La moraleja central del cuento de Andersen no es el mareo de poder de un emperador que va desnudo creyendo que camina ataviado de elegantes ropajes y una capa deslumbrante que el pueblo admira mientras lo vitorea a su paso.
El hecho esencial es que la muchedumbre está tan enajenada como el emperador.
Aquí, nuestro Presidente, tampoco trae nada. Y la mayoría de la población lo ve como si en realidad tuviera claro algo de algo (que no sea control político).
Los intelectuales y comentaristas debaten si es de izquierda, de derecha, si es un Chávez o un Perón.
Por lo hecho hasta ahora podemos decir, con Antonio Machado, que no es un fruto maduro ni podrido: es una fruta vana.
Es tal nuestra enajenación, que muy pocos le preguntan cuántos presos hay en su “guerra contra el huachicol”. La mayoría le aplaude.
¿Quiénes están detenidos por la tragedia de Tlahuelilpan, donde murieron calcinadas 132 personas por negligencia del gobierno? Nadie.
Por qué tiró a la basura (al menos) 200 mil millones de pesos al frenar las obras de un aeropuerto de talla mundial que lleva construido la tercera parte, y sería un gran negocio para el Estado.
Cómo es que llegó al poder con un discurso antimilitarista, y ahora resulta que nos dice que sin las Fuerzas Armadas como columna vertebral de su administración no puede gobernar.
Al Ejército lo convertirá en fraccionador y desarrollador inmobiliario ahora que privatice parte del Campo Militar de Santa Fe. ¿Por qué?
¿No que estaba en contra de las privatizaciones? ¿No que los militares a sus cuarteles?
Le va a entregar a la Secretaría de la Defensa la construcción y concesión del aeropuerto en Santa Lucía, con todos los negocios que ello implica: hoteles, restaurantes, casas de cambio, slots... ¿A santo de qué tanto negocio?
Cuál es la razón por la que tenemos el inicio de sexenio más violento de la historia desde el final de la Revolución Mexicana.
Anunció que fortalecería a Pemex como nunca antes, y por primera vez desde que se califica el desempeño de esa empresa vital (2000), su deuda fue degradada drásticamente por Fitch. No le creen al agrónomo que puso al frente de ella.
Protestó siempre contra el amiguismo y el compadrazgo en los cargos públicos y ahora que está en el poder pone a incondicionales suyos en las ternas para la Suprema Corte.
Despotricó –y lo sigue haciendo– contra los gobiernos “neoliberales” por el bajo crecimiento económico, y en su primer año vamos a crecer como el peor de ellos, al uno por ciento si bien nos va.
Juró ser progresista y entre sus primeras medidas está quitar el presupuesto a las estancias infantiles, donde cientos de miles de niños estaban bien atendidos mientras su mamá o su papá podían trabajar sin preocupaciones.
Quitó los recursos a los refugios para dar atención a mujeres maltratadas o víctimas de violencia intrafamiliar. Luego vino la presión social y anuncia su gobierno que “lo va a estudiar”.
Para abajo el presupuesto a los institutos públicos que atienden a personas de escasos recursos que padecen cáncer y enfermedades respiratorias (como se publica hoy en El Financiero).
Su partido aprueba en el Congreso prisión oficiosa a una serie de delitos por el simple hecho de existir una denuncia, y el acusado tiene que probar su inocencia desde la cárcel.
Fincó toda una campaña contra el “gasolinazo” y ahora que, con la fórmula Meade, el litro de combustible debería haber bajado alrededor de tres pesos, sube de precio.
Atacó a su antecesor por “agachón” ante Donald Trump (cuando siempre hubo respuesta digna, en público y en privado, a los ataques del presidente de EU), y ahora que el magnate nos acusa de estar peores que Afganistán (con todos los efectos que ello tiene para el turismo y la inversión), nuestro mandatario dice que él respeta las opiniones del vecino.
Pide visas para los familiares de un criminal como El Chapo Guzmán, y se abstiene de solicitarla para quienes fueron separados de sus padres y hermanos, y deportados a México, a pesar de llevar una vida honesta y de trabajo en la Unión Americana.
Se presentó como un gladiador de los derechos humanos, y ahora que debe pronunciarse pone a nuestro país al lado de la dictadura de Nicolás Maduro, un sátrapa que mandó quemar medicinas y alimentos que iban a Venezuela como ayuda humanitaria.
En cada muerte de un opositor veía un crimen de Estado, y ahora su gobierno no dice nada, y no hay quién se lo exija, sobre la trágica muerte de su principal opositor, Rafael Moreno Valle y su esposa, la gobernadora de Puebla que él no quería en el cargo.
Calificaba de “loco” al presidente que pretendía hacer una termoeléctrica “en la tierra de Zapata”, y ahora se empeña en construirla, con todo y el asesinato no esclarecido de su opositor, Samir Flores.
¿Qué le aplauden?
Estamos tan enajenados como la muchedumbre que vitorea y admira el nuevo traje del emperador, que va desnudo.