AMLO no representa a la izquierda, a estas alturas la verdadera propuesta es la de un régimen populista-clientelar que se confronta con la idea de una democracia institucional
Por Manuel Díaz
noviembre 16, 2021 a las 04:10 CST
La oferta política con la que llegó López Obrador al gobierno de la República fue muy diferente al reporte de los tres años primeros años de su administración, que poco o nada tienen que ver con el proyecto que ofreció.
Jamás se habló de una subordinación tan abyecta como incondicional al proyecto del compañero presidente y camarada, nunca se advirtió que no se escucharía a los sectores productivos, académicos, ni a expertos, es más, lo peor, ya no se escuchan ni ellos mismos, los involucrados profesan una suerte de fe ciega al “tlatoani”, al incuestionable supremo en que se ha erigido AMLO.
¿Y la izquierda?
AMLO arribó al poder con la imagen de un gobierno que reivindicaría los principios y postulados de la izquierda democrática, principios a los que el compañero Andrés siempre se sumó.
Sin embargo, la realidad es otra, su gobierno no representa a la izquierda, a estas alturas la verdadera propuesta es la de un régimen populista-clientelar que se confronta con la idea de una democracia institucional.
AMLO ha tratado de someter al Congreso y a cualquier opositor, académico, intelectual e incluso a miembros de su propio Gabinete que se atrevan a proponer algo diferente a su visión del mundo.
Por ejemplo, en la pasada legislatura, cuando envió su iniciativa de reforma a la ley de la industria eléctrica, lo hizo a pesar de que la Corte habría invalidado el llamado “Decreto Nahle”, pero así la recibió la Cámara de Diputados, eso sí, con una serie de advertencias, sobre todo después de que la comisión de Energía de la Cámara de Diputados habría convocado a un parlamento abierto: “¿Si no se le movería una coma para qué el parlamento abierto?” “Ah no, que allá se discuta, se debata, los legisladores nuestros, surgieron en defensa de un proyecto de transformación y los opositores son los defensores del antiguo régimen, así de claro”.
Hace unos días repitió su argumento:
“No hay negociación, no hay moneda de cambio, eso nosotros no lo hemos hecho y no lo haremos, aquí cada uno tiene que asumir su responsabilidad, los legisladores tienen que representar al pueblo.”
Es el mismo argumento al que alude en todas las reformas donde aplica la “aplanadora” morenista del Congreso, sobre todo, en los temas que más le interesan para la consolidación de su poder omnímodo, como el Presupuesto 2022, donde, aunque la oposición puso más de doscientas reservas al proyecto, la aplanadora morenista no aceptó ni una sola. Claro, la indicación venía desde Palacio Nacional.
“Eso era lo que hacían antes, que se encerraban, negociaban en la cúpula, a espaldas del pueblo y siempre se ponían de acuerdo porque les iba bien a los de arriba, pero les iba muy mal a los de abajo. Ningún tipo de negociación que afecte al pueblo”.
La actitud de AMLO deja al descubierto su verdadera careta, la única voz que importa es la de él y de nadie más. Al final, se muestra tal cual, un verdadero conservador, muy cercano a la ultraderecha totalitaria, que utiliza frases del pueblo como: “Dios dirá”.
Engaño y manipulación
Lo que más le interesa al compañero presidente, es el control presupuestal para la compra de conciencias, por eso se fue en contra del movimiento de gobernadores que, atendiendo a la Constitución, pretendió un nuevo pacto federal.
Para destruir al movimiento de gobernadores se valió de las Instituciones del Estado en seguridad y procuración de justicia y en su intención de concentrar todo el poder, trata de regresar a la lucha del siglo XIX, entre federalistas y centralistas, entre conservadores y liberales, intercambiando los roles para manipular e imponerse: “Santa Ana, pues era conservador y estableció un régimen político centralista, Juárez era liberal y federalista, entonces escuchar esos sonidos… federalista de personas conservadoras, es algo extraño”.
Su interés en mantener el control del presupuesto está en que puede mantener los programas sociales en favor de su interés político, lo que no es más que un control centralista, con un aderezo que conoce y maneja a la perfección: la política clientelar, que fabricó y capitalizó el PRI de los cincuenta y sesenta.
De las instituciones al presidencialismo
El control de lo que llama “el pueblo bueno”, se da a través de la destrucción de las Instituciones que venían funcionando adecuadamente como el Seguro Popular, de órganos autónomos del Estado como la CRE, CNH, INAI y de las organizaciones sociales defensoras de los derechos humanos, del medio ambiente, grupos feministas y un largo etcétera, todo con el fin de que lo único que quede, sea la acción de AMLO, el que ofrece dádivas al pueblo para que enfrente sus carencias. Nadie más, solo él.
La visión paternalista y populista que denigra a la población, la expresó el propio presidente cuando comparó la atención a personas en pobreza con cuidar animales y mascotas:
“La justicia es atender a la gente humilde, a la gente pobre. Esa es la función del gobierno…hasta los animalitos -que tienen sentimientos, ya está demostrado- ni modo que se le diga a una mascota: ‘A ver, vete a buscar tu alimento’. Se les tiene que dar su alimento, sí, pero en la concepción neoliberal todo eso es populismo, paternalismo.”
A tres años del desastre, ahora el reto está en encontrar el lenguaje que demuestre el engaño y que el actual gobierno asuma su responsabilidad.
Mientras tanto, con la implementación de un régimen populista y clientelar que utiliza las carencias y las necesidades de la población como su principal instrumento de control, este gobierno, a través de políticas clientelares, logra que el único que da y quita, sea el rey que habita Palacio Nacional
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