Leo Zuckerman. 14 de Septiembre de 2020
Pobre del país en el que, desde la cúspide del poder, se denuesta a sus pensadores más brillantes y productivos. Me refiero a Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze. Entiendo que el Presidente no comulgue con sus ideas. Pero, de eso, a injuriarlos en público, hay una enorme diferencia. Diferencia que reduce la estatura moral de López Obrador al peldaño más inferior de la política.
López Obrador acusa a Aguilar Camín y Krauze de haber hecho negocios con los gobiernos anteriores. Eso, para empezar, no es ilegal. Como empresas privadas estaban en su derecho de venderle productos y servicios al sector público. Pero aquí viene la trampa de AMLO: lo que los anglosajones llaman un innuendo.
La traducción más cercana al español sería “insinuaciones indirectas”. En este caso, la pulla es que, si los gobiernos anteriores les dieron dinero a las empresas de Aguilar Camín y Krauze, “los compraron” de esta manera. Falso. Tan sólo hay que ver el contenido de las dos revistas que dirigen (Nexos y Letras Libres) para ver la gran cantidad de artículos críticos sobre los gobiernos que en ese momento gobernaban. Puras insinuaciones que no se sustentan en los hechos.
Qué triste que el Presidente recurra a estas tácticas propagandísticas para atacar a Aguilar Camín y Krauze. Si él y su movimiento están en contra de las ideas de estos dos pensadores, ¿por qué no atacarlos en ese plano, es decir, en el de las ideas?
Porque no pueden.
El lopezobradorismo carece de pensadores del calibre intelectual de Aguilar Camín y Krauze. El único que se me ocurre de esa talla es Lorenzo Meyer, pero tiene un “pequeño” conflicto de interés: su hijo es secretario de Estado del gobierno de AMLO.
Estoy seguro que Aguilar Camín y Krauze se comerían de dos mordidas a cualquier lopezobradorista que les pusieran enfrente en un debate. Y esto pensando en un debate civilizado de ideas, y no en los que le gustan a AMLO a y sus huestes, es decir, donde, frustrados por la falta de ideas, pronto recurren a argumentos ad hominem, insinuaciones sin sustento, mentiras y hasta groserías. Es un terreno que conoce bien el Presidente y algunos de sus seguidores, como Gerardo Fernández Noroña.
Y eso, creo, es lo que más le duele a Andrés Manuel López Obrador: no poder ganar el debate de las ideas. No es gratuito que diario se esconda en una dizque conferencia de prensa llena de paleros que le hacen preguntas a modo. Él se siente más cómodo con Lord Molécula que con verdaderos periodistas o personajes con cierta estatura intelectual.
Ahí está uno de los límites de la llamada Cuarta Transformación: es un proyecto de ideas huecas. Son las ocurrencias del líder que lo único que quiere es concentrar el poder en la Presidencia. Un proyecto de poder. Mucha crítica en contra del neoliberalismo, pero ninguna alternativa. Tan es así que ni siquiera han podido encontrar un nombre a su proyecto. Comenzaron diciéndole posneoliberalismo y luego salieron con la paparruchada de economía moral.
Frente a la falta de ideas y de pensadores de peso, lo único que le queda a AMLO es desprestigiar con mentiras a dos de las mejores mentes de este país. Y sí, yo tengo el privilegio de conocerlos y admirarlos. En particular, es un lujo tener a Aguilar Camín todos los lunes en La Hora de Opinar.
Estamos frente a un rasgo típico de AMLO: cuando no se le dan las cosas, saca su peor faceta. Ante el fracaso evidente de su gobierno (mal manejo del covid-19, crisis económica e inseguridad), el Presidente se enoja (¿dónde quedó su República Amorosa?), y enjuicia públicamente a dos de los mejores pensadores de México y los sentencia.
Luego aparecen sus mastines a recomendar el castigo: silencio o exilio. Eso dijo Paco Ignacio Taibo II, un escritor de medio pelo que hoy dirige el FCE y Educal. El siguiente paso es demandar que se quemen los libros y artículos de Aguilar Camín y Krauze en una pira pública.
¿Exagero? Quizá, pero prefiero hacerlo a quedarme callado.
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