jueves, 16 de marzo de 2017

López, en las entrañas del imperio

JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
16 de Marzo de 2017
La gira de Andrés Manuel
López Obrador
 por Nueva York y Washington está exhibiendo, otra vez, el peor rostro del candidato de Morena. Ya se ha hablado y mucho del exabrupto de intolerancia con Antonio Tizapa, padre de Jorge Antonio, uno de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa que cometió el grave pecado de mostrar la relación que mantuvo López Obrador con el matrimonio Abarca y con el exgobernador Ángel Aguirre.
Los padres y sus seguidores se han manifestado contra todo el mundo, han llegado incluso a atacar, ellos o sus seguidores, un cuartel militar. Cuando hicimos el documental La noche de Iguala, iniciaron una virtual campaña de linchamiento contra quienes cometimos el pecado de insistir en que los jóvenes fueron secuestrados y asesinados por una banda de narcotraficantes que manejaban las policías de Iguala y Cocula. Cada vez que el presidente Peña viaja fuera del país por ahí aparecen algunos de estos grupos que acusan al Estado, sin mostrar prueba alguna, de ser los responsables de la desaparición de los jóvenes. Nadie ha acusado a los padres de provocadores ni ha buscado un enfrentamiento con ellos. Se entiende que aunque haya intereses ajenos a ellos manipulándolos, están en su derecho de reclamar por sus hijos.
Pero cuando a López Obrador lo exhiben (¡en Nueva York!) en dos fotos con los Abarca y con Aguirre, cancela el evento y termina encarándose con violencia contra los padres y repitiendo aquello de “cállate chachalaca” que tanto le costó en 2006, al padre de Jorge Antonio Tizapa, quien le preguntaba por los jóvenes desaparecidos, le grita: “Cállate, provocador, pregúntale a Peña, pregúntale al Ejército”.
O sea que para López Obrador, primero, los padres de Ayotzinapa son provocadores y segundo, no puede aceptar que lo critiquen sin caer él mismo en la provocación y lo hace fuera de México, donde el sentido político demanda siempre mayor prudencia. Pero más grave aún: por lo dicho, López Obrador cree, porque lo dice, que los jóvenes fueron desaparecidos por el Ejército y por Peña. Y lo hace sin prueba alguna, sin siquiera con un razonamiento detrás. Adiós al discurso de moderación, adiós a buscar los acuerdos, a la amnistía y el perdón a todos si gana las elecciones.
Pero políticamente hay algo mucho más delicado. López Obrador ha sido, desde el día uno, absolutamente, indulgente con el gobierno de Donald Trump. El día posterior a la elección dijo que no pasaría nada, que todo se arreglaría. Repentinamente decidió comenzar a ir a Estados Unidos para atender a los migrantes, pese a que en los 11 años de campaña anterior nunca lo había hecho (y por eso la frialdad con que ha sido recibido). Pero en Nueva York y Washington, López Obrador ha dejado en claro que no quiere ningún avance con Trump hasta que él esté en Los Pinos. Que Trump, los migrantes, el muro, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte esperen a que llegue a Los Pinos.
Ayer informó que buscará un acuerdo con Trump para que éste no construya el muro en la frontera. No dice cómo llegará a ese acuerdo o con base en qué lo hará. Sería un detallazo que nos explicara cómo lo hará.
Después fue a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a presentar unas denuncias contra las órdenes migratorias de Trump y dijo “no va a aceptar una actitud sumisa” del gobierno mexicano, pero agregó que “vamos a convencer al gobierno de Estados Unidos, de que lo mejor es un buen acuerdo, un buen entendimiento, sobre la base de la cooperación para el desarrollo (sic)”. ¿Qué quiso decir? En la Casa Blanca se deben estar carcajeando.
Sobre el Tratado de Libre Comercio, ese mismo tratado que ha denunciado en infinidad de ocasiones, ahora dice que hay que defenderlo y aseguró que espera “que no se vaya a cometer el error de hacer una revisión apresurada. Pienso que no va a alcanzar el tiempo, que no se va a llevar a cabo ninguna revisión comercial antes de las elecciones en México, porque tanto en Washington como en México las cosas caminan despacio”. En otras palabras, no quiere una actitud sumisa con Trump, pero quiere que pase el tiempo sin hacer nada porque en México y Estados Unidos “las cosas caminan despacio”. Por cierto, muy probablemente la renegociación del Tratado comenzará en agosto o septiembre.
Con todo respeto, Andrés Manuel no tiene idea de estos temas, no sabe cómo moverse en lo internacional ni las consecuencias de sus dichos. Por principio no se va al exterior a abordar temas de agenda interna; no se le grita y califica de provocador al padre de un joven desaparecido porque lo cuestiona; no se acusa al Ejército mexicano (al que ya había acusado de cometer “masacres” en Tepic) de secuestrar jóvenes sin una sola prueba; no se le puede pedir al gobierno de Trump que se espere casi dos años a que él llegue al poder para negociar, la migración, el muro o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ni modo. Una cosa es pueblear y declarar lo que sea sin ser cuestionado y otra exhibirse en Nueva York y Washington. Son otras ligas.
http://www.excelsior.com.mx/opinion/jorge-fernandez-menendez/2017/03/16/1152319

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