López Obrador sabe que 2018 es su gran ocasión para llegar a Los Pinos, quizá la última
No solo están allí en calidad de suegros, supongo, aun cuando se trate de los suegros más encumbrados de México. Con todo, la incorporación de los padres políticos de Carlos Slim hijo y de Emilio Azcárraga a los equipos de trabajo de López Obrador es parte de una estrategia más amplia del líder de la izquierda para demostrar que él no es un peligro para México, como suelen decir sus detractores.
Desde hace algunos meses se observan los esfuerzos que el tabasqueño ha realizado para suavizar su discurso y atraer a sectores medios que en las dos elecciones pasadas no votaron por él. Como es sabido, en 2006 perdió la elección presidencial por una pestaña a manos del panista Felipe Calderón, en comicios por demás polémicos; y en 2012 quedó en segundo lugar detrás de Enrique Peña Nieto, quien encabezó el regreso del PRI al poder. En las dos campañas, López Obrador fue acusado de ser un político beligerante e irresponsable, enemigo de la iniciativa privada y del capital.
Parecería que Andrés Manuel se estaría blindando de antemano contra esa acusación, ante las elecciones de 2018. Los nombres de Marcos Fastlicht, empresario destacado y filántropo además de suegro del dueño de Televisa, y Miguel Torruco, consuegro de Carlos Slim, se incorporan a la lista de otros miembros de la élite del sector privado que han decidido formar parte de las filas lopezobradoristas. Entre ellos, Alfonso Romo, uno de los hombres más ricos de México, y Esteban Moctezuma, a cargo de las iniciativas filantrópicas de Ricardo Salinas Pliego, el dueño de la otra televisora del país.
Esto último llama la atención. En sus dos derrotas anteriores López Obrador se dijo víctima de la manipulación y los ataques de la televisión mexicana, siempre a favor de "la mafia en el poder". Y no es que Marcos Fastlicht y Esteban Moctezuma vayan a dictar el contenido político de Televisa y de TvAzteca (que controlan en la práctica el 100% de la audiencia de la televisión abierta) en las próximas elecciones. Pero difícilmente se habrían involucrado en una campaña al lado del líder de la izquierda sin un espaldarazo de los grupos mediáticos con los que están vinculados.
Que López Obrador desarrolle estrategias para atraer a su causa aliados que otrora le fueron adversos es más que entendible. Sabe que 2018 es su gran oportunidad para llegar a Los Pinos, quizá la última. Lo que llama la atención es la disposición del gran capital para acceder a este acercamiento.
Desde luego que media docena de nombres no representan al sector privado en su conjunto. Pero dan cuenta del creciente desencanto que los capitanes de la iniciativa privada experimentan con los gobiernos del PAN y del PRI. Fue sintomática la negativa de la Confederación Patronal a firmar el acuerdo económico para la protección de la economía familiar, convocado por Peña Nieto; la acusaron de ser demagógica e ineficaz. Cada vez es mayor la acidez con la que critican la corrupción de la vida pública y la complicidad de las autoridades, o la frivolidad de los actuales políticos y su escaso profesionalismo. Algunos comienzan a ver con otros ojos los estímulos y la importancia de la obra pública de la gestión de López Obrador cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
En suma, la élite económica parecería estar repensando su alianza tradicional con los gobiernos conservadores y de centro derecha que han caracterizado al PAN y al PRI en los últimos lustros. Parecerían abrigar la noción de que estos partidos han agotado su capacidad para sanear al país.
La amenaza de Trump, los escándalos de corrupción, el pobre desempeño de la clase política, las bajas tasas de crecimiento, la desigualdad crónica, la inseguridad pública creciente y la ausencia de figuras de relevo atractivas han provocado lo que parecía imposible: un incipiente romance entre los amos de México y el líder de la izquierda. Imposible saber si el romance terminará en boda. Convendría seguir de cerca a los conspicuos suegros para saberlo.
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