16 de Febrero de 2017
López Obrador está intentando moderar su discurso en muchos ámbitos y ha tenido aciertos indudables en la incorporación a su equipo de trabajo de personalidades como Marcos Fastlicht, connotado empresario de la comunidad judía y suegro de Emilio Azcárraga; Miguel Torruco, empresario turístico y consuegro de Carlos Slim; Esteban Moctezuma, exsecretario de Gobernación con Ernesto Zedillo y presidente de la Fundación Azteca. Es un ejercicio inteligente y que busca ampliar su oferta y abanico de opciones. Pero mucho de eso se pierde cuando hace declaraciones sin sentido como las que hizo sobre la masacre en Nayarit, y los niños que habrían muerto en ese hecho.
El jueves pasado, después de una larga persecución marinos abatieron en Tepic, Nayarit, a uno de los principales líderes del cártel de los Beltrán Leyva: Juan Francisco Patrón Sánchez, conocido como El H2 y responsable de innumerables actos de violencia, incluyendo la emboscada a la ambulancia del Ejército mexicano en Culiacán, en septiembre pasado, que dejó cinco soldados muertos. Los sicarios, 12, se refugiaron en una casa en donde recibieron a disparos a los marinos desde los techos. Para neutralizarlos se hizo fuego desde un helicóptero que abatió a los que disparaban desde los techos para poder ingresar a la vivienda. En ese combate fueron abatidos El H2 y sus sicarios. Todos tenían entre 46 y 30 años, menos dos hombres de 25 y 22 años. A pesar de que todo se dio en una zona urbana, no hubo una sola víctima colateral. Fue un golpe quirúrgico.
Me dicen fuentes cercanas a Andrés Manuel que esa noche, luego de haber estado de gira en Nayarit, el presidente de Morena pernoctaba a unas calles de donde se dio el enfrentamiento. Que, incluso, pensó que podían ir por él. Y que por eso su reacción. Puede ser. Pero es una absoluta irresponsabilidad acusar a la Marina de México de estar masacrando niños, cuando se trató de un combate con sicarios temibles. Un candidato presidencial tan fuerte como López Obrador no puede hacer esas declaraciones. Ni fue una masacre ni un solo niño perdió la vida. Por eso la respuesta tan dura que recibió del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, y del secretario de la Marina, el almirante Vidal Soberón. López Obrador les reviró que con niños o sin niños era una masacre y que con violencia no se combatía el crimen organizado. Y demostró, por una parte, que no es capaz de rectificar un error de grueso calibre, pero también que no tiene la menor idea de cómo combatir el crimen organizado.
López Obrador nunca ha entendido los orígenes y lo que implica la inseguridad. No lo entendió cuando fue jefe de Gobierno en la Ciudad de México y ésta terminó viviendo la mayor crisis de seguridad de su historia, que provocó aquella marcha de blanco, tan recordada en estos días, en contraposición con la que se desarrolló el domingo, en la que participaron un millón de personas y a la que Andrés Manuel en una de sus más desafortunadas declaraciones calificó como “una marcha de pirruris”.
En aquella época, hechos como los linchamientos que se sucedían en distintos puntos de la ciudad, incluyendo el de unos agentes federales en Tláhuac, los explicaba López Obrador como consecuencia de usos y costumbres indígenas. En la Procuraduría capitalina casi no había computadoras, mucho menos sistemas integrados, porque el jefe de Gobierno decía que no eran necesarios. Con él estaba Nicolás Mollinedo, Nico. El mismo cuyos familiares terminaron manejando la cárcel de Cancún, en la época del alcalde Greg Sánchez, cuando el general Enrique Tello, designado jefe de seguridad pública de ese municipio, fue secuestrado, torturado y asesinado dentro de ese reclusorio.
Llama la atención que López Obrador en su equipo de asesores no tenga no sólo algún asesor en seguridad, sino que ese tema, que es el que más inquieta a los mexicanos, no sea motivo de su interés. En las dos campañas presidenciales pasadas, y en lo que va de ésta, no ha tenido una sola propuesta concreta en el plano de la seguridad: ha dicho que el Ejército se debe retirar a los cuarteles, pero no ha dicho con qué lo piensa reemplazar; ha dicho que la violencia es responsabilidad de la desigualdad social, algo que nadie podría negar, pero que no sirve para nada en términos operativos; ha criticado siempre a todas las autoridades del sector, pero nunca ha dicho que quiere: ¿está a favor del Mando Único o no? ¿Qué tipo de policía propone? ¿Qué piensa hacer con el Ejército?¿Cómo piensa combatir a los cárteles, a los sicarios, a la delincuencia común? Es insólito que alguien que lleva 18 años buscando la Presidencia de la República jamás nos haya podido responder esas preguntas.
No se trata siquiera de no estar de acuerdo con sus propuestas, el problema es que éstas ni siquiera se presentan, como tampoco quién o quiénes son sus especialistas en el tema. En un país que sufre una ola tan grave de inseguridad es, por lo menos, desconcertante.
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