Recibí la ficha de un libro escrito en 1927 por Harold Lasswell, y que trata sobre la importancia de la propaganda en la Primera Guerra Mundial (1914-1919). No he leído nada más parecido a lo que hace el lopezobradorismo en sus medios de comunicación y en redes sociales.
Dice que la función clave de la propaganda es intensificar la depresión, la desilusión y los desacuerdos en el campo rival.
La propaganda, añade, tiene cuatro objetivos mayores:
1.- Movilizar el odio en contra del enemigo: debe presentársele como un obstáculo para los sueños e ideales de la nación.
2.- Preservar la amistad de los aliados.
3.- Procurar la cooperación de los neutrales. Hay que convencer a los neutrales que la derrota del enemigo les favorecerá; quitará un obstáculo de en medio para que puedan alcanzar sus muy particulares intereses.
4.- Desmoralizar al enemigo. Hay que minar la confianza de la población en la honestidad de su gobierno y hacerles ver que apoyan una causa perdida. Hay que insistir en la debilidad del rival y alimentar la expectativa de un inminente colapso.
Los pasos que debe seguir la propaganda –analizada por Lasswell después de la Primera Guerra Mundial–, para alcanzar sus objetivos, son: culpar y satanizar al enemigo. Hacer una lista de atrocidades de las que se culpará al enemigo y ponerlas en la opinión pública y de otras naciones.
Y, muy importante, hay que alentar la ilusión de que se puede derrotar al enemigo, conectándola con dos ideas centrales: “nosotros somos fuertes y somos buenos”.
¿No es eso, exactamente, lo que hacen López Obrador y sus golpeadores en redes sociales, en caricaturas, en artículos de opinión y otras expresiones públicas?
Ellos engloban a las fuerzas antagónicas (PRI y PAN) para golpearlas y dividirlas en lo que les es común: su postura en favor de las reglas de la democracia.
Movilizan el odio en contra de quienes opinan de manera crítica a su proyecto, y los etiquetan de vendidos, vende patrias, lacayos, y los dibujan como marranos o perros falderos.
A otros más los intimidan directamente con amenazas escritas o verbales. Conozco a colegas cuyas familias son hostilizadas, para “ablandarlos” y de ser posible neutralizarlos.
El lopezobradorismo y sus adláteres siguen una estrategia tan antigua como eficaz. Amedrentar, mellar el ánimo de sus adversarios, ridiculizarlos… Y le cuentan al país que ellos son los “buenos” y los otros son los “malos”.
Al lopezobradorismo la crisis de Iguala le vino como anillo al dedo en sus objetivos propagandísticos. Culpan al Estado de “asesino”. Y a fuerza de repetirlo han sumado un coro nacional e internacional que dice lo mismo: “Estado asesino”. ¿Y quién es el Jefe del Estado? El Presidente. Por tanto, el Presidente es un “asesino”.
El que sostiene una idea diferente en este caso es cómplice de “los asesinos”.
Lo triste del caso es que, de una manera muy astuta, han logrado que algunos defensores de las libertades bajen la guardia.
A fuerza de repetirles que son cómplices de asesinos o de corruptos, de encasillarlos en el bando de “los malos”, de acusarlos de estar “con la mafia”, o de cargar con la “vergüenza” de apoyar al “PRIAN” y a otros “bandidos de cuello blanco”, los hacen dudar. Titubean ante el acoso.
El fenómeno no es nuevo. Tiene que ver con la propaganda. Así lo veía Lasswell en 1927 (Propaganda Technique in World War I).
Twitter: @PabloHiriart
Dice que la función clave de la propaganda es intensificar la depresión, la desilusión y los desacuerdos en el campo rival.
La propaganda, añade, tiene cuatro objetivos mayores:
1.- Movilizar el odio en contra del enemigo: debe presentársele como un obstáculo para los sueños e ideales de la nación.
2.- Preservar la amistad de los aliados.
3.- Procurar la cooperación de los neutrales. Hay que convencer a los neutrales que la derrota del enemigo les favorecerá; quitará un obstáculo de en medio para que puedan alcanzar sus muy particulares intereses.
4.- Desmoralizar al enemigo. Hay que minar la confianza de la población en la honestidad de su gobierno y hacerles ver que apoyan una causa perdida. Hay que insistir en la debilidad del rival y alimentar la expectativa de un inminente colapso.
Los pasos que debe seguir la propaganda –analizada por Lasswell después de la Primera Guerra Mundial–, para alcanzar sus objetivos, son: culpar y satanizar al enemigo. Hacer una lista de atrocidades de las que se culpará al enemigo y ponerlas en la opinión pública y de otras naciones.
Y, muy importante, hay que alentar la ilusión de que se puede derrotar al enemigo, conectándola con dos ideas centrales: “nosotros somos fuertes y somos buenos”.
¿No es eso, exactamente, lo que hacen López Obrador y sus golpeadores en redes sociales, en caricaturas, en artículos de opinión y otras expresiones públicas?
Ellos engloban a las fuerzas antagónicas (PRI y PAN) para golpearlas y dividirlas en lo que les es común: su postura en favor de las reglas de la democracia.
Movilizan el odio en contra de quienes opinan de manera crítica a su proyecto, y los etiquetan de vendidos, vende patrias, lacayos, y los dibujan como marranos o perros falderos.
A otros más los intimidan directamente con amenazas escritas o verbales. Conozco a colegas cuyas familias son hostilizadas, para “ablandarlos” y de ser posible neutralizarlos.
El lopezobradorismo y sus adláteres siguen una estrategia tan antigua como eficaz. Amedrentar, mellar el ánimo de sus adversarios, ridiculizarlos… Y le cuentan al país que ellos son los “buenos” y los otros son los “malos”.
Al lopezobradorismo la crisis de Iguala le vino como anillo al dedo en sus objetivos propagandísticos. Culpan al Estado de “asesino”. Y a fuerza de repetirlo han sumado un coro nacional e internacional que dice lo mismo: “Estado asesino”. ¿Y quién es el Jefe del Estado? El Presidente. Por tanto, el Presidente es un “asesino”.
El que sostiene una idea diferente en este caso es cómplice de “los asesinos”.
Lo triste del caso es que, de una manera muy astuta, han logrado que algunos defensores de las libertades bajen la guardia.
A fuerza de repetirles que son cómplices de asesinos o de corruptos, de encasillarlos en el bando de “los malos”, de acusarlos de estar “con la mafia”, o de cargar con la “vergüenza” de apoyar al “PRIAN” y a otros “bandidos de cuello blanco”, los hacen dudar. Titubean ante el acoso.
El fenómeno no es nuevo. Tiene que ver con la propaganda. Así lo veía Lasswell en 1927 (Propaganda Technique in World War I).
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