López Obrador fijará el 16 de septiembre una posición sobre las consultas que solicitaron EU y Canadá por la política energética mexicana. ¿Coincidencia o segunda independencia?
julio 27, 2022 | 12:07 hrs
Carlos Javier González
En la década de los noventas apareció una película bastante chafa que se llamaba Día de la independencia, en la que la visión de los cineastas planteaba cómo el mundo repelía una invasión alienígena. El liderazgo de esta gesta heroica recaía en el presidente de Estados Unidos, quien al final de la cinta daba un ridículo discurso en que informaba al mundo que, ¡oh, coincidencia!, la fecha del triunfo humano sobre los alliens caía justamente en 4 de julio. Así que a partir de entonces, el 4 de julio se convertiría en la fecha de la nueva independencia, pero ya no sólo de los gringos sino también del resto de la humanidad. Hago un recuerdo de esta mala película porque el anuncio de López Obrador de que fijará una posición sobre las consultas que harán Estados Unidos y Canadá en el marco de TMEC sobre la política energética mexicana, coincidentemente será el día 16 de septiembre, fecha de nuestra primera independencia. Y digo nuestra primera independencia porque uno puede imaginar que ese día el presidente de la República, flanqueado por su gabinete y las Fuerzas Armadas desfilando, va a declarar la segunda independencia mexicana al decirle a los estadounidenses y a los canadienses que nos hacen los mandados. Es pertinente este pronunciamiento después del que ya hizo el canciller bis., Chico Che, quien a pesar de estar muerto, parece estar más vivo que Marcelo Ebrard. No basta decirles “Uy, qué miedo, mira cómo estoy temblando”. No, hay que decirles fuerte y claro que la soberanía mexicana no tiene nada que ver con mejorar nuestros niveles de vida, ni nuestra competitividad, ni nuestros ingresos per cápita, ni acceder a la tecnología de punta e inversiones cuantiosas. No. La soberanía mexicana radica en que nosotros podemos solos, aunque el mundo vaya en sentido contrario; aunque el mundo cada día sea más global a nosotros nos importan un pepino los flujos comerciales y los modelos exportadores. Lo nuestro, lo nuestro, es ser pobres pero dignos; lo nuestro es que nadie nos venga con que la ley es la ley; lo nuestro es tener una Suprema Corte de Justicia –así con minúsculas– al servicio del Ejecutivo; lo nuestro es que el rey de España y el Papa vengan de rodillas a pedir perdón y de paso se traigan el penacho de Moctezuma; lo nuestro es no molestar a los señores del crimen organizado aunque hagan lo que hagan, entre otras cosas. Que nadie venga a decirnos cómo jodernos la vida, si el mundo no acepta nuestras condiciones, peor para el mundo.
¿Es posible que dicho pronunciamiento de la nueva independencia –porque parece ser que sólo una cuarta transformación ya no es suficiente– incluyera la denuncia del T-MEC y decirle al mundo que ahora habrá un MEXIT? A diferencia de los británicos, en México no habría una consulta popular sobre el tema por culpa del INE, que no ata ni desata y quiere entregar el país a los traidores a la patria. Pero no necesitaríamos dicha consulta, bastaría con la iluminada orden del jefe del Estado mexicano y la instrucción a sus abyectos legisladores para que todo se operara. Lo más emocionante sería ver las marchas de acarreados y alguno que otro espontáneo ingenuo, que harían de nuestro líder un nuevo Miguel Hidalgo arropado en el Zócalo como lo fue el general Lázaro Cárdenas. Encabezarían esas marchas las corcholatas y gobernadores de Morena, que harían desplegados en los periódicos y medios de comunicación agradeciendo al neohidalgo salvarnos de ese tratado maldito que nos ponía de rodillas ante los gringos y sus benditas remesas. Justo en el balcón de enfrente, estaría la oposición haciendo lo que les toca o les ha tocado en este sexenio y que hay que decir, lo han hecho ejemplarmente bien: tirar la flojera y mirarse el ombligo al tiempo que escogen qué embajada les tocará a cambio de rendir la plaza. Harían pronunciamientos patrióticos y encendidos en privado, porque en público hace mucho tiempo que ya nadie los pela.
Lo que vendría después sería la fuga de capitales, el cierre de empresas, de fuentes de trabajo y aumento de la pobreza, que sin duda afectaría más a los que incondicionalmente apoyan en las urnas al ‘Señor’ –Adán Augusto dixit–. Pero para evitarles la decepción, se les haría saber fuerte y claro que “los empresarios mostraron el cobre, nunca les interesó el empleo del pueblo, sólo querían seguir robando” y sería culpa de ellos la miseria que se crearía. Se les diría que “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”. Y ya.
Este escenario –distópico para unos, virtuoso para otros– podría darse si el presidente de la República decide que importa más su imagen y su pase a la historia que la realidad. De ser el caso, las sanciones económicas internacionales a México serían brutales. ¿Será que López Obrador no tenga empacho en embargar el bienestar de varias generaciones de mexicanos a cambio de un sitio muy percudido en la historia que él mismo escriba? Ojalá que no sea el caso y que la sensatez prive en el gobierno o, por lo menos, un poquito de sentido común y no se inicie el Mexit, que tendría consecuencias catastróficas. A ver.
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