JAQUE MATE / Sergio Sarmiento
22 Jun. 2017
Jonah Lomu
Siempre es más fácil culpar al árbitro. En el futbol es cosa de todos los días, también en la política mexicana. En nuestro país ningún político pierde una elección. Todos se declaran vencedores al cerrar las urnas. La derrota, cuando llega, es siempre consecuencia de un fraude; y la culpa, por supuesto, del árbitro vendido.
Los cuestionamientos al árbitro electoral buscan generar rechazo e incredulidad. Lo anunció en 2006 Andrés Manuel López Obrador cuando mandó al diablo las instituciones. No sólo culpó al IFE de su estrecha derrota, sino que maniobró hasta lograr la destitución de Luis Carlos Ugalde de la presidencia de la institución, a pesar de que su cargo estaba supuestamente protegido por ley.
La clase política ha logrado debilitar la credibilidad del INE, a pesar de que el instituto es su creación. Una encuesta de Grupo Reforma señala que el 60 por ciento de los entrevistados no piensa que el INE tenga capacidad para operar las elecciones de 2018, mientras que 55 por ciento considera que el instituto no es independiente del gobierno.
El INE no es perfecto, ciertamente, pero estas descalificaciones son injustas. Nuestras leyes y árbitros electorales representan grandes avances sobre 1976 o 1988. Las reformas de 1977, 1990, 1993, 1994 y 1996 nos dieron reglas más justas y un IFE independiente. Lo más importante es que permitieron la alternancia de partidos en el poder por primera vez en nuestra historia.
Las reformas de 2007 y 2014 tuvieron retrocesos, pero aun así el sistema actual es infinitamente mejor al de 1988. Recuerdo una entrevista con Jorge Alcocer, representante del Frente Democrático Nacional en la elección de 1988, que narraba los absurdos y abusos en el recuento de actas con los que se perpetró el fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas. Hoy serían imposibles.
La alternancia de partidos es la prueba de fuego de una democracia, y en nuestro país es la regla y no la excepción. Esta alternancia es mayor en México que en Estados Unidos, donde muchas reglas están hechas para proteger al incumbent, esto es, al partido o candidato en el poder. En 2015 y 2016 hubo en México 21 elecciones para renovar gobernadores y los partidos de oposición triunfaron en 13. Este éxito de la oposición, en 62 por ciento de los casos, es altísimo. Todavía no han concluido las impugnaciones de los comicios de 2017, pero si se mantienen los resultados hasta ahora habrá dos triunfos del partido en el poder y uno de la oposición. Estamos muy lejos del sistema de partido único.
Los procesos desde la recepción de boletas hasta la declaración del ganador son tan buenos en nuestro país como en cualquiera. En Coahuila lo que falló fue la complejidad del sistema de alianzas que inventaron los legisladores. Las faltas mayores tienen lugar antes y después de la votación. Antes, gobiernos y partidos compran votos a través de dádivas o programas sociales. Después, el problema es la falta de ética de políticos y candidatos, que al cerrar las casillas se declaran vencedores sólo para decirse despojados después.
La idea de que no puede haber una democracia real mientras no triunfe la izquierda, o Morena o el PT, es inaceptable. Lo es también la práctica de culpar al árbitro de cualquier derrota. Quienes lo hacen buscan debilitar a las instituciones electorales. El PRD, Morena y el PT lo han hecho de forma sistemática. El PAN defiende las elecciones cuando gana, como en 2006, pero las cuestiona cuando pierde, como ahora en Coahuila. No tenemos demócratas.
NO ES HOMOFÓBICO
El grito de "Ehhh..." no es homofóbico: es un simple insulto convertido en broma. La FIFA, sin embargo, ha lanzado la amenaza y la Selección Nacional puede terminar pagando el costo de que los fanáticos se diviertan. Ayer, por lo pronto, guardaron silencio en Sochi.
@SergioSarmiento
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