacronismo, está acabada. A menos de que desarrollemos una nueva forma de partidos de oposición, me temo que lo más probable es que el populismo haya llegado para quedarse entre nosotros. En todas partes es así.

CBR: Hacia el final de Yo, el pueblo usted advierte que el populismo obliga, tanto a la ciudadanía como a la clase política, a reflexionar sobre qué ha salido mal, a reconocer de dónde y cómo surge una insatisfacción tan radical, tan hostil, contra la democracia representativa, contra los partidos políticos, contra las élites. Con todo y esa advertencia, usted evita, creo que de manera intencional, caer en un discurso catastrófico y más bien procura recordar el carácter experimental que ha tenido la democracia a lo largo de su evolución histórica, recordar que el descontento social no es un veneno sino un ingrediente de la política democrática. En suma, usted pide escuchar la pregunta que formula el populismo, tomarla en serio, aunque en este momento carezcamos de una respuesta…

Nadia Urbinati: Sí, es que no sé qué vaya a pasar, pero sí sé que la democracia se transforma internamente todo el tiempo. Esa ha sido su historia. Si uno es coherente con lo que supone vivir en una democracia, no hay tal cosa como la última palabra. Incluso en la dimensión de la opinión o de las audiencias, todo siempre está flotando, redefiniéndose, modificándose. Esa capacidad de cambiar es algo bueno: significa que nada está escrito en piedra, que podemos tener la esperanza de que las cosas eventualmente se muevan en una dirección distinta. Si la democracia no se ve interrumpida por una salida dictatorial, puede producir otras respuestas, otros partidos, otras figuras, otra política.

Yo creo en esto porque creo en el experimento democrático. Por un lado, no creo que haya una medicina que resuelva todos los problemas, el antídoto que aplicas contra el populismo y ya está. No, no, la política continúa y la democracia es un sistema muy elástico. A pesar del descontento, de sus crisis e incluso de sus fracasos, sigue siendo capaz de explorar y generar nuevas soluciones, no porque alguien así lo quiera o lo decida, sino por la propia lógica del proceso democrático: a veces sale bien, a veces sale mal. Es parte de su naturaleza. Tenemos que estar abiertos a ello, a lo positivo y a lo negativo, así hay que entenderlo. No hay respuestas definitivas. Yo siento una especie de modestia en relación con la democracia porque para mí ha sido capaz de lograr mucho más de lo que solemos creer o darle crédito. Tenemos que asumir que la democracia es un gran laboratorio político.

Por otro lado, tenemos que confiar en sus fundamentos: en una distribución más equitativa del poder, en desmantelar las formas de dominación arbitraria. Eso implica cultivar cierta disposición a entender que a veces la democracia no nos da lo que deseamos: a veces encumbra malos líderes, a veces engendra malas decisiones. Lo bueno es que en la medida en que sobreviva la disposición democrática tendremos capacidad de cambiar. Al final, de eso se trata la democracia, no de que las cosas siempre salgan como quisiéramos.

CBR: Para terminar me gustaría preguntarle algo más sobre el papel de los críticos frente al populismo, en particular, en el caso de México, ya que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador acusa muchos de los rasgos que usted ha descrito y está acercándose al que tal vez sea su momento de fatalidad, con una reforma constitucional que tiene bajo la mira al instituto nacional encargado de organizar las elecciones. Hay mucha incertidumbre, mucho temor, el presidente no tiene todos los votos en el Congreso, pero sigue teniendo respaldo mayoritario y algunos legisladores de oposición lucen vulnerables…

Nadia Urbinati: Las voces críticas son indispensables. ¿Conoces la historia de Pinocho?, ¿de su compañero, Pepe Grillo, el que todo el tiempo le dice “ten cuidado, ten cuidado”? Yo creo que las voces críticas tienen que desempeñar ese papel: alertar a la gente sobre las consecuencias que quizá no están viendo o no quieren ver, de posibles cambios al sistema electoral o a la Constitución. Los periodistas, los académicos, quienes ejercen la crítica y tienen alguna influencia deben recordarle constantemente a la gente que lo que está en juego, más allá de las maniobras del gobierno o de la mayoría en turno, es su libertad y su futuro.

Si yo fuera una voz de oposición en este momento en tu país, también intentaría no ser oposición solo por ser oposición, por llevar la contraria; trataría, más bien, de hacer que la gente razone, que dude de quienes tienen el poder, que le dé una segunda pensada a las cosas. Yo lo he vivido en mi país, en Italia, esa falta de sabiduría frente a acciones de gobierno o ante cambios electorales muy problemáticos. Maquiavelo decía que la razón no se debe dejar arrastrar por las corrientes de opinión, no importa cuán comunes o fuertes sean. No sé qué tan realista sea, pero esa es la posición que yo asumiría.

CBR: Es una posición realista, sí, pero que puede ser muy frustrante. A veces parece que no hay oídos que quieran escuchar, independientemente de lo que se les diga.

Nadia Urbinati: Desafortunadamente, ese es el destino de Pepe Grillo, ese animal diminuto que quiere ser la conciencia de Pinocho. Aunque muchos no los escuchen, los críticos siembran semillas en la opinión pública, semillas que no parecen rendir ningún fruto en el corto plazo, pero quizá después lo hagan u otras voces los retomen. Yo sé que es muy difícil ir a contracorriente, que la corriente es muy fuerte y destructiva, pero no hay que dejarse arrastrar por ella. Hay que seguir ejerciendo la crítica, ese es nuestro trabajo frente a una situación así.


 * La Marcha sobre Roma ocurrió en la última semana de octubre de 1922 y fue el movimiento, encabezado por Benito Mussolini, que forzó su nombramiento como primer ministro. Tras llevar a cabo manifestaciones masivas en las principales ciudades italianas, entre veinticinco mil y treinta mil personas se trasladaron a la capital con el objetivo de presionar al rey Víctor Manuel III para que depusiera al gobierno de Luigi Facta y nombrara, en su lugar, a Mussolini como nuevo jefe de gobierno.

El libro de Nadia Urbinati, Yo, el pueblo: Cómo el populismo transforma la democracia, fue editado en México por Grano de Sal.

miércoles, 26 de octubre de 2022

El martes del jaguar

Por: Raymundo Riva Palacio, 26 de octubre de 2022

El espionaje político en México no es nuevo. Lo que es inédito es la normalización del espionaje, y que en lugar de indignarnos, festejemos el circo. Nuestra sociedad política ha caminado para atrás. Los valores y principios democráticos están tergiversados, comenzando por el inquilino de Palacio Nacional, de cuyo pulgar depende la suerte de amigos y adversarios. Cómo se han deteriorado las cosas en los últimos años. Estábamos mal y ahora estamos peor. La degradación de la vida pública es creciente.

Otrora, la revelación de la existencia de un centro de espionaje era un escándalo. Lo vimos en el Estado de México en 2001 y en 2009, y en Puebla en 2010. Los gobernadores quedaron expuestos y se abrieron investigaciones. Hubo procesos y cárcel para algunos. La impunidad estaba acotada por la propia sociedad. Hoy, todo es chacoteo. O peor.

El Gobierno federal ha provisto de insumos a quienes no tienen pudor para utilizar la información que les proporcionan, porque en lugar de consecuencias legales, habrá premios. Son parte de un régimen donde la ilegalidad es pieza de un código genético en expansión. El ejemplo más visible de esto es Layda Sansores, la gobernadora de Campeche, que recibió 60 horas de audios del Centro Nacional de Inteligencia sobre el líder del PRI, Alejandro Moreno, para acabar con su imagen pública y eliminar sus espacios de maniobras.

