martes, 10 de abril de 2018

AMLO, puerta al inframundo

Jaime Sánchez Susarrey

La comparación de López Obrador con Luis Echeverría Álvarez (LEA) le hará al ‘rayito de esperanza’ lo que el viento a Juárez. De entrada, porque 48 por ciento de los electores son millennials (nacieron entre 1980 y 2000) e ignoran no sólo los excesos que se cometieron en el sexenio 1970-76, sino quién era presidente de la República.
Así que, desde un punto de vista estrictamente propagandístico, la estrategia carece de sentido. Para que funcionara, habría que armar un curso o distribuir folletos sobre el gobierno de Echeverría y luego proceder a la comparación. En otras palabras, sale más caro el caldo que las albóndigas.
Eludir este problema argumentando que, aunque los millennials no sepan quién es Luis Echeverría, sus padres y sus abuelos sí lo recuerdan, equivale a suponer: a) que tienen una influencia total sobre estos jóvenes; o b) que, preocupados por el porvenir del país, se dedicarán a instruirlos y alertarlos. De nuevo, el caldo sale más caro que las albóndigas.
Pero dejando atrás este ‘pequeño problema’, voy al fondo del asunto. Aunque Luis Echeverría implementó políticas populistas, fue ante todo un priista institucional. Llegó por dedazo, ejerció el poder sin contrapesos –porque no los había–, al cabo de cinco años eligió a su sucesor y el sexto año entregó la presidencia de la República a López Portillo. Acató, pues, los principios esenciales del régimen priista, que Daniel Cosío Villegas describía como una monarquía sexenal.
Durante su gobierno, Echeverría hizo estragos: estatizó empresas, incrementó la emisión de papel moneda, disparó la deuda pública, el déficit fiscal, la inflación y terminó con 22 años de estabilidad cambiaría.
Su estrategia económica fue sintetizada en una frase: la política económica se maneja en Los Pinos. Liquidó, así, un pacto implícito que dejaba el manejo de la economía a los técnicos de Hacienda y del Banco de México.
Todo lo anterior con el propósito de superar la ‘atonía’ de los primeros años de su gobierno y acelerar el crecimiento. No sólo eso. Consumó expropiaciones arbitrarias en el norte del país, que luego se convirtieron en el preludio de la estatización de la banca en 1982.
Simultáneamente, ejerció el poder con mano dura. Fueron los años de represión de la guerrilla, de Lucio Cabañas a la Liga Comunista 23 de Septiembre. A contrapunto, sin embargo, denunció a los grandes empresarios como ‘riquillos’ y se enfrentó abiertamente a ellos.
Pero todo lo descrito es un juego de niños si se compara con Fidel Castro y Hugo Chávez. La clave de la cuestión está en el liderazgo y la perpetuación en el poder. El PRI abolió la época de los caudillos entre 1929 y 1936. En Cuba y Venezuela, por el contrario, se construyeron regímenes en torno a un caudillo populista –con sesgo comunista en el primer caso y socialista en el segundo.
Es cierto que la admiración de AMLO por LEA no es ningún misterio. Está ampliamente documentada. Según su versión de la historia, los males de este país empezaron con Miguel de la Madrid. De ahí su denuncia del neoliberalismo y las reformas estructurales, que sin duda echará abajo para restaurar el estatismo y el proteccionismo.
Pero asumir que López Obrador es una reedición de Echeverría es un simplismo. AMLO no es un priista, es un populista. Llegará al poder por sus propios medios, no por dedazo. Se asume como líder único, no como parte de un sistema institucional. Y sufre el mismo tipo de delirio que Castro y Chávez. A LEA, en cambio, ni en sus momentos más febriles se le hubiera ocurrido compararse con Juárez, Madero y Cárdenas.
No se puede descartar que Echeverría haya soñado con perpetuarse en el poder, pero jamás intentó una reforma constitucional para tal efecto. AMLO sí puede hacerlo. Y, si es mínimamente congruente con su pensamiento, la pondrá en marcha. Una encomienda histórica mayor, como la que cree asumir, no se concreta en un sexenio.
Por eso la comparación con LEA pierde de vista lo esencial. AMLO no es una alternativa a probar por seis años, es un riesgo mayor. El PRI, con todos sus fallos y lacras, dejó atrás caudillos y hombres fuertes. Andrés Manuel es, en pleno siglo XXI, la puerta de entrada a ese inframundo.

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