lunes, 28 de agosto de 2017

Las sorpresas de Andrés Manuel


Ha utilizado las candidaturas para sus propios fines desde siempre: desde el fraude declarado del tristemente célebre Juanito 
28 de Agosto de 2017

Feliz cumpleaños, Annie.

En política no hay sorpresas, sino sorprendidos. La frase es inmemorial, pero vigente como nunca: Ricardo Monreal, quien acaba de ser derrotado —de manera humillante— por la nomenklatura de su partido, debe saberlo de sobra.
Y no debería de haber sorprendidos, porque en realidad no hay sorpresas. Andrés Manuel ha utilizado las candidaturas para sus propios fines desde siempre: desde el fraude declarado —y la posterior renuncia forzada— del tristemente célebre Juanito, su propia unción tras una oscura encuesta que Marcelo Ebrard aceptó con sumisión en 2012, la tómbola en la que rifó curules para dar pan y circo al pueblo bueno. Y ahora, en el incidente que tiene a Ricardo Monreal con el “corazón caliente” mientras espera a que se le enfríe la cabeza para tomar decisiones, un procedimiento oscuro que le reconoce menos posibilidades de ganar que, incluso, a Martí Batres. Nadie sabe cómo se hizo, nadie sabe los resultados, nadie puede apelar las decisiones: en esas circunstancias, Monreal habría tenido más probabilidades si el asunto se hubiera decidido con la tómbola de marras.
No hay sorpresas. Sabemos de su intolerancia hacia los medios, que lo ha llevado a calificar a la prensa como inmunda: sorprendidos serán quienes esperen que respete la libertad de expresión. Sabemos de su ignorancia y sus respuestas pueriles ante problemas complejos: sorprendidos serán los que esperen soluciones efectivas de quien se coronó presidente legítimo para saciar su soberbia. Sabemos, también, que por alguna extraña circunstancia siempre termina rodeándose de gente que ya bien recibe dinero en ligas, o hace apuestas millonarias en Las Vegas, se compromete con argentinos y recibe más dinero, pide dinero en cenas con magnates, gobierna ciudades donde desaparecen estudiantes, o recauda dinero como fondos de campaña: sorprendidos serán, sin duda, quienes esperen que la corrupción termine tan sólo por el hecho de que llegue al poder.
No hay sorpresas. Sabemos que desprecia profundamente a una clase media que define como pirrurris, sabemos que no está dispuesto a reconocer sus errores, sabemos que es capaz de paralizar la ciudad que alguna vez creyó en él, tan sólo por un berrinche. Sabemos que está dispuesto, también, a perdonar a todo aquel que se arrepienta y lo siga: sorprendido será quien espere justicia ante la corrupción rampante que está dispuesto a borrar a todo aquel que le manifieste su fe. Sorprendidos serán, sin duda, quienes no dan importancia a que nuestro Mesías Tropical se deslinde, con urgencia, de su homónimo del Caribe, mientras que su partido sigue estrechando lazos con la cancillería venezolana.
Tienen razón quienes proponen un frente amplio, pero no la tienen cuando asumen como causa sacar al PRI de Los Pinos: los niveles de aprobación demuestran que ése, al menos, es un tema en el que la gente no necesita ser convencida. La causa es en contra del populismo nacionalista, como el que llevó al poder a Trump en Estados Unidos; la causa es en contra del nacionalismo económico, como el que logró el Brexit en el Reino Unido; la causa es en contra del populismo económico, como el que tiene a Venezuela sumida en una pesadilla inimaginable. La causa debería de ser el México del futuro: el México al que Andrés Manuel —después de 18 años predicando los mismos principios echeverristas— no sabe aún cómo llevarnos. Aunque ésa, tampoco, es en absoluto una sorpresa.
Monreal enfría la cabeza sin creer que su líder lo ha abandonado. Como a Juanito, como a Marcelo, como a René, como al propio Cuauhtémoc en su momento. Como al PRD, como a la Ciudad de México. Como a tantos muchos que no recordaron que, en política, no hay sorpresas, sino sorprendidos.

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