La difusión de sus conversaciones lo dobló, y se convirtió en un peón legislativo del Presidente. Habían sido ilegalmente obtenidas, mediante la intercepción de sus comunicaciones con el software Pegasus, y con grabaciones directas a través del programa que activó el micrófono de su celular. Ante los reclamos y denuncias legales de Moreno, la Fiscalía General de la República anunció que iniciaría una investigación. ¿Qué ha quedado de ello? Ni el recuerdo.

La gobernadora Sansores continuó la difusión de los audios, y cuando se le impuso una medida cautelar, la ignoró por un rato y luego encontró la forma de darle la vuelta. La semana pasada escaló, y anunció que daría a conocer audios del coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, enemistado con el Presidente. Y al igual que sucedió con los audios de Moreno, la conversación fue sobre que sería lo que podrían contener, no sobre el hecho mismo de la existencia de espionaje político en este régimen y, peor aún, la difusión de lo obtenido.

La ilegalidad que se vive forma parte de la dinámica de irracionalidad en la que se mueve el corpus político mexicano. El extremo del absurdo de los trastocado que están las cosas recayó en el Presidente Andrés Manuel López Obrador, que después del amago de Sansores y la respuesta de Monreal de que era una guerra sucia dentro de Morena, dijo que esa confrontación no afectaba, pero era “de mal gusto”. Una ilegalidad no es de mal gusto, es una violación a la Constitución.

El artículo 16 establece que todas las comunicaciones privadas son inviolables y será sancionado de forma penal cualquier atentado, excepto cuando una de las personas que participa las aporte de manera voluntaria. No es el caso. Sansores no era parte de las conversaciones de Moreno y muy probablemente tampoco de las de Monreal, por lo que haber difundido las del líder del PRI era un delito flagrante, pero no pasó nada. El Presidente agregó, a propósito del diferendo intramorenos, que la gente está muy consciente y no se deja manipular.

De hecho, es todo lo contrario. La “gente” incluye la sociedad y la sociedad política, que se cruzan pero no es lo mismo. Colectivamente están siendo manipuladas, y lo gozan como el pan y el circo en la antigua Roma. ¿Cómo puede decir que hay conciencia entre la gente cuando obscenamente se está violando la ley? ¿Cómo puede decir que no se deja manipular cuando el espectáculo oscurece la razón? ¿Cómo puede afirmar que no afecta cuando lo que ha sucedido es una trastocación de valores de la cual veremos las consecuencias más adelante?

Lo que estamos viendo pasar frente a nuestros ojos es la institucionalización del espionaje político, tolerable siempre y cuando venga del Gobierno de López Obrador y sea ejecutado por sus alfiles. Nos lo regalan envuelto en folclore, musicalizado con salsas y cumbias, con escenarios pletóricos de colores tropicales, y con una gobernadora como maestra de ceremonias en el teatro de lo absurdo. La sociedad y la sociedad política celebran y disfrutan.

El martes del jaguar, su talk show semanal, crisol de la ilegalidad y de la banalización rupestre del servicio público, provoca increíblemente que cada vez un mayor número de personas contengan el suspiro en espera de sus revelaciones anticonstitucionales. Ya no cuestionamos los actos ilegales del Gobierno, como lo hacíamos hace pocos años, sino los disfrutamos. Es tal el cinismo, que el espionaje político no se hace de manera subrepticia, como en el pasado, cuando se utilizaban mensajeros para transmitir el mensaje a aquellos con quienes había agravios y buscaban someter, sino se hace en una carpa.

Se anuncia que se va a cometer un delito, y en lugar de censurarlo, se sintoniza el martes del jaguar, donde la información secreta deja de ser confidencial para ser utilizada para amedrentar, domar o atacar a un adversario. No hay gritos discordantes. ¿Dónde quedó el Poder Judicial? Tampoco reclamos políticos ni advertencias de juicio de desafuero al servidor público que cometa un delito.

Ese hubiera sido el destino de Sansores en otros tiempos, y se hubiera hundido en la ignominia. Ahora es una heroína a la que el Presidente le confesó respeto y cariño. Patético. No condena lo que hace -porque es su instrumento-, y para poner bálsamo dice que son “de mal gusto” las amenazas a Monreal, subrayando así su respaldo a la ilegalidad. ¿Le extraña a alguien? A nadie. De hecho, la mayoría ni siquiera se ha dado cuenta de los que están construyendo al haber caído presa de la cultura de la ilegalidad impulsada por el Presidente.

lunes, 24 de octubre de 2022

Asesinatos y deuda

 Jorge Fernández Menéndez 24oct22.

¿Por dónde empezar?, ¿por el asesinato de un alto funcionario de Puerto Vallarta que ahora, una vez asesinado, todos asumen que era parte del narcotráfico, aunque hasta el sábado aspiraba públicamente a ser candidato de Morena en Jalisco?, ¿por la deuda pública aprobada en la ley de ingresos del 2023, la más alta en la historia del país?, ¿o con Dos Bocas, ese paradigma del despilfarro, nuevamente inundada, como adelantaron que sucedería todos los especialistas importantes del país?, ¿o nos quedamos en la arena de la política con un secretario de Gobernación que asegura que los mexicanos del sur son más inteligentes que los del norte?

Comencemos por lo sucedido en Guadalajara: tercer enfrentamiento en la zona residencial de la capital tapatía a pleno día, donde resultan muertos el secretario de gobierno del municipio de Puerto Vallarta, Salvador Llamas, un exjefe policial que aparentemente trabajaba con él, uno de sus custodios y supuestamente uno de sus agresores. Llamas comía con el jefe policiaco y otra persona, que a mitad de la comida sacó una pistola y los mató. Afuera del restaurante tenían gente de apoyo que disparó contra sus custodios. Evidentemente, el funcionario conocía a quien lo mató, y se supone que era una reunión con un integrante del crimen organizado. 

Pero más sospechosa fue la reacción de Morena ante el asesinato de uno de sus consejeros nacionales y aspirante a la candidatura a gobernador. No hubo declaraciones de los dirigentes, pero sectores de la oposición interna del propio partido, como John Ackerman, destacaron que Llamas era, en realidad, un narco metido en el partido. Nada de Mario Delgado o de Citlalli Hernández, contra quienes iban dirigidas las andanadas.

Si eso lo cruzamos con uno de los documentos de Guacamaya, de inteligencia militar, que dice que el 85 por ciento de Jalisco está bajo control del Cártel Jalisco Nueva Generación, que ha tejido una estrecha red que involucra fuerzas de seguridad locales, funcionarios municipales y estatales, y otro que identifica a los jefes policiales relacionados con el CJNG, tenemos una imagen de la profundidad de la crisis de seguridad en uno de los estados más importantes del país.

Vamos a la ley de ingresos. Dicen que el presupuesto (incluyendo la ley de ingresos que le da sustento) es política concentrada. La idea que nos da el paquete fiscal que se aprobó en la madrugada del viernes es, por lo menos, muy preocupante. El dinero no alcanza, aunque haya cifras de crecimiento (superiores a 3 por ciento) muy optimistas, que nadie más contempla, pero la deuda se eleva hasta un billón 176 mil millones de pesos. El presidente López Obrador dice una y otra vez que no ha aumentado la deuda, pero lo cierto es que sólo para el año próximo la deuda crecerá un 28.4 por ciento, y son cifras oficiales.

