MACARIO SCHETTINO
En los últimos días, las acusaciones de comportamiento impropio o francamente de corrupción, han caído sobre Morena. Por un lado, la delegada en Tlalpan, Claudia Sheinbaum, siguió cobrando como investigadora a pesar de ocupar la jefatura delegacional. No sé si eso es legal o no, pero al menos parece inadecuado. Por otro, la candidata a la alcaldía de Las Choapas, Veracruz, fue filmada recibiendo dinero para, presuntamente, entregarlo a su líder, Andrés Manuel López Obrador. Ya no es candidata, y ha dicho que no recibió el dinero, o lo devolvió.
En realidad, nada nuevo. Lo mismo ocurrió cuando López Obrador era jefe de Gobierno del Distrito Federal (DF). Su secretario particular, apenas salido del cargo para coordinar la campaña de los asambleístas, fue filmado recibiendo dinero; lo mismo que Carlos Ímaz, esposo de la señora Sheinbaum. El secretario de Finanzas del gobierno fue captado apostando en un lugar exclusivo de uno de los hoteles más caros de Las Vegas. En todos los casos, López Obrador afirmó que era un montaje, y que él nada tenía que ver con eso. Ahora hace lo mismo.
Desafortunadamente, el comportamiento de los políticos afines a López Obrador no es diferente del mostrado por el resto: simplemente no son más honestos que los demás. Esto es una desgracia porque confirma que la política en México está corrompida profundamente. Leyes inadecuadas y además aplicadas de manera deficiente, no sólo no han corregido una tradición clientelar, sino que la han magnificado, al extremo de que hoy la política en México es un tema de dinero y más dinero, pero sin límite alguno, ni en su origen ni en su destino. De ahí que los gobernantes extraigan todo el recurso posible de sus puestos. Les es indispensable para seguir haciendo política. Algunos toman un poco para ellos y sus familias, y por eso presumen de honestos. Otros roban como si no hubiese mañana, y por eso hacen parecer honestos a los primeros.
El problema adicional para López Obrador ha sido su insistencia en su honestidad. Ésa ha sido su manera de diferenciarse de los demás, y con ello acusar al resto de los políticos de ser la 'mafia del poder', elemento indispensable para polarizar y construir una plataforma populista (recuerde: el pueblo bueno contra la mafia mala, el pasado dorado al que hay que regresar, el líder mesiánico que guiará ese tránsito). La evidencia que tenemos es que no hay diferencia significativa entre el grupo político de López Obrador y los demás: toman dinero para las campañas, sus familias gastan más de lo que pueden demostrar, y su paso por el servicio público resulta igual que el de cualquiera. A casi doce años de que López Obrador dejó el Gobierno del DF, no se percibe una orientación estratégica que mejorase la ciudad. Tuvo más en este sentido Marcelo Ebrard, su aliado, pero el despilfarro en la Línea 12 del Metro nunca ha sido explicado razonablemente. De los delegados, ni hablar: parecen empeorar en cada elección, como muestra el deterioro de la ciudad, que ha ido acompañado de construcciones y giros mercantiles que, o son fuente de recursos vía corrupción, o demostración de la más plena incompetencia de los funcionarios.
Decíamos ayer que gobernar se ha hecho mucho más complicado en lo que va del siglo, de forma que los opositores tienen gran ventaja frente a quienes defienden la posición. Esto ha permitido a AMLO convencer a los votantes de que él es diferente, porque no ha ganado. Pero también hemos comentado cómo estas posturas religiosas (el santo contra la 'mafia del poder'), aunadas a muy malas ideas económicas (regreso al pasado), siempre han dado como resultado una tragedia. Pues eso.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.
Twitter: @macariomx
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