5 Sep. 12
El éxito que tuvo la semana pasada en nuestra ciudad el Diálogo Multicultural Universal, organizado por Carpe Diem Interfé, demostró el interés que mucha gente tiene por estas cuestiones que nos atañen a todos: conocer las diversas creencias y culturas, para respetarnos unos a los otros y valorar lo que tenemos en común por sobre lo que nos separa.
Tan es universal este interés y tan es un tema de actualidad que, casi al mismo tiempo, pero muy lejos de aquí, en Francia, el actual Ministro de Educación Pública declaró que, en su opinión, "existe una moral común que se impone a la diversidad de convicciones religiosas y no debe herir ninguna conciencia, ningún compromiso privado ni de orden religioso ni de orden político". Lo anterior, para explicar su decisión de instaurar en las escuelas públicas nada menos que clases de "moral laica".
"No dije civismo, sino exactamente moral laica", puntualizó el Ministro, "es algo mucho más amplio que el simple civismo ya que se trata de la construcción del ciudadano con, ciertamente, el conocimiento de las reglas que rigen a una sociedad, del derecho, del funcionamiento de la democracia, pero que incluye también todas las preguntas que uno se hace sobre el sentido de la existencia humana, la relación consigo mismo y con los demás, lo que hace que una vida sea feliz y buena".
Es evidente que en las escuelas públicas europeas en general y francesas en particular, la convivencia entre niños y jóvenes de creencias, costumbres y razas distintas es constante, pero desgraciadamente, en lugar de ayudar a fomentar el respeto y la aceptación, parece que fomenta el racismo y la discriminación. A ello se suma en los últimos años, la grosería, la demostración de falta de límites, los insultos y agresiones casi cotidianos a los profesores y a alumnos. Por ello esa necesidad crucial y urgente, según el Ministro, de impartir esas clases de moral laica: si estos temas no se tratan debidamente, no se reflexionan y no se enseñan en la escuela, entonces serán tratados en otro lado, por mercaderes e integristas de todo tipo.
Anticipándose a las críticas que sin duda va a provocar su iniciativa, explicó que no hay que confundir tampoco la "moral laica" con el "orden moral". De hecho es exactamente lo contrario a cualquier imposición de algún orden moral, puesto que el punto de partida del laicismo es el respeto absoluto de la libertad de consciencia. La meta de la clase de moral laica sería entonces permitir, gracias al conocimiento y a la reflexión, que el alumno se libere de todo determinismo familiar, étnico, social, intelectual y sea luego capaz de elegir por sí mismo y de aceptar, o por lo menos, tolerar, las diferencias.
Uno de los temas de fondo es quién se va encargar de impartir esa clase en las escuelas; quién va a enseñar a los niños y jóvenes a entender lo que es justo, a distinguir lo que está bien de lo que está mal, a saber que hay deberes tanto como derechos, virtudes y sobre todo valores; quién va a inculcar las nociones de moral universal fundada en el humanismo y la razón; quién desarrollará en los jóvenes la capacidad de razonar, criticar, dudar, emitir juicios sin que estos sean sinónimo de invalidar todo lo diferente; quién deberá, además de todo, predicar con el ejemplo constante.
¿Los profesores? Pues sí, los profesores, puesto que afuera, en su casa y en su barrio, los niños y los jóvenes son, con creciente frecuencia, testigos (cuando no responsables) de actitudes, expresiones, palabras, actos de intolerancia, racismo y falta de respeto al otro.
¿Cuántas veces hemos escuchado a lo largo de nuestra vida que ese tipo de educación le toca a los padres y no a los maestros? Sin embargo, queda clarísimo, y los ejemplos abundan en todas las latitudes, particularmente en los países desarrollados receptores masivos de inmigrantes, que lo que se aprende fuera de casa es superior a cualquier intento de formación en el hogar o que los padres cada vez parecen tener menos tiempo que dedicarle a la educación de los hijos, o bien que esa educación es más bien una "contraeducación".
Porque si en mi casa oigo todos los días a mis padres quejarse de "esos musulmanes que nos invaden y a los que mantenemos" o de "esos impíos que pretenden prohibir que mi hija vaya velada a la escuela" o de "ese gobierno estúpido que ya permitió la construcción de otra sinagoga", lo anterior, acompañado de groserías al por mayor, ¡es evidente que no voy a crecer siendo particularmente tolerante!
Si a eso le agregamos el malestar social creado por la crisis económica y el desempleo, la pobreza y la falta de oportunidades, el odio y el rencor tienen un terreno fértil para prosperar y la iniciativa de Vincent Peillon, Ministro de Educación del Gobierno del Presidente Hollande, se antoja una verdadera cruzada.
mural.com 05sep12.
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