Mientras tanto, para pagar las obras faraónicas del sexenio, que es donde se va el grueso del dinero, se busca recortar todo tipo de programas, desaparecer instituciones e incluso se tomó una partida que es insignificante en términos fiscales, pero muy importante para la cultura. Hasta ahora, los libreros podían descontar un 8 por ciento de sus ventas de libros, revistas y periódicos. Ese beneficio también desapareció. 

Se quiere desaparecer al INE, una de las instituciones emblemáticas del Estado mexicano, porque 14 mil millones destinados a organizar elecciones y mantener la credencial de elector es muy caro, pero las pérdidas de la CFE (que en 2017 tenía utilidades) suman 95 mil millones; en el AIFA se invirtieron 104 mil millones; las pérdidas de Pemex en 2021 fueron de poco más de 224 mil millones; al tren Maya ya se han destinado más de 300 mil millones; la cancelación del aeropuerto de Texcoco costó 331 mil millones y en Dos Bocas se llevan invertidos 360 mil millones… Y se inunda.

La mejor demostración del dispendio que es Dos Bocas, más allá de que se inunde, un problema seguramente menor en una refinería de alto riesgo, es la comparación con la que se compró en Texas, la de Deer Park. Costó mil 600 millones de dólares y trabaja desde el día uno, este año ya tuvo utilidades. Dos Bocas terminará costando poco más de 30 mil millones de dólares y nadie sabe cuándo comenzará a funcionar. Con lo gastado en Dos Bocas se podrían haber comprado en Estados Unidos más de diez refinerías.

Y mientras tanto, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en gira por el país para supuestamente impulsar la reforma constitucional sobre participación militar en seguridad pública hasta 2028, ha sorprendido a todos con algunas de las declaraciones más bizarras de los últimos tiempos, ninguna como ésa de que los mexicanos del sur, los de su tierra, Tabasco, son más inteligentes que los del norte (refiriéndose a Nuevo León, pero también a otras entidades). No creo que nadie con ese discurso busque la candidatura presidencial, pero quizás en su mira ya no está la candidatura ni Gobernación, sino la dirigencia del partido, de Morena.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Ya nos saquearon

Sergio Sarmiento

01 Sep. 2022


"Aquellos que no pueden recordar el

pasado están condenados a repetirlo".


Jorge Santayana

Hoy hace 40 años, el 1o. de septiembre de 1982, José López Portillo dirigió su sexto informe de gobierno al Congreso y a la nación: "No vengo aquí a vender paraísos perdidos ni a buscar indulgencias históricas", dijo con esa habilidad retórica que siempre lo caracterizó. Ofreció un recuento de los logros de su gobierno, pero añadió: "Con lo que no pudimos fue con la pérdida de confianza en nuestro peso, alentada por quienes, adentro y afuera, pudieron manejar las expectativas y causar lo que anunciaban, con el solo anuncio. Así de delgada es la solidaridad. Así de subjetiva es la causa fundamental de la crisis... Contra esto ya no pudo el vigor de nuestra economía".

No reconoció que la devaluación y la crisis eran producto de sus propios errores. Acusó a "una banca concesionada, expresamente mexicanizada, sin solidaridad nacional y altamente especulativa", de todos los males de la economía. Declaró: "He expedido en consecuencia dos decretos: uno que nacionaliza los bancos privados del país, y otro que establece el control generalizado de cambios... Es ahora o nunca. Ya nos saquearon. México no se ha acabado. No nos volverán a saquear".

Fue uno de los episodios más costosos de nuestra historia política. El control de cambios provocó una enorme fuga de capitales y frenó el ingreso de divisas frescas. La estatización de la banca (no nacionalización porque la banca, como él mismo reconoció, ya era mexicana) se convirtió en una barrera para el avance del país. El Presidente organizó manifestaciones para rendirse a sí mismo pleitesía y apoyo en imitación a las que en 1938 respaldaron la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. Cuando empezaron a promoverse demandas de amparo, cambió la Constitución post facto para establecer que el servicio de banca y crédito solo podía ser ofrecido por el Estado. Ante esta nueva redacción del artículo 28, la Suprema Corte, que de todas maneras obedecía las instrucciones del Presidente, no podía declarar la estatización como inconstitucional.

Las consecuencias fueron desastrosas. Desaparecieron los créditos a las pequeñas empresas y a las familias. Los recursos de la banca se usaron para financiar al gobierno y a las corporaciones con dueños cercarnos a la cúpula del poder. La falta de crédito y la desconfianza fueron en buena medida responsables de la "década perdida" de los ochenta.

Los bancos fueron privatizados en 1990-1991, pero el proceso también resultó fallido, en parte porque no se permitió que los antiguos dueños participaran en las licitaciones por sus instituciones, que ya conocían. Tampoco se permitió la compra por extranjeros con conocimiento de la banca. Se privilegió el ingreso fiscal ante la viabilidad de las instituciones. Los bancos se vendieron en un tiempo muy corto a precios astronómicos, de tres a cinco veces valor en libros, y con pasivos enormes, porque los dueños se endeudaron sin medida para participar en esta gran venta de garaje. Llegaron así frágiles a la crisis de 1994.

A 40 años el gobierno de López Portillo se recuerda como uno de los peores en la historia. El narcisismo del Presidente le impidió escuchar las voces de alerta. Con paso firme, y confiado en su popularidad, condujo al país al precipicio. Con lágrimas en los ojos ofreció en ese último informe una disculpa a los pobres que hundió más: "A los desposeídos y marginados... les digo que hice todo lo que pude para corregir el rezago... Más no pude hacer".

Quizá. Pero lo que hizo fue provocar un brutal desplome económico

 

 

· NEPOTISMO

 "Un joven que está terminando su doctorado, creo que en Harvard", será el director del nuevo monopolio gubernamental, LitioMx, dijo ayer AMLO: Pablo Taddei. ¿Experiencia relevante? Ninguna, pero es hijo del superdelegado del gobierno federal en Sonora, Jorge Taddei. Nepotismo abierto y descarado.

 www.sergiosarmiento.com

Nada cambia

Jorge Suárez-Vélez

01 Sep. 2022


López Obrador insiste en que ellos son diferentes. No lo son. Sería difícil que lo fueran cuando casi todos provienen del viejo PRI, de la peor versión del partido al que dicen detestar. Tienen las mismas mañas, los mismos vicios y también las mismas debilidades. Por eso, este sexenio acabará como otros sexenios priistas: con un Presidente solo, un equipo en el que cada quien vela por sus propios intereses y con algún nivel de crisis económica.

¿De dónde puede provenir ésta? Hay un deterioro claro. Per cápita, habremos perdido 10 años pues nuestra economía tendrá, a fines de 2023, el mismo tamaño que tenía en 2013. En 2022 habrá algo de crecimiento, quizá 1.7%, todo originado por Estados Unidos. Nuestras exportaciones han crecido 18.2% este año, gracias a la fortaleza de la demanda estadounidense, y las remesas 16.6% en parte por la necesidad que esa economía tiene de trabajadores. Pero viene una recesión, no demasiado profunda, en EU. Suficiente para que en 2023 crezcamos cero, o quizá decrezcamos un poco.

A muchos impresiona la popularidad de AMLO. En mi opinión, ésta puede resultar más efímera de lo que se teme. El descontento de la gente se refleja en la creciente migración. 40% de las detenciones en la frontera ya son de mexicanos, después de más de una década de migración decreciente. Si "el pueblo" está tan contento, ¿por qué arriesga la vida yéndose al país vecino?

