JAIME SÁNCHEZ SUSARREY, 7 NOV. 17 EL FINANCIERO
AMLO se define a sí mismo por dos características esenciales. La primera: soy puro e impoluto. La segunda: soy indestructible. Y todo ello deriva en la victimización perenne. La mafia en el poder trama complots y distribuye falsa información sin poder vencerlo ni doblarlo.
Se trata de algo así como la versión mexica de la caricatura de Tom y Jerry. El gato, Tom (la mafia en el poder), persigue y pone trampas al ratón, Jerry (Andrés), sin lograr atraparlo y recibiendo siempre, al final, un portazo en la cara. La persecución se reanuda una y otra vez, hasta el infinito, pero Jerry siempre sale victorioso.
Sin embargo, la representación de “el rayito de esperanza” choca de manera frontal con la realidad. Porque su corte está integrada de personajes oscuros y alianzas más que dudosas. Ahí está el caso de René Bejarano que acaba de ser integrado a su comité de finanzas, donde seguramente hará algo más que estirar ligas.
Y, por si lo anterior fuera poco, el Partido del Trabajo, y su presidente, Alberto Anaya, que fueron purificados por haber hecho alianza con su Alteza Serenísima, han sido implicados en desvíos millonarios de fondos públicos. Amén que el PT no es un ejemplo de autoridad moral ni política, sino de oportunismo y subordinación a Kim Jong-un, líder de Corea del Norte.
La realidad es que López Obrador se ha tornado cada vez más patético. Ahora va contra un programa de la corriente Galileos del PRD, exigiendo que lo censuren por haber realizado una entrevista televisada a Miguel Ángel Mancera. ¿El motivo? Acto anticipado de campaña y compra de tiempo en medios electrónicos de comunicación.
Dije arriba patético, pero me corrijo: es grotesco y cínico. Andrés Manuel lleva 17 años en campaña, si asumimos que desde que tomó posesión como jefe de Gobierno empezó a trabajar por su candidatura. Y desde entonces no ha parado. Pero ahora viola explícitamente la ley al aparecer en cientos de miles de spots promoviéndose para la Presidencia de la República.
Hay, sin embargo, algo más grave. López Obrador no sólo se relaciona y encubre a personajes corruptos, sino tiene efectos corruptores. Claudia Sheinbaum es, sin duda, de lo mejor que rodea al candidato de Morena, pero la hizo cómplice de la opacidad de los segundos pisos, cuando la nombró responsable de su construcción durante su gobierno.
Por lo demás, la victimización como método y expediente de su candidatura choca también con la realidad. El caso del encarcelamiento de Carlos Ahumada es paradigmático. Luis González de Alba, que sabía de lo que hablaba, denunció en su momento que las condiciones de confinamiento de Ahumada eran mucha más extremas que las de los estudiantes presos en Lecumberri en 1968.
Con el paso del tiempo, López Obrador ha cambiado. Pero no porque ahora sea más tolerante ni porque tenga fe en las instituciones ni por pensar de manera más moderna. Ha cambiado porque el paso, inexorable, del tiempo lo ha vuelto más lento y obtuso.
Sus delirios mesiánicos se han acentuado. No se siente sólo elegido para salvar al pueblo, sino afirma que tiene, literalmente, poderes curativos. Por eso su programa para combatir la violencia y la inseguridad es la predica del amor y la paz. No hay que encarcelar a los delincuentes, sino alejarlos del mal. Tocadme y sanareis.
Y aunque, ante la intransigencia e intolerancia de Trump, no ofrece una catarsis curativa, sí postula una capacidad persuasiva que hará que el presidente de EU entienda que la cooperación y las buenas maneras son mejores que el insulto, la diatriba y la construcción del muro.
En lo que se refiere al cáncer de la corrupción, no tiene duda que será extirpado de manera milagrosa, con el solo ejemplo que irradiará desde la Presidencia de la República. Esa luz barrerá, como un soplo, las escaleras de arriba para bajo, ya no digo eliminando a los corruptos, sino extirpando los malos hábitos e inclinaciones.
Todos estos rasgos ya estaban presentes en 2006 y 2012, pero se han acentuado con el paso del tiempo. La lentitud al hablar, que se puede constatar en las entrevistas, y el lenguaje corporal cansino y desganado, que se observó en su visita al Wilson Center, son el nuevo dato del personaje.
AMLO se ha vuelto una parodia de sí mismo. Hay que impedir que convierta al país, primero, en una caricatura y, luego, en una pesadilla.
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