miércoles, 8 de marzo de 2017

Andrés Manuel contra López Obrador

Andrés Manuel López Obrador se ha preparado poco para ser presidente de México. 

07 de Marzo de 2017

Después de 12 años y en la antesala de lo que serán ya tres intentos consecutivos por convertirse en mandatario, el principal personaje de la izquierda sigue sin aprender de los errores que le han condenado a la derrota sistemática en las urnas. La popularidad en sí misma no garantiza victorias electorales, porque los ciudadanos en su acercamiento a las casillas, buscan la alternativa política que con mayor probabilidad les garantiza certeza de cambio responsable. Sin embargo, de manera muy prematura, el dirigente de Morena dejó ver en su libro2018 La salida, la incongruencia entre sus planteamientos programáticos —ya de por sí técnicamente poco viables— con lo sostenido en sus actos públicos. Falta todavía un año para el arranque de las campañas constitucionales y el tabasqueño demuestra con creces, que el único fraude está en su propuesta de política pública como ruta real de
solución a los problemas enfrentados por los mexicanos.
La falta de preparación para gobernar es clara en su doble discurso. En materia de relaciones internacionales, Andrés Manuel apela al principio de no intervención. Doctrina de política exterior que, cabe recordar, le permitió al régimen autoritario mexicano justificar abusos en contra de las garantías políticas más elementales de los mexicanos, ante organismos multilaterales y las democracias consolidadas del planeta. Acusa que representantes de los sectores político, económico y de los medios de comunicación intervinieron indebidamente en la pasada campaña presidencial de los EU, haciendo caso omiso a la no intervención. Sin embargo, poco le duró su deseo de promover una política exterior marcada por la “cautela diplomática” expuesta en su libro, porque López Obrador desde hace varias semanas ha organizado una serie de giras por EU, donde los términos de su posicionamiento distan mucho de abonar a una relación bilateral basada en “el respeto mutuo” entre ambos países, como la que Andrés Manuel sugiere impulsar en su sueño de llegar a Los Pinos.
En política interna, el catálogo de inconsistencias es aún más extenso. En el rubro energético, el mismo Andrés Manuel se opone a la liberalización de los precios de las gasolinas y a someter a Petróleos Mexicanos a procesos parecidos a las de cualquier empresa global en el ramo. Hasta amenaza con la rescisión de contratos si el “pueblo” lo respalda en hipotéticos referéndums. Al mismo tiempo, López Obrador promete a las familias que habitan la zona norte del país, “precios (en combustibles) competitivos y homologados” a los registrados en Estados Unidos. El tabasqueño o quiere subsidiar los precios de las gasolinas en un esquema de Pemex como monopolio o quiere poner a la paraestatal a competir para conseguir precios similares a los de nuestro principal socio comercial. Por lo demás, es una ocurrencia el sostener la compatibilidad de ambos escenarios en el mediano plazo.
En el renglón de seguridad, Andrés Manuel gusta de acusar sin sustento a las Fuerzas Armadas de emprender masacres en contra de la población. Asegura que los graves retos de seguridad enfrentados en varios estados de la República Mexicana no deben combatirse con más armas. Como si otra persona hubiera escrito el libro, López Obrador asegura que el personal militar de las secretarías de la Defensa Nacional y de la Marina se “sumarán” a las tareas de garantizar tanto la seguridad pública como la seguridad anterior. Andrés Manuel critica también la falta de estrategia del gobierno actual en la contención de la violencia, pero López Obrador ofrece al igual que la presente administración federal, “plena coordinación” para enfrentar el flagelo del crimen organizado.
En la “República Amorosa” de Andrés Manuel López Obrador cabe toda clase de demagogia. Desde propuestas irreales como que las universidades públicas suspenderán los exámenes de admisión hasta la honestidad institucional por decreto. También da rienda suelta a la contradicción porque López Obrador desprecia la política pública y las instituciones, al apostar por una transformación nacional basada en su simple carisma. Así como también en su momento lo pensó Hugo Chávez en Venezuela.

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