El otro gran peligro es nuestro conflicto comercial norteamericano. México va a perder esta disputa. Claramente, estamos violando el acuerdo al bloquear la libre participación de empresas de EU en el sector energético. El riesgo es que la resolución fuerce a México a revertir la Ley de la Industria Eléctrica, a lo cual AMLO podría oponerse por el alto costo político que eso tendría con su base. Dada nuestra dependencia de esa relación comercial para crecer, ponerla en riesgo garantizaría una devaluación del peso. Espero que alguien se lo esté explicando al Presidente. Sabemos que evitarla ha sido su obsesión, pero ya ha cometido costosos errores en el pasado, como cancelar el nuevo aeropuerto.

La falta de medicamentos y vacunas prevalecerá. Otra vez no compraron vacunas del cuadro básico para 2023. Empieza a haber brotes de enfermedades infantiles que estaban casi erradicadas. El acceso a salud pública básica será cada vez más difícil, y la necesidad de gasto en salud privada más alta justo cuando el presupuesto familiar estará más apretado. Mientras el presupuesto para Dos Bocas ya va en 20 mil millones de dólares (cuando originalmente eran 8 mil), el subsidio a las gasolinas costará otro tanto y Pemex lleva 60 mil millones de dólares de pérdidas, los presupuestos para educación y salud van a la baja. El déficit público sigue creciendo y se acercará a niveles peligrosos, mientras la deuda también crece. Sí, casi un tercio de las familias reciben pagos del gobierno, pero dos tercios no y también votan.

Nuestra economía ya se sobrecalienta con mínimo crecimiento, pues la falta de apoyo gubernamental durante la pandemia eliminó a muchas empresas y pequeños negocios. A consumo creciente, ya no tenemos capacidad de oferta para responderle.

Es por eso que Morena quiere una reforma electoral. Por eso los ataques al INE y a sus consejeros se han vuelto constantes y evidentes. Morena necesita generar suficiente incertidumbre sobre el árbitro electoral en caso de que se ofrezca en 2024.

AMLO también necesita convencernos de que su candidata es imbatible. Nada garantiza más ese desenlace que convencernos de que es inevitable. Eso haría que políticos opositores, medios de comunicación y empresarios doblen las manos y se sumen, tácitamente o de facto, a Morena.

Si las elecciones del Estado de México son razonablemente cerradas, y la oposición logra una candidatura única en 2024, la alternancia es más que posible, probable. Pero esa victoria tendría que ocurrir por un margen suficiente, pues un Presidente que nunca ha reconocido una derrota, a pesar de haber perdido muchas veces, no empezará a hacerlo ahora. No son iguales, son mucho peores.

@jorgesuarezv

martes, 30 de agosto de 2022

Entre Chávez y AMLO

Francisco Martín Moreno en MURAL

30 Ago. 2022

El ciudadano presidente de la República se irrita cuando se le compara con Hugo Chávez, el otro dictador venezolano, sin embargo, bien haría en controlar su excandecencia a la luz de los siguientes hechos en absoluto dominio de la opinión pública:

 Chávez declaró: "Yo no me pertenezco, yo le pertenezco al pueblo de Venezuela...". AMLO afirmó: "yo ya no me pertenezco, pertenezco al pueblo de México". Chávez: "Amor con amor se paga...". AMLO: "Amor con amor se paga". Chávez: "O tú estás con la revolución o tú estás contra la revolución". AMLO: "O se está con la transformación o se está en contra de la transformación". Chávez: "Siempre he sido defensor del referéndum revocatorio". AMLO: "Desde hace años he venido planteando la revocación del mandato". Chávez: "El pueblo debe juzgar a sus gobernantes". AMLO: "El pueblo pone y el pueblo quita". Chávez militarizó al gobierno, AMLO militarizó al gobierno. Chávez creó su programa de televisión "Aló, Presidente", para polarizar y dividir a los venezolanos. AMLO utiliza sus "mañaneras" con el mismo propósito, además de insistir en el monopolio mediático. Chávez canceló el diálogo civil al igual que AMLO. Ambos reforzaron el papel del Ejército en la economía.

Chávez creó una guardia nacional; rifó aviones en Venezuela; hizo consultas a mano alzada; promovió una ley de extinción de dominio; estimuló la entrada de médicos cubanos para ayudar al financiamiento camuflado de la dictadura cubana; criticó a los empresarios llamándolos "escoarios"; creó delegados por provincia para controlar a los gobernadores; enalteció la pobreza como virtud y odiaba a los ricos; generó escasez de medicamentos y alimentos y hasta gasolina para medir y controlar al pueblo; nombró al fiscal general de justicia; sostuvo aquello de "Primero los pobres" y "Muera la corrupción" y confiscó los fideicomisos públicos... AMLO siguió su ejemplo llamando "pirrurris" y "fifís" a los empresarios, cuando éstos mantienen al país de pie y financian con sus impuestos el suicidio colectivo de México a través de la 4T...

Chávez, un connotado populista, se negó a construir un Estado de derecho; hizo de Venezuela un Estado fallido gobernado de acuerdo a sus estados de ánimo; prometió todo a todos y traicionó una a una sus promesas; instituyó el culto a la personalidad; favoreció los intereses de los militares; atacó a los medios de difusión; dictó discursos autoritarios; descalificó a sus opositores; inventó enemigos para acumular seguidores inoculados con diferentes tipos de miedos. AMLO no destruyó a sus opositores, los inmovilizó con la UIF, los chantajeó por corruptos y los nombró representantes de México en el exterior...

Chávez se erigió como defensor de los recursos naturales; se presentó como abanderado de los desamparados; encarnó la voluntad del pueblo y le regaló dinero, mientras no se desplomara el precio del petróleo; lucró políticamente con el sufrimiento de los pobres y los enfrentó a los ricos; culpó al neoliberalismo como el causante del desastre; fundó su poder en la movilización popular; violó la ley cuando ésta lo limitaba; mandó "obedeciendo" supuestamente al pueblo como si él fuera un nuevo Bolívar y luchó por el acceso digital gratuito para comunicarse con millones de personas al apretar un botón.

AMLO, electo también democráticamente, intenta desmantelar los organismos autónomos. Chávez llegó a ser el jefe absoluto de Venezuela, sí, pero AMLO ya es jefe del Estado mexicano, jefe de las Fuerzas Armadas, jefe de su partido, jefe de la coalición que lo llevó al poder y pretende ser también, a ojos vistas, jefe del Poder Legislativo y jefe del Poder Judicial y todavía sueña con "mandar al diablo las instituciones", solo que no cuenta con la mayoría calificada para lograrlo.

AMLO expropió en forma camuflada el NAICM; atacó a las empresas calificadoras de riesgos, insiste en operar en términos suicidas a las empresas públicas y a través de sus palabras siembra resentimiento, división y odio y justifica los abusos de poder cuando promete erradicar la corrupción para engañar a los incautos marginados.

George Orwell sostenía en la Rebelión en la Granja: "Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros...".


www.franciscomartinmoreno.com

lunes, 15 de agosto de 2022

Nuevo orden

Jesús Silva-Herzog Márquez

15 Ago. 2022

La alcaldesa de Tijuana reconoce el nuevo orden mexicano. Sus declaraciones nos golpean porque son una admisión terrorífica. Cóbrenle nada más a quienes no les han pagado. No nos ataquen a todos, a quienes sí les cumplimos. El crimen es la ley y las autoridades se pliegan a su imperio. Tras la violencia de los últimos días, la gobernante por Morena pide al crimen organizado que se limite a castigar a sus deudores. Que reprendan a quienes tienen deudas con ellos, no a la población en general. La alcaldesa reconoce que los habitantes de la ciudad que "gobierna" tienen un deber frente a los matones y que éstos tienen derecho de cobrarse los adeudos a su estilo.

