Está comprobado que a los vividores de la política en cualquier parte del mundo —sean de izquierdas o de derechas— les sobran colas para colgarse de rama en rama y acomodarse con el único propósito de lograr prebendas y dominio. El poder es droga maldita.
No es inmoral que ciudadanos terminen su militancia en un partido y se afilien a otro, siempre que sea el resultado de un análisis honesto pensando en el bien del país, no en el propio.
Por desgracia, en México se ha hecho costumbre despreciar todo concepto de honor y de lealtad a sí mismos y a la causa por la cual se dice luchar. El cinismo ha llevado a que muchos líderes salten de partido en partido, acumulando cuatro o cinco militancias sin el menor pudor, o se declaren “independientes”.
Pretenden engañarnos con discursos huecos, aludiendo a “valores y principios”, a “las demandas y el enojo social”, escondiendo su oportunismo y desvergüenza.
Y si eso sucede con liderazgos individuales, ¿qué esperar de las huestes que tienen bajo su control?
Un caso reciente:
Con la simple llegada a Morena, la claque resulta purificada, deja de formar parte de “la mafia en el poder” y López solamente le pide a la profesora que “aclare” su participación en “el fraude de 2006”. Así todo quedó redimido. ¡Valiente honestidad!
Pero no se preocupe usted: el Rayito de Esperanza ofrece que “Morena actuará de manera precavida ante la adhesión pública de algunos líderes del SNTE que hace poco apoyaban a la mafia del poder”.
¡Viva México!
O sea: entren corruptos, sométanse ovejunamente a mis designios para construir la “República Amorosa”, denme una “aclaración” y aquí no pasó nada, ¡están purificados! A eso se reduce la “honestidad valiente” del redentor que nos quiere gobernar.
¡Lo que hay que hacer, si de llegar a la Presidencia se trata, cuando se es un corrupto más en el carnaval de desvergonzados que pudren la vida pública de México!
Por ello, es impostergable que quienes con verdadera honestidad participan en tareas del servicio público, así como millones de mexicanos de buena voluntad —a quienes nos duele el México de hoy— cerremos filas para echar a los abusadores del poder, y no permitir que la desesperación y el resentimiento entreguen el futuro del país a un corrupto más, ahora disfrazado de “pobre” y “honesto”, con las mañas que aprendió adentro y la ambición de poder personal que lo tortura y envilece. Todo autócrata es, por definición, un criminal.