Entre los muchos grupos que participaron en las manifestaciones de este sábado 6 de diciembre en el Paseo de la Reforma me llamó la atención uno que portaba banderas rojas con la hoz y el martillo, el tradicional símbolo comunista. La vieja ideología no ha desaparecido, no por lo menos en nuestro país.
Lo curioso es que acabamos de celebrar el 25º aniversario de la caída del muro de Berlín y de la revolución de terciopelo, que fueron el inicio del desplome de todos los regímenes comunistas de Europa oriental.
La desaparición de un bloque político e ideológico tan importante que en un momento pareció destinado a dominar el mundo llevó al pensador estadounidense Francis Fukuyama a postular en su libro El fin de la historia y el último hombre (1992) una visión hegeliana de la historia. El desplome del comunismo representaba el fin de la historia o por lo menos del conflicto entre clases sociales o ideologías. “Al final de la historia, no hay competidores ideológicos serios a la democracia liberal.”
La obra de Fukuyama enfureció a la izquierda, que cuestionaba que la democracia liberal y la economía de mercado pudieran representar esa sociedad ideal que Hegel propuso y que Marx reorientó hacia el comunismo. Pero el desplome del comunismo de Europa del este tuvo un impacto extraordinario, principalmente en la izquierda.
Muchos entusiastas del viejo sistema cambiaron por lo menos el lenguaje. Pocos mantuvieron el adjetivo “comunista” para identificarse. Casi todos se dijeron representantes de una nueva y verdadera democracia. El Partido de la Revolución Democrática, fundado en México en 1989, heredó su registro del antiguo Partido Comunista, pero nunca presumió su ancestría. Tabaré Vázquez, el viejo izquierdista que acaba de ser reelecto presidente del Uruguay, decía: “La izquierda no ha sido impermeable a la revolución cultural neoliberal y ha incorporado algunos de sus elementos, como la necesidad del equilibrio fiscal, el libre comercio y la competitividad.”
Fukuyama, sin embargo, se equivocó. El desplome comunista no ha significado ni el fin de la historia ni el de los conflictos ideológicos. Es verdad que pocos países se aferran al viejo comunismo. Cuba y Corea del norte se han quedado solas. China es ya capitalista. Otros países, sin embargo, están tratando de regresar al comunismo, aunque lo llamen, como Venezuela, “socialismo del siglo XXI”.
En México el comunismo se mantiene vivo como ideología y como propuesta política. Lo vemos en la Escuela de Ayotzinapa y en algunos de los grupos políticos que acompañan su movimiento. El fracaso del socialismo de Europa oriental no les preocupa. La nueva ideología sostiene que los soviéticos se equivocaron en algunas medidas, pero no en su objetivo fundamental. El mercado debe ser remplazado por un Estado que planifique la economía, controle o posea los medios de producción y reparta recursos para maximizar la igualdad.
La historia, empero, ha demostrado que el comunismo es ineficaz y autoritario. Las economías de Cuba, Corea del norte y Venezuela son un desastre. Sus gobiernos sólo pueden mantenerse en el poder por medio de dictaduras. El comunismo no es compatible con las libertades individuales porque empieza por prohibir las transacciones económicas consensuales entre adultos.
Fukuyama se equivocó. El desplome del comunismo de Europa oriental no terminó con la historia ni con los conflictos ideológicos. En México la ideología comunista sigue viva y hoy siente que está a punto de llegar al poder.
Lo curioso es que acabamos de celebrar el 25º aniversario de la caída del muro de Berlín y de la revolución de terciopelo, que fueron el inicio del desplome de todos los regímenes comunistas de Europa oriental.
La desaparición de un bloque político e ideológico tan importante que en un momento pareció destinado a dominar el mundo llevó al pensador estadounidense Francis Fukuyama a postular en su libro El fin de la historia y el último hombre (1992) una visión hegeliana de la historia. El desplome del comunismo representaba el fin de la historia o por lo menos del conflicto entre clases sociales o ideologías. “Al final de la historia, no hay competidores ideológicos serios a la democracia liberal.”
La obra de Fukuyama enfureció a la izquierda, que cuestionaba que la democracia liberal y la economía de mercado pudieran representar esa sociedad ideal que Hegel propuso y que Marx reorientó hacia el comunismo. Pero el desplome del comunismo de Europa del este tuvo un impacto extraordinario, principalmente en la izquierda.
Muchos entusiastas del viejo sistema cambiaron por lo menos el lenguaje. Pocos mantuvieron el adjetivo “comunista” para identificarse. Casi todos se dijeron representantes de una nueva y verdadera democracia. El Partido de la Revolución Democrática, fundado en México en 1989, heredó su registro del antiguo Partido Comunista, pero nunca presumió su ancestría. Tabaré Vázquez, el viejo izquierdista que acaba de ser reelecto presidente del Uruguay, decía: “La izquierda no ha sido impermeable a la revolución cultural neoliberal y ha incorporado algunos de sus elementos, como la necesidad del equilibrio fiscal, el libre comercio y la competitividad.”
Fukuyama, sin embargo, se equivocó. El desplome comunista no ha significado ni el fin de la historia ni el de los conflictos ideológicos. Es verdad que pocos países se aferran al viejo comunismo. Cuba y Corea del norte se han quedado solas. China es ya capitalista. Otros países, sin embargo, están tratando de regresar al comunismo, aunque lo llamen, como Venezuela, “socialismo del siglo XXI”.
En México el comunismo se mantiene vivo como ideología y como propuesta política. Lo vemos en la Escuela de Ayotzinapa y en algunos de los grupos políticos que acompañan su movimiento. El fracaso del socialismo de Europa oriental no les preocupa. La nueva ideología sostiene que los soviéticos se equivocaron en algunas medidas, pero no en su objetivo fundamental. El mercado debe ser remplazado por un Estado que planifique la economía, controle o posea los medios de producción y reparta recursos para maximizar la igualdad.
La historia, empero, ha demostrado que el comunismo es ineficaz y autoritario. Las economías de Cuba, Corea del norte y Venezuela son un desastre. Sus gobiernos sólo pueden mantenerse en el poder por medio de dictaduras. El comunismo no es compatible con las libertades individuales porque empieza por prohibir las transacciones económicas consensuales entre adultos.
Fukuyama se equivocó. El desplome del comunismo de Europa oriental no terminó con la historia ni con los conflictos ideológicos. En México la ideología comunista sigue viva y hoy siente que está a punto de llegar al poder.
DEVALUACIÓN
El peso cayó primero por razones externas: por la idea de que Estados Unidos incrementaría su tasa de interés y haría más atractivo al dólar. Otras divisas cayeron más que el peso en un principio, pero en las últimas semanas la devaluación del peso ha sido producto de la baja en los precios del petróleo y de la percepción de que el gobierno de Peña Nieto enfrenta una rebelión violenta y no tiene la legitimidad, la voluntad o la fuerza para enfrentarla.
El peso cayó primero por razones externas: por la idea de que Estados Unidos incrementaría su tasa de interés y haría más atractivo al dólar. Otras divisas cayeron más que el peso en un principio, pero en las últimas semanas la devaluación del peso ha sido producto de la baja en los precios del petróleo y de la percepción de que el gobierno de Peña Nieto enfrenta una rebelión violenta y no tiene la legitimidad, la voluntad o la fuerza para enfrentarla.
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