La violencia y la intimidación, el temor y la ilegalidad configuran el nuevo orden público. No podemos seguir imaginándolos como manchas de un régimen liberal. Perturbaciones momentáneas de la tranquilidad. El crimen se ha convertido en un régimen que impone sus reglas en todos los ámbitos de la vida social. Sujeta la economía, somete la política, envenena la cultura, atemoriza a la prensa. Todos van plegándose a su dictado. Desde el establecimiento más modesto que entrega puntualmente su cuota, hasta el periódico que pide instrucciones a los criminales para saber qué es lo que pueden publicar. Desde la alcaldesa de la frontera que trivializa la extorsión hasta el presidente de la República que elogia el efecto bienhechor de una banda criminal que consigue un dominio territorial.

Pocos nos han ayudado a entender lo que le ha sucedido a México en este terreno como Fernando Escalante. Estos años no serán recordados como los años de la transición o los años de la transformación. No serán muy relevantes los nombres de los presidentes o los vaivenes de los partidos. Estos años serán recordados como los años de la mortandad. En nuestro país la muerte alcanza escalas demográficas, ha dicho. Miles de muertes evitables en la pandemia, miles de muertes violentas, miles de muertes anónimas en medio de la indiferencia colectiva. En el número más reciente de Nexos, el sociólogo de El Colegio de México ensaya otra propuesta para comprender el significado histórico de lo que vivimos. El crimen, dice, "no es algo que se pueda separar de la economía, de la política, de la vida cotidiana". No es algo, siquiera, que pueda delimitarse con precisión porque vivimos de muchas maneras al margen del Estado. Informalidad, ilegalidad, criminalidad.

La cruzada de la ley confiaba en que había una frontera estricta entre ciudadanos y criminales. Lo que ha sucedido es que esa línea se ha ido borrando. Lo que escribe Escalante es fundamental y merece la máxima atención: "No es el crimen que ha invadido o contaminado a la sociedad, sino la sociedad la que de varias maneras ha incorporado al crimen". Ahí está, seguramente, la confusión inicial. Una confusión que se refuerza ahora. La película es la misma. La "lucha contra el crimen organizado" supone una especie de limpia: la intervención estatal barrerá con los criminales, liberará territorios, se extirpará el tumor para restablecer la salud pública. Pero la operación agrava el mal. No hay duda de ello. Escalante, que ha medido puntual y rigurosamente la violencia, lo puede decir con toda contundencia: "la tasa de homicidios aumentó escandalosamente no antes, sino después de la intervención del Ejército en los lugares en los que había estado o estaba". Y no es algo que sorprenda porque, como bien advierte el autor de Ciudadanos imaginarios, el Ejército es siempre un poder ajeno, exterior. Irrumpe para deshacer vínculos, no para repararlos. Un ejército, en efecto puede imponerse sobre un enemigo, pero es incapaz de instaurar un orden público perdurable.

El régimen encara la barbarie con ingenuidad. La primera ingenuidad es su ñoñería del abrazo y la prédica. ¡Repartir libros para lograr la conversión espiritual de los asesinos! La militarización que se pretende empotrar en la ley es la segunda ingenuidad. No se trata solamente de un atentado al régimen republicano, una amenaza a la convivencia democrática. Es también una candorosa necedad. Los militares no nos darán la paz. Confiar en que la paz brotará de la intervención de los uniformados es tan absurdo como imaginar que los sicarios cambiarán sus armas por un libro de poemas.


http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

miércoles, 10 de agosto de 2022

Gobernar con leyes

Sergio Sarmiento 09 Ago. 2022

"Nosotros no estamos en contra

de las Fuerzas Armadas, queremos

que actúen en el marco constitucional

y que regresen a los cuarteles".

Manuel Bartlett, 2017

  

En una democracia se gobierna con leyes, aunque esto obligue a llegar a acuerdos con las oposiciones. Solo los dictadores gobiernan con decretos. Por eso preocupa la decisión que ayer anunció el presidente López Obrador: "Voy a emitir un acuerdo para que ya por completo la Guardia Nacional dependa de la Secretaría de la Defensa... Quiero que ya la Secretaría de la Defensa se haga cargo... Lo voy a analizar en el ámbito, en la esfera, de mis atribuciones. Puedo modificar, si es necesario, el reglamento interno del gobierno. Puede ser por decreto o una reforma a la Ley de la Administración Pública independientemente de lo que resulte sobre la reforma constitucional".

Hay un pequeño problema: la Constitución. Quizá le resulte molesta al mandatario, pero cuando asumió la Presidencia juró "guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen". No hay decreto, acuerdo o ley secundaria que pueda anular lo que dice.

La Constitución fue el dique que impidió a los gobiernos anteriores tomar medidas a las que se oponía el movimiento que hoy es Morena. Cuando Felipe Calderón fue Presidente utilizó a las Fuerzas Armadas como policía, pero los opositores de izquierda lo cuestionaron con el argumento de que el artículo 129 de la Constitución señala que, "en tiempos de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar". Enrique Peña Nieto logró que el Congreso le aprobara en 2017 una Ley de Seguridad Interior que daba a las Fuerzas Armadas la facultad de actuar como policías, pero el entonces senador por el Partido del Trabajo Manuel Bartlett pronunció un duro discurso el 16 de marzo en el que señaló que "la solución a los problemas de seguridad corresponde a las autoridades civiles, como señala el artículo 21 de la Constitución... Calderón y Peña son responsables jurídicamente y ante la historia por desmantelar el civilismo y el federalismo del Estado constitucional mexicano".

El asunto llegó a la Suprema Corte, que el 15 de noviembre de 2018 declaró la invalidez total de la Ley de Seguridad Interior: "El tribunal constitucional de nuestro país determinó, en esencia, que dicha ley resultaba inconstitucional al contener disposiciones que pretendían normalizar la utilización de las fuerzas armadas en temas de seguridad pública, lo que es contrario al orden constitucional y convencional", dijo en un comunicado.

Cómo han cambiado las cosas. Quienes se oponían a la militarización, hoy la promueven, pero como la Constitución sigue siendo un obstáculo el Presidente está considerando rebasarla con un decreto o una ley secundaria.

Bartlett dijo en la tribuna en 2017 que la militarización que buscaba Peña Nieto "es un ataque a la libertad de la nación". Supongo que hoy ha olvidado sus palabras. También guarda silencio Mario Delgado, igualmente senador en 2017, quien difundió el 5 de diciembre de ese año una fotografía suya en Twitter con un cartel que decía: "No a la militarización del país. Desde que el ejército está en las calles la tasa de civiles muertos aumentó 200%, 100 mil muertos, 33 mil 482 desaparecidos. ¡Detengamos la Ley de Seguridad Interior!".

López Obrador y sus escuderos tienen derecho a cambiar de opinión, pero no a violar la Constitución. La Carta Magna que impidió la militarización de 2017 sigue siendo válida en 2022. Habrá que respetarla.

·SOBERANÍA

 El nuevo paquete de leyes aprobado por el Senado de Estados Unidos otorga subsidios a los autos eléctricos fabricados en cualquier país de Norteamérica y obliga a producir baterías también en la región. Es una gran oportunidad para México, si no optamos por salirnos del T-MEC por una mal entendida soberanía.

www.sergiosarmiento.com

jueves, 4 de agosto de 2022

El rey de las mentiras

Uno de los más grandes engaños de López Obrador a la sociedad mexicana tiene que ver con la economía.

