“Hay mujeres veneno, mujeres imán, hay mujeres consuelo, mujeres puñal.
Hay mujeres de fuego, hay mujeres de hielo, mujeres fatal”.
Joaquín Sabina
Es verdad. Dirigir un partido político a partir de un liderazgo único, es mucho más sencillo que hacerlo cuando confluyen corrientes, personajes, intereses distintos. Morena es el único partido cuyo único sentido y para eso fue creado, es darle a Andrés Manuel López Obrador el sostén suficiente para que llegue a la Presidencia de la República.
Lo mismo que su líder, no tiene Morena un cuerpo ideológico firme que le dé sentido, tampoco un cuerpo de dirigentes relativamente homogéneo, o siquiera representativo, que vayan más allá del propio liderazgo de Andrés Manuel, a quien no le gustan los partidos sino los movimientos, precisamente, porque son mucho menos articulados. Por eso propicia la incorporación de personajes provenientes de las más disímiles historias políticas, siempre y cuando decidan trabajar para su causa.
En el único lugar del país donde las cosas no son exactamente así es la Ciudad de México. Primero, porque en los hechos aquí es donde el lopezobradorismo trascendió las fronteras estatales para convertirse en un fenómeno nacional y, segundo porque el propio gobierno de López Obrador en la capital permitió que surgieran personajes y cuadros con aspiraciones legítimas de llegar al gobierno capitalino, como una forma, además, de catapultarse hacia el futuro.
Si hay algo que distingue a López Obrador es que da cobijo a muchos, pero no confía en casi nadie. Por eso sus hijos están teniendo posiciones cada día más importantes en su entorno. En la Ciudad de México hay tres personajes con peso propio que ya están buscando la candidatura para el 2018, sabiendo, además, que su elección dependerá de un solo voto, el del propio López Obrador.
Por una parte está Ricardo Monreal. El delegado en la Cuauhtémoc, exgobernador de Zacatecas, es, quizás, el político en Morena con mayor personalidad y carrera política propia, o sea independiente del propio Andrés Manuel. En cualquier otro partido el trato entre López Obrador y Monreal debería ser, más allá de cargos, un trato entre iguales. No lo es, porque nadie tiene ese espacio en Morena, pero Monreal, controvertido, echado para adelante, un político que gusta igual de la confrontación que de los acuerdos, es una gran carta de Morena, precisamente, porque puede alcanzar acuerdos muy amplios con personajes y fuerzas muy diversas. A veces su carácter y su historia le juegan una mala pasada, pero es un interlocutor más que idóneo para muchos que quieren tener contacto con Morena, más allá del propio López Obrador. Eso lo convertiría en un candidato muy poderoso. Pero ésa es también su limitante. Tiene peso propio.
Frente a Monreal está Claudia Sheinbaum, una mujer a la que López Obrador le tiene toda la confianza porque representa, quizás lo contrario del propio Monreal. López Obrador siempre mantuvo la confianza en ella, incluso, cuando los videos de Carlos Ahumada demostraron que tanto Claudia como su esposo, Carlos Ímaz, pedían dinero al empresario para causas tan poco políticas como pagarse un viaje de placer a Europa.
Claudia, sin ninguna experiencia en esa tarea, terminó siendo responsable de la construcción de los segundos pisos en la administración capitalina de Andrés Manuel y ella fue la que cerró esa información: hoy nadie sabe exactamente cuánto costó esa obra y los apoyos que generó. Claudia fue también quien en la campaña del 2006 “descubrió” el caso Hildebrando, un supuesto acto de corrupción de un hermano de Margarita Zavala digno de las más oscuras fake news de la era Trump. Sheinbaum no tiene ni la experiencia ni el manejo político de Monreal, pero es la disciplina hacia Andrés Manuel, y la confianza de éste lo que la hacen fuerte.
También, está Martí Batres, un producto político, como Claudia, del movimiento del CEU, de los años 80. Batres es un hombre astuto, al que le gusta maniobrar en los subsuelos. Es un operador eficiente y duro, pero sus historias y la de muchos de sus allegados (representa el sector más clientelar de Morena) lo alejan de su objetivo: gobernar la Ciudad de México.
Los tres, no es noticia, están enfrentados y distanciados. Los tres quieren encabezar la boleta del 18 en la CDMX porque, además, saben que más allá de lo que diga el líder del PRI, Enrique Ochoa, más temprano o más tarde, el tema de la salud de López Obrador se hará presente.
Yo no veo a López Obrador enfermo, pero su salud es obvio que está golpeada. Es infatigable, pero su maquinaria se siente sobregirada, es un hombre que representa bastantes más años de los que tiene. Y en Morena no existe un solo elemento de cohesión si su líder llegara a faltar en el futuro. Por lo pronto, esa herencia, poca o mucha, pasa por la Ciudad de México y ya ha comenzado a ser disputada por tres de sus principalísimos alfiles.
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