viernes, 1 de noviembre de 2019

El colapso

Salvador Camarena, El Financiero, 1 nov. 19

Desde el día siguiente del fiasco de la detención de Ovidio Guzmán, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha querido vender como un éxito, como un acierto, un episodio que muestra mucho de las limitaciones del modo de gestión del Presidente.

Hay una suma de prepotencia e ineptitud. No sólo en este caso, pero Culiacán ha llegado a cristalizar algo que se percibe en distintos ámbitos de esta administración. No en todos, pero la excepción no salva la tendencia.

La rueda de prensa de ayer, que duró una hora, pues los primeros 90 minutos fueron para los payasos, mostró a un Presidente resentido con la falta de acompañamiento acrítico de lo que él, y sólo él y unos cuantos incondicionales, ven como una virtud: el manejo de la crisis tras la fallida detención del hijo de un narcotraficante.

El presidente López Obrador, que pudo haber tomado/respaldado la decisión correcta al no insistir en una operación con riesgo de baño de sangre, no tolera que dos semanas después la prensa siga demandando información y, menos aún, que se abran espacios a quienes discrepan de la triunfalista versión oficial.

En la sesión mañanera de este jueves, no fue sino hasta que la colega de Proceso tomó la palabra que comenzaron las preguntas que interesan a la sociedad y no a la Presidencia. El modelo de las comparecencias en Palacio Nacional mostró, como nunca, sus limitaciones de diseño: los patiños intentaron maniobras de distracción, pero la prensa profesional reclamó que el ejercicio fuera real, así que acabaron preguntando a gritos. Nada de qué espantarse, mejor eso que someterse. Siempre.

Pero el Presidente no opina igual. Ante las preguntas tuvo el mal tino de comparar a los medios con la prensa porfiriana que no supo aquilatar la llegada de la democracia maderista. Y, como su pecho no es bodega (así dice él), nos advirtió que se atrevería a decirnos lo que piensa de los cuestionamientos: “muerden la mano que les quitó el bozal”, dijo al citar a Gustavo Madero.

Para ese momento, el Presidente había perdido el control de su operación de propaganda. Quiso dominar en solitario a los reporteros recurriendo a sus letanías. Pero el truco se ha desgastado. Estamos frente a una crisis y la prensa verdadera estuvo a la altura de lo que se espera de ella: no se dejó enredar por los cuentos del pasado con los que todo-todo error actual se quiere jusitificar.

Porque el 17-O de Culiacán es un poliedro de aspectos a cual más grave uno que otro. El poderío armamentístico de los criminales, su capacidad de logística, la decisión del cártel  de arriesgar a la población de donde son nativos y su ruidoso triunfo representan una afrenta a la nación. Literal. Y encima el riesgo de que no sea la única organización criminal que recurra a ese modus operandi.

El gobierno, por el contrario, ha querido mostrar a la candidez como una virtud. Si fueran una orden religiosa, se entendería tal decisión. Pero son los encargados de garantizar la seguridad de la ciudadanía, de imponer la ley, de monopolizar la fuerza. Eso es lo que se les reclama. Y eso es en lo que fallaron: no pudieron hacer un operativo sin cuidar a la sociedad, y la criminalidad mostró que puede mandar. Necesitamos la señal contraria.

Al cuestionar sobre cómo pudo pasar eso, y cómo sabemos que se trabaja para que no ocurra de nuevo, el gobierno contesta en los únicos términos que son constantes de la administración lopezobradorista: nada de humildad y reconocimiento del error, menos pedirle a la sociedad que confíe en que se corregirá lo equivocado. Al contrario: desde el (todavía) secretario Alfonso Durazo al Presidente (quito de esa línea al general secretario Sandoval, más mesurado) las respuestas lindan en la altanería.

El comando del Ejército que otras veces ha sido exitoso, pudo haber tenido un fallo grave en el terreno en Culiacán. Mala tarde. Pero el concierto de incapacidades mostrada en el gobierno central, y sobre todo su incapacidad para entender que en una crisis no pueden darse el lujo de perder el apoyo popular es una señal aún más delicada.

En esta primera crisis hay espacio para rectificar estilo de mando, mecánica de toma de decisiones, perfil de colaboradores, modelo de comunicación, relación con los medios y mensaje a la sociedad. Nada de eso parece interesar.
Todo el esfuerzo del Presidente fue dispuesto, a partir de la ineptitud mostrada y desde la soberbia, en distraer de lo central y, como otras ocasiones, salir a buscar quién la pague (en este caso la prensa) y no quién la hizo: ellos mismos.

Lo peor es que, de persistir en esa actitud, la factura del colapso de este modo de gobernar que ayer se vislumbró la pagaremos todos.

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