Raymundo Riva Palacio

agosto 04, 2022

Hace unos pocos días se cumplió el primer año de la sección ‘Quién es quién en las mentiras de la semana’, que comenzó como un original ejercicio encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador para dañar la reputación de periodistas, medios y opositores. El Presidente explicó que sería un recurso para la réplica, mediante un diálogo circular, que a un año de distancia demostró ser otra cosa: un mecanismo propagandístico, de ataque y linchamientos con insidias, difamaciones, falsedades, medias verdades e, incluso, verdades. Desde el Salón Tesorería, López Obrador ha logrado controlar la conversación mediante un espectáculo de circo –que conoce bien desde niño– y la simulación.

Uno de los más grandes engaños que está haciendo a la sociedad mexicana tiene que ver con la economía, donde mantiene su discurso de que avanza por buen camino, cuando la realidad es que México camina hacia el abismo. El último timo, llamado la ‘pobreza franciscana’, obedece a que uno de sus caprichos, la refinería de Dos Bocas, está costando muy por encima del presupuesto original. El Presidente esconde los verdaderos motivos de su nueva decisión jugando con palabras y engaños, como hace una semana, cuando dijo que la inflación estaba controlada, lo que es falso. Si le creen sus palabras o no es otra discusión. La realidad, en todo caso, es muy diferente, y la reiteración inagotable de que “no somos iguales” a gobiernos anteriores no se sostiene, pero por las malas razones.

La tasa de crecimiento: habrá quien se acuerde que en el primer año de gobierno el Presidente apostaba, sin ningún sustento técnico, a que se iba a crecer hasta 6 por ciento en el sexenio, y 2 por ciento ese año. El promedio del PIB durante los tres primeros años y medio de los sexenios del abanico de los gobiernos ‘neoliberales’ ha sido: 4.1 en la administración de Carlos Salinas, 3.6 por ciento en el de Ernesto Zedillo, 1.2 por ciento en el de Vicente Fox, 1.0 por ciento en el de Felipe Calderón y 2.6 por ciento en el de Enrique Peña Nieto. En el de López Obrador, el promedio del PIB es de menos 0.4 por ciento, una décima peor que en el mismo periodo de Miguel de la Madrid, que había vivido crisis financiera, fiscal, petrolera y un terremoto en la Ciudad de México (fuente: elceo).

La canasta alimentaria: en los tres primeros años del gobierno de Peña Nieto, la población urbana pagaba mil 598 pesos y la rural mil 113 por su conjunto de productos. En la actualidad, la población urbana paga mil 824 pesos y la rural mil 330 pesos (fuente: ejecentral). El encarecimiento en el actual gobierno ha sido de 20.6 por ciento. Una persona pagaba hace un año 800 pesos en frutas y verduras; el martes, para adquirir esos mismos productos y cantidad, pagó mil 650 pesos, o sea, más de 100 por ciento de incremento. El martes, el director de Seguridad Alimentaria, Leonel Cota, anunció un aumento a la leche de 10 pesos por litro, casi el doble de lo que costaba en 2018. Desde que entró en vigor el programa antinflacionario a principios de mayo, el kilo de tortilla aumentó 56 por ciento y el de huevo 22 por ciento.

La inflación: en 2018 la inflación se situaba en 4.8 por ciento. En junio pasado, la inflación se ubicó en 7.9 por ciento (fuente: Inegi). López Obrador presume que la inflación es más baja que en Estados Unidos (9.1 por ciento) y Europa (8.6 por ciento), pero deja de lado que en esas naciones no hay subsidios, como ha impuesto aquí, con un costo, hasta este momento, de 575 mil millones de pesos, 430 mil millones de ellos consecuencia del subsidio a las gasolinas.

Las gasolinas: en 2018, sin subsidios, el costo del litro de la Magna estaba en 19.15 pesos y el de Premium en 20.66 pesos (fuente: Arena Pública). En 2022, con esos miles de millones de subsidios, el costo del litro de Magna estaba en 21.73 y 23.77 la Premium (fuente: El Financiero). López Obrador presume que la gasolina es más barata que en Estados Unidos, donde, efectivamente, la gasolina regular cuesta aproximadamente 28.4 pesos el litro. Si no hubiera subsidios, como en el gobierno de Peña Nieto, los expertos calculan que la Magna estaría en 34.13 pesos y la Premium en 35.44.

La pobreza extrema: Peña Nieto dejó el país en las manos de López Obrador con 51.1 millones de personas en pobreza. A los dos años de gobierno de López Obrador, había 55.7 millones en esa categoría. El número de personas en pobreza extrema en el último año de Peña Nieto se situaba en 8.7 millones; hoy está en 10.8 millones. El número de personas con carencia a los servicios de salud pasó de 16.2 por ciento en 2018, a 28.2 por ciento en 2020 (fuente: BBVA).

Peña Nieto no enfrentó una crisis como la pandemia del coronavirus, pero Calderón sufrió la del A(H1N1) y la crisis financiera global de 2008-2009, y De la Madrid sus primeros años fueron de múltiples crisis. Salinas tuvo que modificar su proyecto cuando todas las inversiones se redirigían a Europa y negoció un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. López Obrador ahuyentó la inversión desde que canceló el aeropuerto de Texcoco, lo profundizó en 2019 con sus políticas y hoy coquetea con la idea de repudiar el tratado comercial norteamericano.

El tipo de cambio: López Obrador presume todo el tiempo el superpeso, que hasta ayer estaba en 20.63 pesos por dólar, 43 centavos más de como se lo dejó Peña Nieto (fuente: Banxico). El tipo de cambio no tiene que ver con políticas domésticas, sino con el diferencial de las tasas de interés, que siguen haciendo atractivo a México, aunque cada vez menos, por la incertidumbre política interna, la inseguridad y la falta de Estado de derecho.

López Obrador puede llenarse la boca de lo que quiera diariamente, como desde hace un año, pero la prueba de ácido de los datos duros desnuda la simulación y las mentiras presidenciales.

miércoles, 27 de julio de 2022

¿Sería el Mexit la segunda independencia?

López Obrador fijará el 16 de septiembre una posición sobre las consultas que solicitaron EU y Canadá por la política energética mexicana. ¿Coincidencia o segunda independencia?

julio 27, 2022 | 12:07 hrs

Carlos Javier González

En la década de los noventas apareció una película bastante chafa que se llamaba Día de la independencia, en la que la visión de los cineastas planteaba cómo el mundo repelía una invasión alienígena. El liderazgo de esta gesta heroica recaía en el presidente de Estados Unidos, quien al final de la cinta daba un ridículo discurso en que informaba al mundo que, ¡oh, coincidencia!, la fecha del triunfo humano sobre los alliens caía justamente en 4 de julio. Así que a partir de entonces, el 4 de julio se convertiría en la fecha de la nueva independencia, pero ya no sólo de los gringos sino también del resto de la humanidad. Hago un recuerdo de esta mala película porque el anuncio de López Obrador de que fijará una posición sobre las consultas que harán Estados Unidos y Canadá en el marco de TMEC sobre la política energética mexicana, coincidentemente será el día 16 de septiembre, fecha de nuestra primera independencia. Y digo nuestra primera independencia porque uno puede imaginar que ese día el presidente de la República, flanqueado por su gabinete y las Fuerzas Armadas desfilando, va a declarar la segunda independencia mexicana al decirle a los estadounidenses y a los canadienses que nos hacen los mandados. Es pertinente este pronunciamiento después del que ya hizo el canciller bis., Chico Che, quien a pesar de estar muerto, parece estar más vivo que Marcelo Ebrard. No basta decirles “Uy, qué miedo, mira cómo estoy temblando”. No, hay que decirles fuerte y claro que la soberanía mexicana no tiene nada que ver con mejorar nuestros niveles de vida, ni nuestra competitividad, ni nuestros ingresos per cápita, ni acceder a la tecnología de punta e inversiones cuantiosas. No. La soberanía mexicana radica en que nosotros podemos solos, aunque el mundo vaya en sentido contrario; aunque el mundo cada día sea más global a nosotros nos importan un pepino los flujos comerciales y los modelos exportadores. Lo nuestro, lo nuestro, es ser pobres pero dignos; lo nuestro es que nadie nos venga con que la ley es la ley; lo nuestro es tener una Suprema Corte de Justicia –así con minúsculas– al servicio del Ejecutivo; lo nuestro es que el rey de España y el Papa vengan de rodillas a pedir perdón y de paso se traigan el penacho de Moctezuma; lo nuestro es no molestar a los señores del crimen organizado aunque hagan lo que hagan, entre otras cosas. Que nadie venga a decirnos cómo jodernos la vida, si el mundo no acepta nuestras condiciones, peor para el mundo.

