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viernes, 15 de junio de 2012
La estupidez llamada “equidad informativa”
Ricardo Alemán
En otro extremo de esa chabacana “equidad informativa” aparece el comportamiento profundamente autoritario —y nada democrático— de gobernantes y ciudadanos.
Y es que cuando un político —como AMLO— y un puñado de universitarios reclaman que los medios se sometan a la “equidad informativa”, en el fondo buscan imponer su agenda político-electoral, no sólo a los medios, sino a la sociedad entera.
Pero lo preocupante —y altamente riesgoso para la democracia—es que el reclamo conjunto esconde la tentación autoritaria de controlar a los medios y lo que difunden, lo que anuncia la cancelación de libertades básicas.
En otras palabras, que los jóvenes y el candidato presidencial se quejan de que los medios informan lo que quieren, y no lo que “la gente quiere saber”, pero con la patraña de la “equidad informativa”, jóvenes y mesías tropical pretenden imponer su agenda informativa, sus criterios mediáticos y, al final, son igual de autoritarios que las empresas que dicen cuestionar.
Y el mejor ejemplo lo vimos el pasado lunes. Luego de la presión a sus instalaciones, los informativos de Televisa dieron cuenta de la marcha del pasado sábado, pero nunca dijeron que se volcó a la protesta toda la industria de la movilización, como la del Sindicato Mexicano de Electricistas, los vividores de Atenco, y la infalible Morena. Es decir,AMLO y los estudiantes se quejaron de que los medios manipulan, distorsionan, ocultan; pero ellos lograron manipular, distorsionar y ocultar el origen de su movilización.
En el fondo, un reclamo como el de la “pluralidad informativa” fue el germen que llevó al dictador Hugo Chávez —en Venezuela— a cerrar empresas privadas de medios —televisoras y periódicos— con el pretexto de que no decían “lo que el pueblo quería”. ¿Y no es ese el discurso que pregona AMLO y que levantaron en forma poco clara —por no decir tramposa— los universitarios?
Lo que no saben —tanto el político de la dizque izquierda como los protestantes— es que el dilema de los diarios, noticieros de radio e informativos de televisión que mienten, manipulan y censuran, es una tara social que —en las democracias modernas— se combate con los instrumentos propios de la democracia, no con intolerancia y autoritarismo.
Y es que, en rigor, las empresas privadas de medios —prensa, radio y televisión— tienen el derecho de manejar la información como les plazca. Incluso tienen el derecho de engañar, manipular y mentir. Pero frente a extremos como ésos, las sociedades democráticas cuentan con armas de eficacia extraordinaria, para someterlos. ¿De qué estamos hablando? En efecto, de la poderosa fuerza de la sociedad.
Pero no, no hablamos de las movilizaciones interesadas y manipuladas. No, la sociedad cuenta con una institución democrática fundamental, llamada “Opinión Pública” —que en constituciones, como la española, se concibe como el mayor instrumento de la democracia— y cuyas leyes están a la altura de las leyes divinas y las leyes del hombre. La “Opinión Pública” es la sociedad toda, armada con las palmas de su mano para aplaudir lo bueno de los políticos, los gobernantes, los empresarios, los medios y los periodistas; sociedad armada con su voz, para sancionar a los malos gobernantes, empresarios, medios y periodistas.
La mejor sanción a un diario, estación de radio o canal de televisión, que miente, engaña, censura, manipula y distorsiona los hechos, es que la “Opinión Pública” lo abandone, lo rechace y lo repudie. Y es que un diario sin lectores, una radio sin escuchas y una tele sin audiencia son empresas privadas sin anunciantes y, por tanto, empresas muertas.
A los ciudadanos y a los políticos no les corresponde imponer los criterios informativos —la línea editorial— de los medios privados de información —sí les compete, en cambio, exigir que los medios públicos cumplan con la responsabilidad social que les da origen— porque entonces esos políticos y esos ciudadanos están actuando igual que aquellos medios autoritarios y nada democráticos a los que cuestionan.
Y el mejor ejemplo de la eficacia de la “Opinión Pública” lo vimos el 8 de marzo de 1988, cuando el entonces candidato Manuel Clouthier llamó a “un boicot contra Televisa”. Ante miles de seguidores —y frente a Chapultepec 18— Maquío pidió a los suyos “no ver los canales de Televisa”. Y los primeros en reaccionar fueron los anunciantes que, alarmados, doblaron las manos. En pocas horas, Televisa abrió sus espacios a la candidatura del aspirante presidencial del PAN.
¿Por qué Clouthier no pidió pluralidad informativa? Porque era un demócrata.
Twitter:
@RicardoAlemanMx
2012-05-23 01:55:0
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