viernes, 24 de julio de 2015

Intolerancia

Diversas organizaciones sociales han convocado a una marcha en defensa del matrimonio natural y la familia, que tendrá lugar mañana en Guadalajara y en otras ciudades del país, como respuesta a la aberrante resolución de la primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que pretende reinventar la institución matrimonial con argumentos falaces. El rechazo de la sociedad al intento por igualar el homomonio con el matrimonio va en aumento, pero no sólo en los ámbitos religiosos, como lo quieren hacer ver los promotores del “matrimonio igualitario”, sino en amplios sectores de la población que antes permanecían callados frente a la intolerancia de diversos colectivos que condenan a todo aquel que discrepa de sus postulados. Dicha intolerancia es muy preocupante y exhibe una gran falta de respeto a la diversidad que dicen defender. Veamos simplemente la virulencia con la que han reaccionado diversos colectivos auto denominados lésbico-gay, contra la marcha de mañana a favor del matrimonio entre hombre y mujer. Han invitado a tomar la calle ese mismo día, no para defender sus convicciones, sino para generar provocación y conflicto. Algunos de esos colectivos, que se ostentan como defensores de la igualdad y la libertad interpusieron una demanda penal contra el Cardenal emérito de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, por el solo hecho de defender el matrimonio entre hombre y mujer y denunciar las implicaciones que tendría la equiparación de otros tipos de uniones al matrimonio. ¿Dónde está la supuesta tolerancia de estos grupos? ¿Dónde está su respeto a la libertad de expresión? Si alguien tiene la osadía de defender al matrimonio natural es tachado en automático como homófobo y fanático, cuando en realidad nadie está cuestionando sus preferencias sexuales, mismas que son respetadas en un marco democrático y de libertades. La intolerancia de los promotores del “matrimonio gay” puede llegar a extremos alarmantes. La experiencia de algunos países que han aprobado dichas uniones lo ha puesto de manifiesto. Una vez que la ley aprueba estas uniones estos colectivos apuestan por la inclusión de contenidos específicos en el sistema educativo para que las nuevas generaciones se eduquen en la “normalidad” que pretenden construir. Padres de familia y educadores que se han opuesto a estos contenidos, defendiendo las diferencias esenciales entre hombre y mujer y la complementariedad de ambos sexos han sido incluso sometidos a procesos legales. En otro lugares, quienes han sido víctimas de la intolerancia han sido los sacerdotes y los ministros de diversos cultos, quienes al defender la institución matrimonial, tras la aprobación de los homomonios, incurren en una “ilegalidad” al hablarle a sus fieles. ¿Dónde queda entonces la libertad religiosa? Muchos comunicadores han sido también víctimas de esta intolerancia. Algunos han sido demandados y han perdido su trabajo por hacer el distingo entre el matrimonio y otros tipos de uniones, con argumentos sólidos, pero en automático han sido señalados como enemigos de las libertades sexuales y la igualdad. Y la lista de la intolerancia podría continuar, lo cual es lógico cuando hay carencia de argumentos lógicos y racionales. No se le puede pedir a la ley lo que la naturaleza no ha dado. Hasta liberales acérrimos como Juárez y Melchor Ocampo defendieron el matrimonio entre hombre y mujer como el garante para perpetuar la especie humana y forjar civilizaciones. Decir por último que la resolución de Suprema Corte es reversible y que en un marco democrático y de libertades debe haber debate sobre un tema tan crucial para el futuro de nuestra sociedad. Pero en la intolerancia no existe lugar para el debate, ni para los argumentos, sino para la imposición, incluso de las peores aberraciones. Las autoridades en el ámbito federal y estatal deberán tomar una decisión histórica: defender a una institución milenaria, basada en la misma naturaleza, o ceder a intereses ideológicos con graves consecuencias sociales para las siguientes generaciones.

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