¿Es posible que dicho pronunciamiento de la nueva independencia –porque parece ser que sólo una cuarta transformación ya no es suficiente– incluyera la denuncia del T-MEC y decirle al mundo que ahora habrá un MEXIT? A diferencia de los británicos, en México no habría una consulta popular sobre el tema por culpa del INE, que no ata ni desata y quiere entregar el país a los traidores a la patria. Pero no necesitaríamos dicha consulta, bastaría con la iluminada orden del jefe del Estado mexicano y la instrucción a sus abyectos legisladores para que todo se operara. Lo más emocionante sería ver las marchas de acarreados y alguno que otro espontáneo ingenuo, que harían de nuestro líder un nuevo Miguel Hidalgo arropado en el Zócalo como lo fue el general Lázaro Cárdenas. Encabezarían esas marchas las corcholatas y gobernadores de Morena, que harían desplegados en los periódicos y medios de comunicación agradeciendo al neohidalgo salvarnos de ese tratado maldito que nos ponía de rodillas ante los gringos y sus benditas remesas. Justo en el balcón de enfrente, estaría la oposición haciendo lo que les toca o les ha tocado en este sexenio y que hay que decir, lo han hecho ejemplarmente bien: tirar la flojera y mirarse el ombligo al tiempo que escogen qué embajada les tocará a cambio de rendir la plaza. Harían pronunciamientos patrióticos y encendidos en privado, porque en público hace mucho tiempo que ya nadie los pela.

Lo que vendría después sería la fuga de capitales, el cierre de empresas, de fuentes de trabajo y aumento de la pobreza, que sin duda afectaría más a los que incondicionalmente apoyan en las urnas al ‘Señor’ –Adán Augusto dixit–. Pero para evitarles la decepción, se les haría saber fuerte y claro que “los empresarios mostraron el cobre, nunca les interesó el empleo del pueblo, sólo querían seguir robando” y sería culpa de ellos la miseria que se crearía. Se les diría que “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”. Y ya.

Este escenario –distópico para unos, virtuoso para otros– podría darse si el presidente de la República decide que importa más su imagen y su pase a la historia que la realidad. De ser el caso, las sanciones económicas internacionales a México serían brutales. ¿Será que López Obrador no tenga empacho en embargar el bienestar de varias generaciones de mexicanos a cambio de un sitio muy percudido en la historia que él mismo escriba? Ojalá que no sea el caso y que la sensatez prive en el gobierno o, por lo menos, un poquito de sentido común y no se inicie el Mexit, que tendría consecuencias catastróficas. A ver.

martes, 26 de julio de 2022

La quiebra de México

26 Jul. 2022

Francisco Martín Moreno

López Obrador, electo por 30 millones de mexicanos, o sea, menos de una tercera parte del Padrón Federal Electoral integrado en 2018 por 93 millones 676 mil 029 ciudadanos, podría poner un predicamento histórico a la nación de ser válido el rumor de sacar a México del T-MEC el próximo 16 de septiembre. ¿Insensato? ¿Aberrante e irracional? Los mismos cuestionamientos se hicieron cuando canceló en una encuesta espuria a mano alzada, el NAICDMX...

Recordemos que López Obrador envió el acuerdo del T-MEC al Senado a finales de mayo de 2019, exhortando su aprobación que afortunadamente se dio en términos inmediatos. Para AMLO fue "una muy buena noticia" porque significaba más inversión extranjera, más empleos y garantías comerciales para nuestras mercancías en EU. Tan lo fue que viajó a Washington para ratificarlo ante Trump.

México ya había superado a Canadá como el principal socio comercial de EU y en el mayor mercado para los productos estadounidenses. Alrededor de 1700 millones de dólares en bienes cruzaban a diario la frontera sur de EU en ambas direcciones.

Sin embargo, a lo largo de 3 años, después, empresas extranjeras y nacionales comprueban cómo AMLO incumple lo pactado no solo al enviar iniciativas de ley para garantizar que Pemex y CFE disfruten un monopolio reñido con el T-MEC, sino que ha desmantelado a los institutos reguladores para suspender ilegalmente licencias de operación, lo que ha impactado a compañías de energías renovables y, por lo tanto, a consumidores nacionales, por lo que EU y Canadá han iniciado un procedimiento para defender a sus empresas, política a la que, por las mismas razones, se sumará la Unión Europea.

AMLO ha declarado, que "México es un país independiente, no es colonia de nadie y el presidente de México no es títere, ni pelele de ningún gobierno y que son 'traidores a la patria' quienes critican su política energética". "El 16 de septiembre vamos a fijar nuestra postura sobre este asunto. Pero no vamos a ceder, porque es un asunto de principios, tiene que ver con nuestra soberanía".

¿Cómo...? Nuestra soberanía no está en juego ni nuestros socios del tratado pretenden apoderarse de nuestro petróleo. Se discuten, eso sí, los términos legales de explotación de nuestros recursos naturales, términos que están consignados en el T-MEC, así como los procedimientos para dirimir controversias en un plazo no mayor a mayo del año entrante.

Si México perdiera la moción (y la perderá), las sanciones arancelarias se podrían elevar a 30 mil millones dólares para indemnizar a los inversionistas extranjeros, un terrible daño económico y social para nuestro país.

Solo que, si el planteamiento de AMLO consistiera en proponer al público reunido en el Zócalo capitalino la realización de una consulta a mano alzada como la que llevó a cabo para destruir el NAICDMX, y pidiera la opinión popular en el sentido de continuar o no con el T-MEC, la debacle adquiriría dimensiones de horror en la vida de la nación. Ni un novelista alucinado podría imaginar las dimensiones de la catástrofe...

La sola propuesta aterrorizaría a los mercados, propiciaría fuga de capitales, mayor a la que ya se ha dado, advendría la inflación, suspendería el arribo de más inversiones, se desplomaría aún más el precario crecimiento económico, se lastimarían nuestras exportaciones agrícolas, se estimularía la emigración campesina a EU, se deprimiría aún más la generación de empleos y se desplomaría la recaudación federal y local, entre otros muchos daños colaterales adicionales como los perjuicios en materia de competitividad por el precio de la energía, además de los ecológicos.

Si se trata de dirimir controversias legales, espero que se acepte civilizadamente el resultado de modo que no se le impongan sanciones a México. Ahora bien, si AMLO llega a proponer la salida del T-MEC aun cuando carece de facultades para ello, al ser el Senado con mayoría calificada el facultado para acordarlo, la sola declaración tendría dramáticos efectos monetarios, económicos y sociales...

