1.-Los argumentos en pro del matrimonio contranatura –amén
de pecar todos ellos contra la estructura lógica del pensamiento- poseen el
común denominador de la hipocresía. De una hipocresía mucho peor de la que los
homosexuales atribuyen como un tópico a la sociedad tradicional que los
“condena y victimiza”. Algo similar al fariseísmo que denunciaba Chesterton en “La superstición del divorcio”, cuando
decía que los divorcistas no creen en el
matrimonio, pero a la vez creen tanto en él que desean poder casarse una
infinidad de veces.
Si los homosexuales fueran coherentes e inteligentes,
no deberían haber reclamado jamás el matrimonio. Lo que condice con sus
prácticas y con sus ideas es el apareamiento transitorio, sucesivo o
simultáneo, hedonista y soluble, sin vestigio alguno del institucionalismo
burgués. El matrimonio, en cambio, es una institución de Orden Natural, anclado
en aquellas categorías tradicionales que los mismos sodomitas dicen rechazar.
Pedir matrimonio homosexual es pedir anarquía ordenada, caos conservador,
delito virtuoso, desgobierno gobernado y subversión subordinada a la autoridad
instituida. No piden matrimonio los homosexuales porque crean en él. Lo piden
porque lo odian y porque saben que, asumiéndolo ellos, es el modo más vil de
destruirlo.
2- Las respuestas que suelen darse al conjunto de
argumentaciones homosexuales, no suelen ser satisfactorias. Y esto no únicamente porque se quedan en el plano
del derecho positivo, sino porque no se atreven a enfrentarse con los
sodomitas, empezando por acusarlos pública y enfáticamente de falsarios y de
mentirosos contumaces, como acabamos de hacerlo.
La prédica insana a favor de la indiscriminación, del
igualitarismo, de la solidaridad, de la cultura del encuentro, y otras tantas
naderías que los mismos homosexuales han instalado, les impide ahora a muchos
ciudadanos honestos reconocer en este proyecto homosexual la acción de un
enemigo declarado y contumaz de la Verdad. Porque hablemos claro; no estamos
aquí ante un caso desgarrador de una o más personas con tendencias e
inclinaciones desordenadas que bregan por enderezarse y que, en ese caso,
merecerían nuestra conmiseración, ayuda y respeto. Estamos ante una explícita
embestida de la Internacional del Vicio
contra el Orden Natural y el Orden Sobrenatural, movida prioritariamente por
odio a Dios. “No a Dios. Ateísmo es
libertad”, levantaron como consigna los homosexuales, reunidos sacrílegamente
en la Plaza de San Pedro, el 1º de agosto de 2003.
Esta parálisis frente a los depravados, esta
incapacidad para llamarlos por sus verdaderos nombres, debilita todas las respuestas. Se repite
hasta la saciedad, por ejemplo, que no se trata de estar en contra de la noble
igualdad, de la sacra indiscriminación y de los derechos humanos. Cuando es exactamente
al revés. No somos iguales que los protervos. No hay forma alguna de igualar el
bien con el mal. El pecado no puede tener ningún derecho ni convertirse en ley,
y siempre será acertado discriminar justísimamente, para que nadie se atreva a
llamar matrimonio a su caricatura agraviante y soez. Ningún respeto nos merecen quienes bregan por
la contranaturaleza. Llegue para ellos,
contrariamente, la manifestación clara de nuestro repudio, de nuestro desprecio
y de nuestra mayor repugnancia.
3.-La existencia del Orden Natural no está sujeta a la
opinión de las mayorías, ni a las discusiones parlamentarias, ni a las tramoyas
sufragistas. Es un error seguir el juego democrático, que hoy instala como tema
dominante el “matrimonio” sodomítico y mañana, si lo desea, puede seguir,
planteando las coyundas con animales o con cadáveres. Es el error de las
reacciones de quienes están insertos en el sistema, y creen en él. Entonces nos
convierten en sujetos dependientes de las maquinaciones enemigas. Hoy nos
obligan a discutir si se pueden casar dos hombres. Mañana si se puede seguir
creyendo en Dios.
