viernes, 6 de noviembre de 2020

¡Es la polarización, estúpido!

Carlos Bravo Regidor  en MURAL 06 Nov. 2020

Sea quien sea el nuevo inquilino en la Casa Blanca, lo que pasó el martes pasado en Estados Unidos nos obliga a cuestionar una idea que por demasiado tiempo hemos dado por sentada en México. ¿A qué me refiero? A que muchos hemos considerado que los niveles relativamente altos de aprobación que mantiene el presidente López Obrador se explican, al menos en parte, como consecuencia de que los partidos de oposición están divididos y débiles. La gestión lopezobradorista ha arrojado resultados negativos en múltiples frentes que en teoría tendrían que causar descontento entre la población y costarle apoyos al Presidente. Pero en la medida que ese descontento no encuentra un destino claro adonde migrar ni en el cual agruparse, el efecto esperable no se produce y López Obrador se sostiene dentro de rangos de popularidad más o menos elevados. El argumento suena razonable, convincente. Lo ocurrido esta semana en el proceso electoral estadounidense, no obstante, lo pone en entredicho.

¿Por qué? Porque el gobierno de Donald Trump también ha tenido resultados negativos en múltiples frentes y allá sí hay una oposición fuerte y unida, pero el efecto esperable tampoco se observó. Sí, aún no hay cifras definitivas y las tendencias apuntan a que lo más probable es que Trump perderá la Presidencia. En los niveles de votación que obtuvo, sin embargo, no existe rastro alguno de que el electorado estadounidense le haya cobrado la factura de su gestión. En 2016, con un porcentaje de participación del 58%, obtuvo casi 63 millones de votos; en este 2020, con un porcentaje de participación que se calcula por encima del 65%, y sin que se hayan terminado de contar todavía los votos, ya registra más de 68 millones. La participación habría crecido un 7%; su votación, al menos un 8%. Su derrota, si se concreta, no podrá atribuirse al descontento de los estadounidenses con su gobierno; comparado con el saldo de hace cuatro años en cuanto al voto popular, le fue mejor.

Que a estas alturas aún no sepamos bien a bien si ganó o perdió, en parte por el problema del tiempo que toma contar los cerca de cien millones de votos que se emitieron de manera anticipada, pero en parte también por lo competitiva que resultó su candidatura, sobre todo en varios estados clave del colegio electoral, ya es en sí un testimonio muy revelador. Por un lado, de que la existencia de una oposición unida y fuerte no basta; por el otro, de la vitalidad que conserva el trumpismo a pesar de la abultada evidencia sobre la desfachatez, el deterioro y la destrucción que han caracterizado a la Presidencia de Trump. En suma, y contra lo que hemos querido suponer para el caso mexicano, quizá la fortaleza de AMLO no tenga tanto que ver con el hecho de que la oposición esté dividida y débil sino con la posibilidad, tal y como parece sugerirlo el fenómeno trumpista, de que el apoyo popular a ese tipo de liderazgos tenga menos que ver con los indicadores objetivos sobre su desempeño en el poder que con su capacidad de conectar con un sector del electorado mediante la polarización. ¿Qué importan los datos cuando lo que manda son los antagonismos?

Creo que la campaña de Biden intentó, muy deliberadamente, no polarizar. La suya fue una candidatura sobria, ecuánime, moderada, muy para los votantes de centro. Quizá con eso haya logrado aglutinar a una mayoría para hacerse del triunfo. No sería poca cosa, desde luego. Sería una gran hazaña, digna de ser reconocida y celebrada. Con todo, convendría no ignorar las señales de la acera de enfrente, no evitar las preguntas incómodas. El trumpismo pudo haber perdido, pero no está muerto: está más fuerte que hace cuatro años. ¿Podrá sobrevivir sin Trump? ¿Qué tanto lo acompañará en su estrategia de desconocer los resultados? ¿O acaso lo dejará morir solo? ¿Fue Trump el que polarizó a esos sectores? ¿O fueron esos sectores los que le impusieron a Trump su propia polarización? ¿Qué lecciones hay ahí para México?

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@carlosbravoreg

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