La salida de México del T-MEC sería la quiebra de nuestro país. Solo espero que se trate de un rumor infundado en la era de las fake news...

www.franciscomartinmoreno.com

El despojo

Sergio Sarmiento 26 Jul. 2022


"Es imposible introducir a la sociedad

un cambio mayor y un mal

mayor que esto: convertir la ley

en un instrumento de despojo".

Frédéric Bastiat

 El artículo 27 de la Constitución permite al gobierno realizar expropiaciones "por causa de utilidad pública y mediante indemnización". En vano buscará usted en la Carta Magna, sin embargo, la figura de "ocupación temporal inmediata". Simplemente no existe. El artículo 14 de la Constitución dice, además, que "nadie podrá ser privado... de sus propiedades, posesiones o derechos, sino mediante juicio seguido ante los tribunales previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento y conforme a las Leyes expedidas con anterioridad al hecho". Por eso preocupa el decreto del presidente López Obrador, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 22 y el 23 de julio, que señala que, "derivado de la importancia que representa el Proyecto Tren Maya, y a efecto de evitar pérdidas económicas innecesarias al erario público [sic, el erario es siempre público], es procedente decretar la ocupación temporal inmediata de dichos polígonos".

Hugo Chávez solía caminar por las calles de Caracas y otras ciudades venezolanas ordenando "Exprópiese, exprópiese" cuando veía instalaciones comerciales, productivas o residenciales que le llamaban la atención o le provocaban codicia. Pocas veces se pagaban las indemnizaciones que ordenaba la ley y nunca se cubría el valor real. Quizá lo más triste es que el gobierno, por incapacidad o negligencia, no podía mantener vigentes los negocios, muchos de los cuales han quedado abandonados. Una de las razones de la tragedia económica de Venezuela ha sido la incertidumbre jurídica generada por estos despojos.

En su afán de construir el Tren Maya a toda prisa, el presidente López Obrador también está violando derechos a diestra y siniestra. El proyecto no solo se está realizando sin un estudio de factibilidad económica, por lo que no sabemos si será rentable o no, sino también sin proyecto ejecutivo o manifestaciones de impacto ambiental. El trazo y las ubicaciones de las estaciones se han modificado de manera discrecional sin considerar las consecuencias. En un principio se pensó que la obra la realizaría la iniciativa privada, pero ante la perspectiva de pérdidas muy fuertes ninguna empresa quiso hacerla. El Presidente se la encargó primero a Fonatur y luego al Ejército.

Quizá lo peor es que el Presidente se comporta cada vez más como un gobernante autoritario que descarta someterse a la ley cuando esta obstaculiza sus propósitos. Ahí está la decisión de desacatar una suspensión definitiva de un juez de distrito con el argumento de que el Tren Maya es un proyecto de seguridad nacional. Lo constatamos también ahora con la orden de "ocupación temporal inmediata" de predios sin que esta figura exista siquiera en nuestra legislación.

Si bien preocupa el despojo, por lo menos el decreto señala que la Sedatu "debe proceder al pago de la indemnización a quien corresponda, en términos de la normatividad aplicable". Pero eso no legitima la acción. El que se ordene la indemnización implica que la ocupación no es "temporal": lo único temporal es la duración del despojo mientras se cumplen tardíamente los requisitos para la expropiación. La violación de la ley, sin embargo, es innegable. Una expropiación debe llevarse a cabo antes de la ocupación.

En el fondo lo que más preocupa es tener a un Presidente que no se molesta en guardar y hacer guardar las leyes emanadas de nuestra Constitución. Inquieta porque la ley es nuestra única protección contra los abusos del poder.

· COMPRANET

 En 26 años nunca se había caído Compranet; ahora se ha suspendido sin que se aclaren las razones. Ayer el director de la Profeco "exhibió" a los "angelitos" que ganan más que el Presidente; olvidó decir que suspender Compranet abre de par en par las puertas a la corrupción.

www.sergiosarmiento.com

viernes, 1 de julio de 2022

No está bien

Macario Schettino, julio 01, 2022 | 1:05 am hrs

Ya debe estar claro que lo único que sostiene al gobierno de López Obrador es su conferencia mañanera. Si se omite este evento diario de propaganda y odio, no queda absolutamente nada.

No hay resultados en la lucha contra la inseguridad y la corrupción, que fueron los dos grandes temas sobre los que construyó su campaña de 2018. Prometió que al día siguiente de su triunfo se reduciría la violencia, y eso no sólo no ocurrió (ni era esperable), sino que el incremento es muy significativo. La práctica de utilizar como medida el número de homicidios, que tiene muchos defectos, como ha mostrado Alejandro Hope, impide ver cuánto ha crecido el control territorial de parte del crimen organizado. No extraña, cuando uno escucha en esa malhadada mañanera, que la tranquilidad llega cuando un sólo cártel controla una región. Palabra presidencial.

El desastre en la lucha contra la corrupción era también esperable, para cualquiera que tuviera alguna información sobre el gobierno del PRD en la ciudad de México. Cada nueva administración implicaba incrementos en el porcentaje solicitado por los funcionarios, y jamás había investigaciones, a menos que fuesen venganza política. Así ocurre ahora, y por eso encarcelaron a Rosario Robles, e intentaron hacerlo con muchos más, aprovechando a Lozoya. Pero el farsante sacude su pañuelo blanco.

Si no hay resultados en lo que prometió, menos lo hay en otros ámbitos. En cuestión económica, ya es conocido que seguimos por debajo del nivel que tenía el país antes del triunfo de López Obrador, pero lo es menos que la demanda interna se ha contraído más que la economía en su conjunto. En el primer trimestre de este año, lo que se consume e invierte en México se encontró -12.5% por debajo del nivel que tenía en 2018. Con esa destrucción de valor, sorprende a muchos que las opiniones de los mexicanos no sean más negativas en lo que se refiere a la economía. La razón es un espejismo que nos saldrá muy caro. Por un lado, los incrementos salariales de los últimos meses superan el 10% anual, lo que está sentando las bases de la espiral salarios-inflación, que ya en otras ocasiones ha empobrecido a los mexicanos. Por otro, el gobierno incrementó notoriamente las becas Benito Juárez y las pensiones no contributivas. En estos dos programas se van 300 mil millones de pesos este año.

Para complementar el espejismo, se está subsidiando a los combustibles con un costo similar, serán 300 mil millones de pesos que no tenemos. Para poder cubrir esos gastos sin sentido, la gestión pública se ha llevado a su mínima expresión. Las dependencias no tienen ya gasto de operación, no pueden contratar (y por lo tanto despedir), y ahora ni siquiera podrán viajar.

La probabilidad de crisis fiscal, ahora aderezada de inflación creciente, en un entorno de recesión global, tiene muy nervioso a López Obrador, que sabe que ninguno de sus proyectos servirá para nada. Ya no sirvió el mejor que tenía, el AIFA. Inaugurará ahora una refinería inexistente, y para cuando opere, innecesaria. Y no hay más.

Cuatro años después, la mañanera no puede ser ya simple asignación de culpas al pasado y más promesas de futuro, y por eso se ha convertido en un espacio de odio y negación. Ahora todos son sus enemigos: periodistas, jesuitas, la comunidad judía fueron atacados, despreciados, insultados, por una persona que es cada vez más evidente que ha perdido todo sentido de realidad, y que descarga su incapacidad emocional desde la tribuna más alta de la nación, alimentando una polarización que será muy difícil de controlar cuando llegue el ajuste.

No está bien.