Nuestra respuesta no puede ser la de demostrar que los
homosexuales son una minoría. Ni la de fabricar mayorías postizas. Tampoco la
de pedirle a los indignos senadores y diputados que tengan a bien recapacitar y
no legalicen el amancebamiento de los emponzoñados.
Nuestra
respuesta consistirá en señalar la ilevantable culpabilidad histórica que le
cabe a los políticos por permitir el agravio más infame a la familia que se
haya pergeñado hasta hoy. ¡Malditos sean los responsables de la profanación del
verdadero hogar! ¡Malditos sean ante Dios, ante la Historia y ante las
generaciones pasadas, presentes y futuras de patriotas honrados! Todo católico
y mexicano bien nacido está obligado a rebelarse activamente contra la ley
injusta.
Aclarémoslo una vez más de la mano de Aristóteles. El
que pregunta si la nieve es blanca no merece respuesta. Merece un castigo
porque ha perdido el sentido de lo obvio. Merece la reacción punitiva porque ha
degradado a sabiendas el sentido común. Merece la trompeadura justiciera por
tergiversar adrede el significado de las palabras, sabiendo que al hacerlo,
está ofendiendo al mismísimo Verbo de Dios. Por eso, ante la guerra semántica,
que adultera los significados, veja el logos, calumnia los nombres y
desacraliza la palabra, nosotros no tenemos nada que debatir. Que debatan los
opinólogos de la democracia. Cuando se ofende a Dios y a su Divina Ley, la discusión es algo en lo que no creemos; y
lo que creemos no está sujeto a discusión.
Apliquemos al caso, nuevamente, las enseñanzas de San Jerónimo citadas
por el Aquinate(S.Th,III, q. 16, art. 8, r):“con los herejes no
debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de
que favorecemos su error”.
4.-El
demonio es el gran negador del misterio nupcial, recuerda y resume
magistralmente Alberto Caturelli en su obra “Dos,
una sola carne”. “El demonio odió (y odia) a Dios en el hombre porque es
imagen del Verbo y, desde el principio odia al hombre. Si el hombre es
varón-varona, y la sexualidad pertenece a la imagen; si la uni-dualidad logra
su plenitud en la unión conyugal, el demonio quiere, desde el principio, la desunión
y la muerte del amor conyugal. Después de la Redención, odiará
inconmensurablemente más el misterio nupcial por ser copia de la unión esponsal
del Verbo Encarnado y la Iglesia. Desde el principio, el demonio odia la unión
conyugal: él será el gran Negador, el gran Homicida y el gran Separador”.
Y por
eso, concluye Caturelli, que en “la red del odio teológico [contra la familia] que
cubre el mundo”, la homosexualidad reclamante de “matrimonios” e “hijos” cumple
“un ritual tenebroso de profanación de lo sagrado”. “Los acoplamientos
homosexuales en todas sus formas no son ni pueden ser jamás ‘uniones’:
constituyen una agresión gravísima al orden natural y una profanación nefanda
del cuerpo humano como tal y del misterio nupcial”.
He aquí
el fondo último de la cuestión que hoy nos estremece y consterna. El fondo
teológico, religioso y metafísico. Esta propuesta del matrimonio homosexual no es otra cosa, no
puede serlo, más que una expresión demoníaca en el sentido más estricto,
ajustado y pertinente de la palabra.
Nacimos en México. Tierra de varones y de mujeres
dignos. Tierra de antepasados viriles; de esposas, madres, hermanos, viudas,
padres, cada quien cumpliendo su vocación de hombre y de mujer, asignada por el
Autor de la naturaleza. Cada quien aceptando gozosamente su identidad, sus
límites, su necesidad de ayuda y de complemento, de amor y de comprensión
recíproca.
Nacimos en México. Una tierra cristera
masculinamente fecundada y labrada a lo
largo de los siglos.
Nacimos en México. No queremos morir en Sodoma.
Queremos, como DIOS manda, defender
en la PATRIA el verdadero HOGAR.
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